Cabrera Cartaya: las palabras de un poeta
El autor de 'Westhaven Bay & La Montaña Amarilla' camina firme y maduro hacia la excelencia cincelando cada palabra
Una vez se lo escuché decir a Caballero Bonald, un clásico sin paliativos. Hay tres “asuntos” que no son un juego y que requieren y exigen la excelencia: el toreo, el flamenco y la poesía. El toreo es la lucha del mortal frente a la fuerza bruta de la Naturaleza, el animal cuyo instinto confunde la defensa con el ataque y se desboca en la sangre; el flamenco es el cante sagrado que se queja de las tragedias de la vida, del amor y la muerte, la memoria del ser humano sobre la Tierra; y la poesía.
La poesía es y está sola en el mundo. No hay gran poeta sin un gran libro de poesía. Todo aquel que escribe poemas cree que es poeta, y hoy más, pero la poesía no se deja poseer: al que no es poeta se le nota al segundo verso donde el lector huele al farsante. Cabrera Cartaya es un poeta que busca en cada verso, en cada palabra, la exigencia de la excelencia poética. Con creciente asombro y complicidad he leído tres veces su libro de poemas Westhaven Bay & La Montaña Amarilla y concluyo sin tapujos, como viejo lector de poesía, que aquí hay un poeta que camina firme y maduro hacia una excelencia. ¡Qué diferencia con los farsantes que escriben “poesías”!
El poeta Cabrera Cartaya anda solo por el mundo y la poesía, cada palabra suya es la voz del poeta que resiste como un titán la fuerza contraria del mundo y de la naturaleza mezquina del ser humano. Cabrera Cartaya construye su poema desde la profunda lectura y asimilación de -estoy seguro- cientos y cientos de libros de poetas verdaderos; libros leídos y estudiados como paso previo y necesario para entrar en ese reino tan peligroso como sagrado y sublime de la poesía.
He leído con cuidado y profundo respeto Creencias de verano, otro libro de poemas de Cabrera Cartaya en el que el poeta ni siquiera transige con la más mínima frivolidad. El poeta es un héroe sin crédito, como lo quería Caballero Bonald, y su rítmico musical y clásico irrita al impotente farsante que se acerca a la poesía como el que va a jugar un partido de tenis. Claro, Cabrera Cartaya es un poeta clásico, no solo en la biobliografía de sus estudios, sino en la profundidad y brillante solidez de sus poemas.
En Westhaven Bay & La Montaña Amarilla no hay un fallo, no hay ni una concesión al error o al descuido: la palabra del poeta se hace sujeto sagrado en el poema y cada una de ellas, las palabras, es una epifanía que encuentra su lugar exacto en cada verso. Señalará una vez más la fuerza del ritmo musical y clásico del verso de Cabrera Cartaya, un poeta para leer varias veces, un rotundo y eficiente, un poeta real.
Como un héroe clásico después de la batalla, fabrica con palabras el escenario sensual de su recuerdo
Vigilia en Velora es el título con el que Cabrera Cartaya bautizó su libro de relatos cortos ("cuentos cortos"); un libro en el que el poeta recorre un paisaje que su paleta de colores tiñe de lirismo. Bajo el autor de cuentos cortos está, en Cabrera Cartaya, siempre el poeta, cincelando cada palabra, cuidando eso que los críticos y las gentes de las verdaderas tribus poéticas llaman estilo.
Si el hombre es el estilo, Cabrera Cartaya es su estilo. Y su estilo enciende con luz propia cada una de las palabras y las frases sorprendentes de Vigilia en Veloria. El poeta no se oculta, no se enmascara, al contrario: aparece en cada uno de los encuadres, entre sombras y luces, de cada uno de los relatos. Ahí está la mano certera -porque Cabrera Cartaya es una certidumbre- del poeta, la mano que no tiembla, la mano que cumple la orden del cerebro retratando en una fotografía perfecta el paisaje inventado, añorado, lleno de nostalgia, recordado para el futuro o para el pasado en su presenta exacto.
Cabrera Cartaya no se entretiene a llorar en las esquinas del poema. Como un héroe clásico después de la batalla, fabrica con palabras el escenario sensual de su recuerdo y consigue domeñar las fuerzas del caballo que se oculta en cada una de las palabras usadas por el poeta. Tampoco pierde el tiempo en el vicio del origen porque se sabe nacido de la Odisea, esa biblia laica que muchos lectores del mundo tenemos por texto sagrado. Me alegro en el alma de haber conocido al poeta a través de sus libros.
El poeta, hombre libre y por tanto incómodo, anda solo por la calle, anda en sus barrios reales o inventados, anda en la vida buscando las palabras de oro que le consigan el tesoro sin sospecha del poema. Pero el poeta sabe que en este mundo está condenado a vagar por un desierto interminable, lleno de tormentas de arena y de vientos encontrados y asesinos. Lo sabe porque es poeta y lucha a brazo partido, como el Ulises en el mar, con las armas que le han sido dadas por los dioses: su voz escrita, la palabra poética, la poesía.