Acabo de leer una noticia sorprendente por asombrosa: la Feria del Libro de Las Palmas de Gran Canaria acogerá este año la firma de libros de ¡200 escritores canarios! Están en su derecho. Me pregunto cuántos de estos escritores, reales o supuestos, son lectores, y cuantos saben que sólo siendo lectores se entra en la literatura. De todas maneras, de ellos, de los escritores, y de nosotros todos, es el reino de la vanidad.
Hace unos años, a António Lobo Antunes le fueron a visitar un par de antólogos que le rogaron que se incorporara a la antología de escritores portugueses que estaban preparando. Lobo preguntó cuántos escritores iban a estar en la antología. "Cuarenta", le contestaron. Lobo se enfadó y dijo: "No quiero participar. Es imposible que en Portugal haya hoy 40 escritores". No sé cómo acabó el asunto, pero el episodio me lo contó él mismo en una tenida amistosa que tuvimos cerca de Lisboa. Me divirtió tanto su historia que nunca la olvidé y ahora vuelvo a recordarla ante la noticia de que en mi tierra hay en estos momentos más de 200 escritores.
Una vez, hace años almorzando con Heberto Padilla y Evtuchenko en un restaurante de Manhattan, en Nueva York, el poeta soviético nos contó que había sido invitado a Nicaragua a dar unos recitales de poesía cuando los sandinistas ganaron el poder. Había viajado por el país de la mano de algunos comandantes sandinistas y de Sergio Ramírez, hoy exiliado en España, y los recitales habían sido un éxito. El único problema que tuvo es la cantidad de libros de poemas que los nicaragüenses, poetas o no, le regalaron acercándose a su hotel ya dejando en la casilla de su habitación un ejemplar dedicado.
Padilla, el poeta cubano, que lo había conocido años antes en Moscú y se habían hecho amigos cercanos, le preguntó cuántos libros de poesía aproximadamente le habían regalado los nicaragüenses. "Dos mil", contestó Evtuchenko. "¿Y qué hiciste con todos esos libros?", le volvió a preguntar Padilla. "Los dejé todos debajo de la cama el día que me marché. No podía llevármelos todos y opté por dejarlos debajo de la cama. Justicia poética", contestó el soviético.
Hablo de tiempos. Los escritores sabíamos que el primer gran escollo para convertirnos en escritores era la lectura de libros literarios. Para ser escritor entonces había que leer, sentado de antemano en los divanes del fracaso y no esperando otra cosa que ser escritor, todos los libros del mundo. Sabíamos además que la literatura lleva directamente al fracaso, que cada libro que leemos es un aviso para que dejemos la pasión de escribir, que abandonemos las ilusiones de ser escritor, porque otros ya habían pisado con firmeza el terreno que nosotros queríamos hacer nuestro. No se trataba entonces de buscar fama y dinero, porque sabíamos de antemano que dinero no había en el árbol de la literatura y que la fama es un proceso engañoso que el fracaso nos fabrica, como un espejismo para que entremos de cabeza en ese mismo fracaso.
La escritura literaria es un oficio de fracasados, o de locos que alguna vez intuyeron la posibilidad del desarrollo de su locura garabateando palabras
Tendríamos que revisar, volver a leer hoy, después de leer la noticia de los 200 escritores que firmarán sus libros en una feria del libro de una región bien pequeña, aquel libro glorioso de Cansinos Assens, donde el gran escritor español (y digo grande porque escribió grandes libros que siguen siendo grandes) dibuja de antemano, echado en su diván, el fracaso que le espera siempre detrás de la puerta del tiempo a los escritores.
Cansinos no avisaba, sino que dibujaba con palabras exactas, y aquel sentido orientalista de la literatura que tanto le gustaba al modernista, ese mentiroso monstruo que es el fracaso que nos empuja siempre con la fuerza del mal hacia la fama y el dinero que nunca conseguiremos escribiendo. Hay ejemplos, claro, que nos contradicen, pero son excepciones que vienen a confirmar que la escritura literaria es un oficio de fracasados, o de locos que alguna vez intuyeron la posibilidad del desarrollo de su locura garabateando palabras en un papel blanco.
Ahora hay demasiados escritores y muy pocos lectores, pero eso no es lo peor. Lo peor, lo pésimo, es que la inmensa mayoría de los señores y señoras que posan de escritores no tienen como costumbre la lectura de libros literarios. Su papel en el mundo, como buenos farsantes, es convencer a los demás de que, en efecto, han alcanzado la gloria de ser escritores. Están en su derecho. Y el mejor lugar para que ese convencimiento colectivo se produzca es una feria teatral, un escenario también colectivo donde todos y todas, como se dice ahora, puedan exhibir sus obras como trofeos de caza que dedican a sus amigos, normalmente los otros personajes que posan de escritores. Ya se sabe, entre ellos, corre esa prédica: si me lees te leo. Y así pasan los tiempos que estamos viviendo, siempre a peor la mejoría.