Murakami nos invita a los escritores, en sus últimas declaraciones públicas, a bajar al segundo sótano de nuestra conciencia para poder escribir con toda lucidez. Un sótano oscuro donde se produce el milagro: la lucidez, ese punto de locura que nos hace distintos, un puñado en todo el mundo. Murakami, como todos sabemos, es oriental, japonés, y bajo esa capa de prudencia pública que exhibe en cada momento se esconde una profunde convicción en la filosofía oriental y en la manera de entender la vida.
En Japón hay otro escritor mucho más popular y querido que Haruki, más querido y popular en el resto del mundo. Cierto universo académico japonés tiene a Haruki Murakami por un escritor japonés que escribe historias que ocurren en ciudades de Estados Unidos, historias que luego traslada, y no siempre, a algún lugar de Japón. En fin, a mi me gusta Murakami, aunque no sé de cierto si ha bajado con frecuencia al segundo sótano de su conciencia. Su discreción educada y su timidez dicen mucho de un escritor que vive entregado a sí mismo y a la literatura, a su escritura literaria.
La conciencia está llena de sótanos. O de capas, como las grandes ciudades del mundo de la que hemos escrito novelistas, poetas y ensayistas que no hemos nacido en ellas, pero de ellas nos hemos enamorado. Decía Lezama Lima, que nunca se movió de su amada Habana, que una de las libertades más grandes del ser humano es poder elegir una ciudad, su ciudad para vivir.
Su discreción educada y su timidez dicen mucho de un escritor que vive entregado a sí mismo y a la literatura
Un ya no tan joven escritor cubano, no sé si lo he contado ya alguna vez, me dijo en una charla que tuvimos en Santo Domingo, que no le había gustado mucho mi novela Así en La Habana como en el cielo porque no había entendido muy bien la ciudad. ¿Cómo voy a entenderla yo, que nací a miles de quilómetros de Cuba, en las Islas Canarias, de esta parte del Atlántico, si incluso los habaneros no la entienden? ¿Cuántos escritores occidentales se han atrevido a escribir sobre Tokio, la ciudad de Murakami, cuando no la entienden bien ni siquiera los escritores japoneses que descienden al segundo sótano de su conciencia para encontrar allí el secreto escondido de su ciudad, convertida en personaje central de la novela?
El ya no tan joven escritor cubano añadió, para que yo me enterara de una vez, que La Habana tenía más de mil capas, como una inmensa milhojas imaginaria, y que -me dijo el joven escritor cubano- yo no había conseguido llegar más que a la séptima capa. Una manera de decirme, con cierta finura, que yo no era habanero y que como novelista quién sabe que cosa sería yo.
He visitado Tokio cinco veces, siempre por razones literarias, pero nunca cometería el atrevimiento de escribir una novela que tuviera lugar en la capital japonesa. Me pareció tan inmensa y de un corazón tan impenetrable que no pude llegar ni a la primera capa a la que suele llegar el turismo primario. Observé todo lo que pude y pude entender ciertas maneras de entender la vida disciplinada de los japoneses. Pero yo no soy turista sino un viajero, un viajero literario, y no me enamoro pasionalmente de una ciudad por mucha belleza que me ofrezca desde la primera visión que me regala.
La invitación de Murakami de bajar al segundo sótano de nuestra conciencia para escribir no es fácil de conseguir
Tengo muy buenos recuerdos de Tokio, pero nada sé de los sótanos de su conciencia ni de los profundos sufrimientos de su gente sino por las novelas de los japoneses que he leído. Eu cuanto a La Habana, la he visitado veintitrés veces, hasta el año 2.000, mi último intento de enamorarla. La quise y la recuerdo como una amante sabia y casquivana, llena de misterios de esquina, como Buenos Aires, donde esperan mil historias para que alguien las cuente con pasión y complicidad. Todo este sentimiento me hizo escribir una trilogía sobre La Habana en tiempos de Fidel Castro, el Hombre Fuerte, pero entiendo al no tan joven escritor cubano, porque La Habana y toda Cuba son interminables y llenas exactamente de sustancias de mil capas.
La invitación de Murakami de bajar al segundo sótano de nuestra conciencia para escribir no es fácil de conseguir. Tal vez tengamos mucho miedo de este lugar más bien desconocido que rehuimos en nuestros instintos porque lo vemos lóbrego, laberíntico, insaciable, lejano, lleno de sombras y fantasmas que nunca descubriremos porque, en realidad, no queremos descubrirlos.
En fin, ni sé en qué sótano refugiarme para escribir. Dicen los habaneros que La Habana es una ciudad físicamente sin sótanos, pero yo no estoy tan seguro sobre los sótanos de su conciencia, tan múltiple, tan móvil, tan exactos e inexactos todo el tiempo, tal vez sótanos donde resuena el eco escondido de la historia que querríamos contar y no encontramos porque no hemos llegado a la altura de la oscuridad que necesitamos para esa labor..
[El escritor japonés Haruki Murakami gana el Premio Princesa de Asturias de las Letras]