La literatura no es más que un campo de ficción en el que impera la mentira y la usurpación de la verdad real. O eso decimos algunos escritores. Tengo la certeza absoluta de que la ficción nace de la realidad y que es esa realidad la perpetua orgía de la mentira. Sun Tzu en El arte de la guerra y Maquiavelo en El Príncipe nos enseñaron que la condición humana tiene en su interior una ponzoña infinita: la capacidad y la voluntad de mentir y traicionar cuantas veces se respira aire natural. Y se miente hoy más que se respira ese mismo aire siempre viciado por la mentira. Revel escribió y sistematizó hace tiempo lo que ya sabíamos de antemano: que la mentira mueve el mundo.
Acostumbrados como estamos desde niños a mentir (ya los juegos de la infancia son un montón de mentiras donde nos ejercitamos para ver quién dice más mentiras, quién es el más listo y quién gana), los seres humanos hemos hecho de la mentira un arte desastroso en el que la traición es casi siempre la madre de la tragedia.
La mentira más grande que ha inventado el ser humano es la guerra. Cada vez que en la Historia del hombre un poderoso trata de abusar de un pobre se provoca por parte del primero una guerra interminable donde ruedan cabezas y sufren y mueren inocentes que nada tienen que ver -que no entienden nada- con los motivos del conflicto. A veces el abuso excesivo, perdonen el lítotes, trae malas consecuencias para el acusador y el Espartaco de turno se subleva, se defiende, resiste el embate, da la cara al enemigo traidor y al abusador le sale más cara la guerra de lo que él había pensado.
Vuelvo a la mentira: la vida cotidiana del ser humano se ha vuelto en estos tiempos convulsos en exceso una orgiástica y terrible mentira. La desinformación, las falsas noticias, el imperio de los intereses bastardos, los egoísmos de los poderosos, la desigualdad social, las guerristas de los caciques nacionalistas, la locura de las urgencias. Todas estas cosas, unidas a la gran libertad de las altas tecnologías, traen ahora a nosotros un mundo pervertido por sensaciones de inseguridad y de incertidumbre.
Claro, estoy hablando de la guerra de Ucrania. Ahora dicen que Rusia y Ucrania están en guerra. Ya eso es una mentira: es Rusia quien ha invadido a Ucrania, que no tiene más remedio de hincarse de rodillas ante el gigante y rendirse o defenderse hasta el martirio si fuera necesario. Dentro de esa guerra la estrategia es la misma que en mundo en paz: la mentira. Todos se acusan de todos y todos van contra todos. Pero no podemos mentirnos a nosotros mismos. Quienes creemos en la libertad individual y en los principios éticos de la democracia sabemos que Vladímir Putin es un ser nefasto, criado a los pechos del KGB, coronel de la Lubianka; un personaje que desde los quince años quiso y consiguió pertenecer a los Servicios Secretos soviéticos; un tipo que nunca creyó en la democracia ni en los derechos civiles ni en la libertad individual; un iluminado que recuerda la supuesta grandeza zarista y soviética de la Gran Rusia y quiere volver al tiempo en el que manejaba Rusia más de medio mundo.
Ahora es el tiempo de la guerra. Las mentiras pertenecen ahora todas a la guerra. La vida no sigue igual, no se respiran las mismas certidumbres, están en juego muchas cosas que no veíamos ni sospechábamos. El lobo ha entrado en el gallinero sin que le hayamos hecho caso al pastor que nos estaba avisando, porque ese pastor también había mentido diciendo lo mismo muchas veces...
Y después están las ficciones, las hipótesis terribles que nos vienen a la cabeza, las preguntas que nos hacemos sin cesar. Por ejemplo, ¿qué hubiera pasado de estar Trump en la presidencia de los Estados Unidos? Inventemos la hipótesis: un pacto no escrito por el que Trump sería el emperador de América, los chinos se quedarían con el imperio asiático y la Rusia de Putin con Europa. Admirador de Putin, que lo ayudó en su candidatura a la presidencia, Trump hizo todo lo posible por desestabilizar a la OTAN y a Europa. Apoyó el Brexit y cuanto disparate se le antojó; apoyó a Putin en cuantos dislates quiso el dictador ruso y se las vio con China aquellos años que vivimos peligrosamente y que acabaron con el asalto al Capitolio impulsado por las mismas mentiras que Trump bautizaba todos los días en sus cuentas de las redes sociales.
Tanto los magnates chinos como los rusos no creen en las libertades individuales. Sólo creen en el negocio fraudulento, en la esclavitud de los ciudadanos libres, en el dinero oscuro y glorioso y en las mentiras que llenan de propaganda y ficción la respiración de la vida. Aunque no sea tiempo de poetas, recuerdo los versos de Blas de Otero ahora que vivimos otra vez peligrosamente: "Vendrán por ti, por mí, por todos,/ aquí no se salva ni Dios, lo asesinaron".