El año que se va ya casi se ha ido. Algunos lectores, o tal vez más, nos preguntamos ahora cómo ha sido este tiempo tan corto para la literatura, que es un poco preguntarnos cómo ha sido para nosotros también, los escritores. Lectores y escritores pasamos muchas horas del año respirando y viviendo literatura, un regalo que la vida nos da a algunos, o tal vez más, y que viene a significar más vida para nosotros.
No creo, según todavía puedo recordar, que haya leído muchos libros literarios muy buenos. Tal vez dos o tres. Conste que no son pocos, por lo menos desde mi criterio. Dos o tres libros buenos al año deberían de ser suficientes para seguir amando con pasión la lectura, para querer seguir sabiendo de literatura y aprendiendo en la literatura cosas y asuntos que sólo podemos a aprender en ella.
Dicen las encuestas de las ferias del libro que se ha leído más que nunca… En todo caso, y por simple sentido común, esas encuestas valdrían para el mercado editorial, y podrían cantar las cifras de los libros, los más y los menos vendidos, pero no son libros -los que se venden- que sean los más leídos ni mucho menos.
De modo que yo continúo sentado en mi incómodo sillón del escepticismo: no creo que se lean más libros. O dicho de otra manera, no creo que haya ahora más lectores que antes. O que el número de lectores haya subido este año sustancialmente. Puede que en el año que se va se hayan vendido más libros que nunca, enhorabuena para el mercado del libro, lo que no quiere decir que haya sido un buen año para la literatura, un buen años de libros literarios.
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Una vez conocí a un guardia municipal del pueblo canario del que viene toda mi familia paterna, Agaete, que tenía frases completas y únicas. Una de esas frases la repito yo ahora, cada vez que el escepticismo o la simple duda me atacan por más de un costado. “Los hemisferios están cambiando”, esa era la frase de aquel inolvidable buen hombre de Agaete. Digo yo que, en todo caso, los lectores están cambiando más deprisa que nunca. Las redes sociales son las responsables.
Antes no había lectores ni escritores en esas redes, porque no existían, pero ahora, y en este año que se va mucho más, se han echado fuera del tiesto miles de escritores en todo el mundo. Y millones de lectores se creen que lo son, unos y otros (escritores y lectores), porque leen y escriben en las redes sociales, donde impera una libertad en la que los millones de mediocres que nos rodean se creen lo que no son y encima son capaces de decirles a los que son que en realidad no son porque ellos no quieren que sean.
Otro de los grandes pecados del escritor de hoy es publicar a toda velocidad los libros que escriben a toda velocidad. ¿Qué persiguen? Los escritores de verdad escriben siempre sin prisas porque saben que el animal eterno que persiguen, la literatura, es imposible de alcanzar. Jugamos en la utopía y luchamos hasta más allá del cansancio por alcanzar lo inalcanzable. De modo que hay, en origen, un fracaso que va contra las prisas, esas ansias de determinados escritores por publicar dos, tres y cuatro libros al año.
En mis tiempos hubo un buen hombre que se creía poeta, cuya ansiedad le hacía publicar cinco o seis libros de poemas al año… Nadie lo tuvo en cuenta jamás, pero él se quejaba de que una entrada tan totalizadora a la poesía fuera contestada con el silencio misericordioso del mundo.
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Hasta que se popularizó entre las tribus literarias de toda España unos versitos cabrones que eran el epítome de la labor insaciable de Mario Ángel Marrodán, que así se llamaba -creo recordar- el poeta. “¡Maldición!, dijo el cartero/ tres libros de Marrodán/ y estamos a dos de enero”. Inmejorable respuesta del mundo frente a quienes maltratan la paciencia de la literatura cabalgando sobre un tigre sin conseguir apenas llamar la atención.
Vuelvo sobre los escritores de las redes sociales. Los medios informativos también tienen su responsabilidad, sobre todo cuando contratan a algunos de esos escritores para sus páginas por el hecho de tener cientos o miles de seguidores en sus tonterías de las redes. Pero, en fin, no somos perfectos, ni siquiera en la literatura, para la que en este año que se va seguimos exigiendo, como lectores y escritores, una calidad que no parece ser lo más común de cuanto se publica en estos tiempos tan de correr y a otra cosa.
Tal vez más calma, más reflexión; menos prisa y más paciencia; más rigor y menos superficialidad. Tal vez más talento personal y menos “colectivos”; quizás más esfuerzo intelectual y más estudio. Tal vez esa sería una solución para escapar de tanta mediocridad, de tanta gente que quiere estar sin poder ser, de tanto perro, en fin, para tan poca carne.