La escritura poética de Bruno Mesa es la propia de un poeta mayor. No hay en esa poética ninguna concesión a la frivolidad ramplona, ningún error verbal, ninguna cacofonía que venga a medrar y a destruir la estética de una escritura sorprendente. Incluso en su prosa literaria, la poesía es esencial.
En No guardes nada en tus bolsillos (Impronta, 2015), Mesa dispone un recorrido por una de las ciudades eternas del mundo, Roma, y el lector puede encontrar un diario de autor que no sólo logra hipnotizarlo por su excelencia poética, sino que le descubre una Roma muy distinta a la que estamos acostumbrados a ver en otros poetas, tan enloquecidos con Venecia, por ejemplo, que consiguen que el lector informado termine hastiado de ciertas cursilerías. Al contrario, Mesa incurre en una excelencia y dibuja una ciudad desconocida, la misma que nos va desvelando mes a mes en su estancia romana, hospedado en la Academia de España junto al Trastevere.
La prosa de Bruno Mesa es poética sin dejar de ser prosa. Llama mucho la atención el cuidado, hasta el borde de la soberbia estética e intelectual, de la palabra poética, equilibrada y sin duda italianizante, y el ritmo señorial y antiguo (clásico, quiero decir) de cada uno de los textos que componen No guardes nada en tus bolsillos. Sí, poesía en prosa o prosa poética, lo que ustedes quieran, pero situada en la excelencia de una escritura que es creación individual y disciplinada del poeta que existe en cada palabra, en cada imagen, en cada metáfora, en cada línea de esa prosa que inspira al lector y le devuelve una Roma en la que los siglos y el tiempo se mezclan hasta casi perder las fechas de los muchos años que esa ciudad tiene encima de su eternidad.
En Planes de fuga (Ediciones del Pampalino, 2021) hay un director de orquesta que conoce por dentro y por fuera el sonido de cada palabra en su lugar exacto, y una madurez poética que consolida el cuidadoso oficio del poeta que tiembla cada vez que escribe porque sabe que está descubriendo el mundo y el ritmo antiguo que rige esa misma poética que desarrolla religiosamente en cada verso.
Mesa se erige en poeta mayor en Planes de fuga, una obra de madurez poco común entre los poetas de hoy de todo nuestro idioma español, de todas nuestras literaturas. No exagero, sólo traslado a mi lector lo que este lector de poesía que soy ha encontrado en la poesía de Bruno Mesa.
Apenas lo conozco personalmente, he cruzado con él dos o tres palabras, en un festival literario, aunque todas las referencias que tenía de su personalidad poética y de su obra eran de lo mejor. De manera que mi amistad con el poeta comienza ahora irremisiblemente, tras la lectura de tres de sus libros y el excelente recuerdo cercano que tengo de esa misma lectura. Cuando algún libro de poemas me llega más allá del mismo hecho de leer, procuro conocer personalmente al poeta, hablar con él, llegar a conclusiones a partir de esa conversación que es posterior al diálogo con su poesía. De la admiración puede nacer siempre una bella amistad y la poesía de Mesa propone esa amistad, además de incidir, sin ordenar, en la idea de que la poesía es, a pesar de los pesares y de la invasión de las cursilerías y los estafadores de los últimos años (o décadas), un lugar para estar en el mundo.
Ya he dicho que la victoria del poeta está en elevarse por encima del común de sus colegas y hacer de la poesía, en cada verso, en cada poema, un nuevo territorio conquistado. En eso se basa la epifanía de la que hablaba Joyce: en el descubrimiento que el poeta hace de la palabra nunca antes situada en ese lugar perfecto del poema, para que suene a música única y dé lugar a ese sentimiento de plenitud que para el lector provoca la música esencial de la poesía plena de sustancia. Así, en Testigos de cargo (Pre-Textos, 2015), Mesa se adentra en el aforismo, género peligroso en el que han naufragado incluso los mejores. Pero él no da pie al error, juega con la palabra dotándola de la magia del conocimiento superior y esencial de la poesía y consigue esa hipnosis que algunas llaman la paradoja del lector: leer, leer y leer los aforismos y, conforme se acerca el final de la lectura, frenar todo lo que se pueda ese final para seguir disfrutando de ese lenguaje poético, esencial y completo.
Una satisfacción haber leído esta semana tres libros de Bruno Mesa. Un deleite haberme encontrado de nuevo con un poeta cuya contundencia literaria lo convierte, al menos a mis ojos, en un poeta superior a la comunidad de bienes y abrazos sin domicilio conocido que de vez en cuando se produce en los barrios poéticos del extrarradio.
Ya he dicho que allá abajo, en el sur del sur, algo nuevo se mueve en las Islas Canarias. No sé exactamente lo que es, pero sé que es algo nuevo: tal vez un intento poético que no vemos desde la Generación del 50; quizá ese escenario, tantas veces marginal, marginado y automarginado, esté negociando en ebullición el éxtasis volcánico de una nueva poesía enlazada con las más señoriales y antiguas. En ese caso, Bruno Mesa es una de sus puntas de lanza más confirmadas, un poeta esencial con una poética madura y llena de sustancia.