La palabra de los poetas posee unas resonancias invisibles que resuelven la magia del lenguaje de una manera excepcional. Ese don lo tienen también ciertos novelistas, ensayistas y profesores de literatura (o de arte, ¿por qué no?) que se delatan como poseedores de un tesoro único que no todos tienen: la inteligencia. Aunque algún mal profesor de Literatura Hispanoamericana de la Universidad de La Laguna, Islas Canarias, haya atribuido en un artículo de prensa al “gran Jorge Manrique” el verso correspondiente a Juan Ramón Jiménez que tiene que ver con lo que estamos escribiendo: “Intelijencia, dame el nombre exacto de las cosas”.



Eso es lo que tienen los poetas de verdad, marcados por la sacralidad de la palabra: el nombre exacto de las cosas. Pero, además de la exactitud verbal, los grandes poetas tienen otro don secreto: el orden sobrenatural de las palabras. Y otra cosa más, importantísima: el ritmo verbal, el juego musical de la palabras en el orden mismo y en la exactitud del nombre exacto de las cosas.

Vengo de la mágica isla de La Palma, del Festival Hispanoamericano de Escritores que tuvo lugar en el pueblo de Los Llanos de Aridane, que tuvo como protagonista a Centroamérica Cuenta, que preside Sergio Ramírez y dirige Neyra. Fue un gran descubrimiento de la palabra poética en boca de hondureños, salvadoreños, costarricenses, panameños, guatemaltecos y nicaragüenses. Grandes contadores en los actos públicos que tuvieron lugar a la intemperie, al aire libre y mágico de la Plaza de España, donde el frescor verde de la sombra de los laureles de Indias nos dieron su bendición desde el primer día.

[Escribir bajo un laurel que habla]

Durante la inauguración de este Centroamérica Cuenta, en el acto público de la bienvenida por parte de los anfitriones, una mariposa en cuyo vuelo se escondía el hada de la vida y de la luz, de la iluminación y de la Ilustración, se paseó en el aire durante más de un cuarto de hora bailando melodías y arias que a algunos y a muchos, a todos, nos sonaron al milagroso secreto de la palabra poética: una bienvenida exuberante bajo las sombras, que no en la penumbra ni en la umbría, de los laureles de Indias pareció la ejecución de una obra de arte por parte de la Naturaleza fundamental de la isla mágica que es La Palma.

Todos los poetas y novelistas invitados desplegaron un talento verbal excepcional que hipnotizó a los asistentes

Bajo esos mismos laureles se desperdigaban los poetas y los novelistas invitados al acontecimiento literario: todos confirmaron lo mismo, ¿dónde estaban que se sentían no como en casa sino exactamente en casa? Todos desplegaron un talento verbal excepcional que hipnotizó a los asistentes a los actos públicos, mesas redondas, conferencias, recitales de poesía, hasta el punto de declarar la convocatoria de este año como la mejor que se había realizado de las cinco que ya han tenido lugar entre tantas  inconveniencias, la explosión de un volcán cercano y la invasión planetaria de la covid.

El poeta hondureño Rolando Kattan fue especialmente un descubrimiento igualmente descubridor. Deambulaba el poeta por los alrededores de la pequeña ciudad cuando descubrió en las afueras un pequeño cementerio sin muertos, unas tumbas abiertas que nunca habían sido utilizadas. De inmediato se le ocurrió una idea real y maravillosa: enterrar allí de una manera simbólica, aunque real y maravillosa, en cada tumba de las que ahora siguen abiertas, a los protagonistas de las grandes novelas de los escritores hispanoamericanos.

Los primeros que fueron elegidos por un sufragio literario completamente informal, pero real y maravilloso, fueron el coronel Aureliano Buendía y Pedro Páramo. Entonces conté en público la vez que tuve que hacerme pasar en México, en una recepción en la embajada española, por el coronel Aureliano Buendía. En el momento de entrar a la residencia del embajador español y tras saludarlo, se me vino encima un hombre de unos cuarenta y tantos años que me dijo que se llamaba Pedro Páramo y que me conocía de haberme leído. Cuando me dijo “soy Pedro Páramo”, no dudé en presentarme como respuesta: “Y yo soy el coronel Aureliano Buendía”. Pero lo real y maravilloso era que de verdad se llamaba Pedro Páramo y era un periodista español de Asturias que ejercía de corresponsal de Cambio16 en Ciudad de México.

Todos estos episodios nos rendían a la isla y al lugar, porque lo real y maravilloso al mismo tiempo había en la isla de La Palma como si fueran, una y otra cosa, el mismo elemento que sustenta la resistencia de los palmeros a los ataques malvados de la Naturaleza y a las milagrosas resurrecciones de la vida, donde el nombre exacto de las cosas sale de la boca de los poetas y de la gente como la cosa más natural del mundo, como el sentido común que le falta a tanta gente en este mundo desquiciado.



Días de paz, de poesía mayor, de bárbaro talento verbal, de juegos con las palabras, los restos, las frases, las comas, juego imperecedero de la “intelijencia” en una tierra inmortal, con forma de corazón abierto a todos los aires de la vida: la isla de La Palma, en Canarias, España, en medio del Océano Atlántico y muy cerca del Caribe.