Sí, una "gosadera". La FIL de Santo Domingo de esta convocatoria, la del año 22, ha sido eso para los escritores y los cientos y cientos de visitantes de la Feria. Los escritores mezclados con la gente, la gente hablando con los escritores y, contra viento y marea, los escritores hablando horas y horas entre sí, sin una pelea ni una discusión más alta que otra. Como si estuviéramos en París, porque la calle del Conde ha sido un paseo de modelos, gente del pueblo y escritores de la Unión Europea y de América, entre tragos, grito de júbilo y carcajadas.
Y libros, muchos libros, libros y conferencias impagables, recitales de poesía, la prensa alrededor de los actos literarios, y la gente siempre la gente volcada en la Feria, trabajada a fondo heroicamente en ¡dos meses y medio! ¡Y en medio del Caribe! Caribe de música y merengue por todos lados y para todos los oídos. Ya lo digo, una "gosadera" en todo plan.
He estado en Santo Domingo tres veces con esta de ahora, y en esta me hubiera quedado un mes fumando estos tabacos increíbles, viendo a los torcedores en su trabajo mientras uno, sentado con toda comodidad en una tumbona, se toma su ron y prueba sus tabacos, todos extraordinarios. Las veces que estuve antes en Santo Domingo fueron de indagación de la idiosincrasia del dominicano, un ser amable y profesional, gente de calle, sonriente y siempre educada, si usted es educado con ella.
Indagación oído: sentarme en las plazas, escuchar a la gente haciéndome no el palmero sino el gringo, el turista despistado que se asombra con lo verosímil y lo inverosímil de este vivir cotidiano de una ciudad que ha crecido de una manera descomunal en muy poco tiempo. Queda la memoria vieja y terrible del Jefe Trujillo, pero es una historia del pasado que todo el mundo espera que nunca se vuelva a repetir. Yo también.
Vine a la FIL de Santo Domingo a hablar (me aterró que llamaran a mi charla "conferencia magistral") de las confluencias de la novela y la Historia, un asunto tan complejo como trillado, del que hay una tal bibliografía que meterse en ella es perderse en un laberinto. Claro, en esta "gosadera" hablé durante 70 minutos de Balzac ("la novela es la historia privada de las naciones"); Michelet, el historiador francés por antonomasia, Lampedusa ("Balzac es tan gran novelista como gran historiador…").
Libros, muchos libros, porque el hombre es libre, la mujer es libre y viva la librería
También del Quijote (que, en el fondo, es la historia de España…); de las novelas de la Guerra Civil, de Tolstói (y Guerra y paz); de García Márquez, que escribió la historia de Colombia como si fuera "un narrador oral del norte de África" y quiso, inútilmente, atrapar el alma de los últimos días de Bolívar, derrotado por todas las traiciones del mundo de la guerra, en El general en su laberinto. Y claro que hablé de La fiesta del Chivo, que al llegar a las librerías de República Dominicana provocó unas discusiones que llegaron a veces al juzgado…
Así fue la vaina en Santo Domingo y toda la isla con la novela de Vargas Llosa. El episodio más emoción se dio al final de mi charla. Una señora de casi 80 años pidió la palabra y habló con toda la sinceridad: "Señor", me dijo, "le voy a ser muy clara. Yo pasaba por aquí, entré porque estaba lloviendo, no por otra cosa. Pero me senté a escucharle hasta que escampara y ahora estoy fascinada… ¿Podría usted seguir hablando un ratito más para nosotros, su público?". ¡Carajo! Eso provoca la mismísima "gosadera" de la FIL de Santo Domingo.
Y los amigos escritores, la poeta Valeria Correa, la poeta gallega Castaño, las muy buenas poetas dominicanas que he conocido, los nuevos y viejos amigos escritores, José Manuel Fajardo, Mempo Giardinelli, el editor Antonio Huerga y su mujer, Charo Fierro, el novelista mexicano David Toscana, el "hacedor" de esta "gosadera" de la FIL, el escritor Rey Andújar, editores, libreros. Libros, muchos libros, porque el hombre es libre, la mujer es libre y viva la librería, que ahora parece ponerse de moda como si fuera un tiempo de resurrección del libro, ese objeto sagrado que nos hace distintos en cuanto entramos en la fantástica y loca costumbre de leer…
Tragos: ron blanco; tabaco, cigarros puros torcidos hace unos minutos y lo suficiente húmedos y secos, no es contradicción, para la conversación interminable sobre literatura, sobre tales o cuales libros, debates, diálogos en una caravana que acaba siempre con las primeras horas de la madrugada, tiempos que mis años ya no aguantan como antes, "cuando yo llevaba un negro vivo por dentro"…
Ahora soy un viejo blanco y mustio, vestido con mi guayabera blanca de lino y mis pantalones blancos de algodón inglés. Como me dijo la misma señora de 80 años al final de mi "conferencia magistral": "Usted ahora es un señor venerable y fascinante, pero a mí me hubiera gustado conocerlo con cuarenta años menos, debió ser usted un muchacho inaguantablemente interesante". ¡Ah, señora!", le contesté, "¡ojalá que llueva café en el campo…!". Y seguí en la "gosadera".