La leyenda comienza cuando dos jóvenes profesores de literatura clásica de encuentran en el Congreso Antifascista de Valencia en 1937. El italiano Pergham Menetto, profesor en la Universidad de Bari, y el polaco Joseph Storvan, profesor en la de Cracovia, discuten con pasión sobre sus poetas favoritos: Dante y Homero. Storvan sostiene que el mundo occidental se lo debe todo a Homero, desde el punto de vista literario, y que al adentrarse en su estudio ha encontrado indicios de que el autor de las aventuras de Ulises por el Mediterráneo de regreso a Ítaca no es el mismo que el que relata la guerra de Troya. Menetto insiste en que Dante es el padre de la poesía moderna, de la terrible poesía moderna occidental y que sus infiernos son una metáfora del mundo, una visión apocalíptica que viene de Juan en Patmos y que Dante desarrolla entre el amor -el Eros- y la muerte -el Thanatos-; defiende además que va más allá de Homero y que entra directamente en la escritura moderna y la moderna concepción de un poema interminable que no se ha vuelto a repetir después de siglos.
Los dos profesores se pasan tres o cuatro días bebiendo y hablando de literatura como si lo que estuviera ocurriendo en el mundo, que es lo que los ha llevado a Valencia, fuera un juego de niños en el patio de un colegio y no el peligro del fascismo a punto de comerse el mundo y sus libertades. Cuando se despiden, firman un acuerdo que, según la leyenda, cumplen bien a rajatabla: escribirse cada mes para seguir discutiendo entre Homero y Dante. La leyenda dice que hay cientos de cartas de uno y de otro profesor, los dos amigos profundos ya gracias a la poesía, en alguna biblioteca del mundo, aunque nunca se supo en cuál ni en qué parte del universo puede estar guardado ese tesoro inmenso. Porque las cartas están llenas de precisiones literarias que, según siempre la leyenda, nunca habían sido escritas y por eso los dos profesores han pasado a la leyenda sin pasar nunca por la Historia de la Literatura. Sus nombres no están ni en el Bompiani ni en las otras enciclopedias literarias, ni en papel ni en las actuales tecnológicas, y sólo pueden encontrarse en la misma leyenda y en boca de los profesores que se han hecho eco de ella. Esas precisiones literarias de Storvan y Menetto proponen a la imaginación de los escritores y profesores un gran ensayo perdido para siempre en la misma leyenda. Ni una de las cartas, ni rastro de ninguna, ha sido encontrada nunca, pero hay profesores universitarios y académicos que siguen contando la leyenda, dándola por cierta sin ninguna prueba.
Yo me atreví a preguntarle sobre ella al profesor Cesare Segre, conocido y sobresaliente hispanista, durante una cena en un restaurante de la ciudad de Catania, justo junto al Etna, en mi primer viaje a Sicilia, hace ya bastantes años. Estaba presente también el editor de poesía Chus Visor, Jesús García Sánchez, a quien en esa época y durante una temporada después frecuenté mucho hasta el punto de ser nombrados "íntimos" por ciertas tribus literarias españolas. Chus no tuvo empacho en decir que no conocía la leyenda y Segre aclaró que esa misma leyenda se había convertido en un capítulo literario en determinados programas universitarios de Italia. De modo que había como una suerte de secta de profesores y poetas que creían absolutamente en ella y que trataban de demostrar la veracidad de aquellos papeles perdidos dando verdaderas clases académicas sobre el asunto. Yo dije en esa cena que de la leyenda tenía noticia porque algún profesor mío de mi tiempo universitario de estudiante de Filología y Literatura Clásica en la Universidad Complutense, en los felices 68, me había hablado de Storvan y de Menetto con una cierta verosimilitud insistiendo en el misterio que significaba que se hubieran perdidos cientos de cartas en alguna biblioteca de Polonia o de Italia, a la que los profesores fanáticos de Dante y Homero hubieran dejado en herencia aquel tesoro nunca encontrado. La verdad es que Segre concluyó aquella noche que la leyenda era pura leyenda y no tenía visos de encuentro con la realidad en ningún punto del espacio y el tiempo conocidos.
Nunca volví sobre el tema de Menetto y de Storvan como un asunto acuciante aunque de vez en cuando me picaba la curiosidad intelectual de investigar e inventar sobre esa leyenda y el ensayo que debió surgir de ella. ¿Por qué no escribirla uno mismo y darla como leyenda al mundo, como si fuera una creación propia y no un conocimiento ya adquirido que se desarrolla en la escritura literaria de nuestro tiempo? Las pocas veces que he hablado del caso entre escritores, incitándolos a que conozcan y escriban esa leyenda, pinché en hueso porque ninguno de mis interlocutores llegó nunca a interesarse por el asunto. Ahí lo dejó hoy, en este espacio de mis miércoles en El Cultural, como quien tira sobre la mesa una carta secreta de un juego secreto para escritores secretos.