Leí la novela de Bernard Malamud, El hombre de Kiev, cuando estaba en los primeros años de mi carrera universitaria. Más tarde vi la película, protagonizada por Dick Bogarde y Alan Bates con el mismo título, y que, en muchos aspectos, sigue el guion literario de la novela: el eterno drama humano de la injusticia. En la trama, un abogado del gobierno trata de ayudar desesperadamente a un hombre desesperado a quien acusan de un crimen que no ha cometido. Se desarrolla en la época zarista y, en los años 60 y 70 del siglo pasado, la novela gozó de una popularidad inmensa y se tradujo a numerosas lenguas cultas.
La injusticia: una tragedia que viene arrastrando la Humanidad desde que levantó del suelo las patas delanteras para caminar erguida. O tal vez viene ya de antes, cuando éramos parte de una tribu de monos caníbales, asesinos y ladrones que campaban por el mundo entonces desconocido buscando presas y comida. El hombre de Kiev no deja a ningún lector impávido. Es una novela que hace que el lector, al terminar de leerla, respire hondo y se precipite a pensar en lo que realmente Malamud, utilizando una trama tan aparentemente esquemática, quiso poner en valor: la entereza de un abogado que cree al pobre hombre acusado, judío (una de las claves del relato), y se lanza con todas sus fuerzas y talento a defenderlo ante la repulsa de sus compañeros y de la opinión pública.
Ahora hay un nuevo hombre de Kiev: el presidente ucraniano Zelenski. Ha tenido que ocurrir una gran desgracia, la invasión de su país por parte del régimen totalitario del dictador ruso Vladímir Putin, para que un personaje al que hasta hace poco conocíamos como un antiguo cómico llegado a la política, se alce sobre su propia imagen y se convierta en el blanco del aplauso y el apoyo del mundo entero; un mundo, digamos libre (siempre en comparación con aquellos que no lo son), que asiste asombrado y aterrorizado ahora a la destrucción total de un país invadido por otro. Y se dicen hermanos...
Ni la injusticia que proponen los hechos guerreros ni la respuesta de la libertad terminará nunca
En las primeras horas de la invasión de Ucrania por parte del ejército de Putin, Zelenski recibe una llamada del Departamento de Defensa de los Estados Unidos que le confirma que si quiere salir de Kiev, le pondrá un avión para él y su familia para que viajen a Estados Unidos. El nuevo hombre de Kiev, atenazado por la injusticia invasora de un sapo iscariote y ladrón, da las gracias y se queda a enfrentarse con las tropas todopoderosas del sátrapa ruso. Se queda a defender la dignidad, la libertad y la vida de su país pudiendo haberse marchado indemne, aunque indigno, en los primeros momentos del conflicto armado.
No, el hombre de Kiev, el presidente Zelenski se queda en su ciudad, en su país, resiste el acoso del matón tribal que lo ha invadido y demuestra una valentía ciudadana que ya hace tiempo que pasó de moda. No le importa morir, lo que le importa es resistir y defender Kiev, el símbolo de la valentía de los ucranianos a cuya cabeza está Zelenski. El pueblo ucraniano y su presidente son acusados de crímenes que no han cometido por el ejército de un invasor que injustamente quiere quedarse con su país.
En la guerra de Troya, los aqueos rodean la ciudad para tomarla por la fuerza. Creen que la guerra va a ser un paseo militar, pero el asedio dura diez años llenos de calamidades para todos. Está todo en la Ilíada, la epopeya guerrera escritora por el poeta Homero en hexámetros dactílicos griegos. Hay un héroe que logra conseguir poner de acuerdo a sus conciudadanos: hay que resistir. El héroe de esa resistencia se llama Héctor, a cuyo cadáver diez años después los vencedores arrastrarán alrededor de las murallas de Troya. Es la imagen del resistente ante la injusticia de la guerra, convertido al final en héroe trágico.
No sabemos quién ganará esta nueva guerra de Troya, repetitiva y cruel, pero ya sabemos quién la ha perdido: el sátrapa Putin, que quiere la cabeza de Zelenski, el nuevo hombre de Kiev, el nuevo héroe, el hombre digno, resistente y libre, el nuevo Héctor de esta Troya en esta guerra injusta. Ha perdido Putin porque ya jamás los ucranianos se sentirán hermanos de Rusia; jamás Putin ganará la guerra de la opinión pública mundial y libre. Vencerá pero no convencerá. Pero puede incluso que no gane la guerra material, puede que no termine de arrasar Ucrania y puede que Zelenski no sea un nuevo Héctor, una víctima injusta del criminal mono humano que se ha desatado dentro del delirio de Putin.
Esta guerra acabará algún día. Ucrania ya será para siempre una víctima resistente e injustamente invadida por quienes se decían sus hermanos. Esta guerra acabará algún día, pero el eterno retorno de la Humanidad, el bucle interminable de la violencia asesina, no terminará nunca. Ni la injusticia que proponen los hechos guerreros ni la respuesta de la libertad terminará nunca. Está en todos los libros sagrados, como una maldición que entró, como la piedra de la locura, en la mente del moño que llevamos dentro desde el principio de los siglos. Esta guerra acabará algún día, pero vendrán otras en nuestro eterno retorno. Y en esas otras también habrá injusticia, crímenes y dignos resistentes que, como Zelenski, el nuevo hombre de Kiev, están dispuestos a dar la vida por la integridad de su país, la libertad y la dignidad humanas.