He vuelto a La Palma. No fui a ver el volcán -y no lo vi-, sino a estar con mis amigos y mis Hermanos; fui a hablar con ellos, a solidarizarme una vez más con quienes han sido golpeados con dureza por el animal bastardo del volcán; fui a ver la isla de mi alma, sus calles llenas de ceniza negra, la gente luchando contra esa plaga que cubre la superficie de una parte de la isla; fui a notar la respiración viva de la gente, a buscar de nuevo en su espejo la sonrisa de la vida, a encontrar la resistencia en la mirada y la fuerza de una esperanza que flota en el aire para el futuro de toda la isla; fui a darles un abrazo a mis amigos y Hermanos, los mismos que han sufrido pérdidas personales muy valiosas, los mismos que me dicen siempre que, pese a todo, hay que seguir adelante, los mismos que abrazan a otros familiares y amigos que lo han perdido todo; los mismos palmeros de siempre, que aman la isla como si toda la tierra fuera suya, porque lo es y la cuidan incluso enfrentándose a la indeseable y terrible fiera del volcán.
Volver a La Palma siempre me provoca un sentimiento eufórico difícil de describir; ver a mis amigos y Hermanos me produce una extraña y benéfica satisfacción que consolida mi complicidad con la isla y los palmeros. He visto caras tristes, y he sentido esa esperanza, y el deseo de que acabe pronto el rugido del animal salvaje, la bestia inmunda que golpea sin compasión alguna una de las islas más bonitas y adictivas del mundo; he vuelto a comer camarotes y cabrillas, sentado en La Chalana o en El Cuarto de Tula, junto a amigos y Hermanos que hacen más feliz nuestra vida; he vuelto a abrazarlos y a hablar con ellos. No, la vida en La Palma no es normal en estos momentos. Pero hay que ir a La Palma, hay que regresar y volver una y otra vez a La Palma, a sentir la isla, cómo lucha, cómo se defiende (todos a una) para volver al mismo sitio en el que siempre estuvo, en la resistencia y la vida, sin angustias, sin tristezas, con la canción bonita siempre en su fonética, con el canto de la mujer y el hombre palmeros, inasequibles al desaliento, con el humor prendido del gesto y la sonrisa. A todo eso, y a alimentarme espiritualmente con eso, he vuelto a La Palma. Y cuando he tenido que volver a Madrid, he venido en el vuelo pensando siempre en La Palma y en su sufrimiento de ahora, rogando para que acabe cuanto antes.
Porque la vida sigue. Y el domingo pasado, masticando ceniza incluso, pisando la ceniza gris y negra del volcán, se celebró en la Plaza de Santo Domingo el relanzamiento de la marca de tabacos Vargas, un impulso a la memoria de la isla tabaquera en su relación histórica con Cuba. Hablamos con amigos y Hermanos del "Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar", de las veces que su autor, el sabio cubano Fernando Ortiz, cita a los palmeros y a La Palma, sabios también en la agricultura del tabaco, en el secado y la labor, en la tripa, la capa y el capote. Hubo una cata de puros al aire libre, a la intemperie, y hablamos del tiempo en el que hubo plantaciones enteras de tabaco en La Breña, un tabaco recio fuerte, negro, pero espléndido en la liga con otras hojas. Hablamos de fumadores famosos, de vitolas y anillas, del calentamiento del tabaco antes de encenderlo y de los fumadores lentos, esos que hacen de la fuma del tabaco un arte plástico segundo a segundo. Y fumamos tabaco, en honor de La Palma, y tuvimos en ese momento un recuerdo en la conversación para los damnificados, para Noelia García García y Mariano Zapata, alcaldesa de Los Llanos de Aridane y Presidente del Cabildo de La Palma, que se baten el cobre porque la isla salga adelante. Y brindamos por que se produjera pronto esa felicidad: que la isla salga adelante. Expresé un deseo y una esperanza entonces: que el mal sirva para el bien, porque no hay mal que por bien no venga, y que la isla resurja pronto de la tragedia es ese brindis a la vida con el que todos los invitados a la cata de tabaco brindamos de pie, casi marcialmente, rogándole a los dioses de la vida que surjan del cielo y maten la violencia del volcán sin nombre.
Me fui de La Palma con más pena que nunca. Salí de la isla rezando por ella y por sus gentes, por mis amigos y Hermanos. Y sí, volveré a La Palma en nada, en unos días, y volveré después otra vez, y volveré siempre a La Palma, con y sin volcán, al que no iré a ver nunca, ni siquiera cuando deje de expulsar fuego y destrucción. Volveré siempre a La Palma, a brindar por la vida con mis amigos y Hermanos palmeros. ¡Arriba La Palma! ¡Fuerza La Palma!