La novela póstuma de García Márquez: un bolero de amor que puede cantarse como un vallenato
Salvo por algún secreto muy guardado, no encuentro razones para que el escritor colombiano desechara en vida la publicación del texto.
En agosto nos vemos es un texto narrativo que encubre a duras penas el secreto por el cual tal vez García Márquez desechó en vida su publicación; es un texto que pretende un imposible: que las palabras que lo componen, cada una de ellas, sea una nota musical, y que los párrafos del texto sean lances de amor que subrayen la intención secreta del autor en ese cuento largo: que sea música, no literatura.
Un deseo imposible que hizo que En agosto nos vemos se quede a medio camino para los lectores avisados: no alcanza la brillantez verbal de otros relatos de García Márquez por la obsesión musical del autor y no llega al cielo de transformar del todo el agua en vino, la palabra exacta en música completa. Todo esto lo digo lleno de dudas sobre la narración, y a expensas de encontrar algún motivo seriamente intelectual y literario para que García Márquez no quisiera publicarla. Por lo demás, nada que objetar sino todo lo contrario.
La historia que se narra es un bolero de amor que puede cantarse como un vallenato y hacerse popular en medio del Caribe; sí, se siente el calor leyendo el texto, la adjetivación es la más propia de García Márquez, el detalle cuidadoso, el ritmo del párrafo, la música de la palabra, la ausencia de adverbios de modo, el uso de verbos exactos en el lugar y el tiempo exactos, el juego de las aliteraciones, los diálogos sacados de una película de amor, los guiños constantes a sus lectores de siempre (que, en el fondo, son guiños del autor hacia el primer lector del texto, que es él mismo).
['Nos vemos en agosto': crítica del libro póstumo que el propio García Márquez quería destruir]
Todo es musical en ese intento mágico de convertir la palabra en música y el párrafo —en mi criterio, su unidad narrativa fundamental— en parte de la melodía con la que el deicida que fabrica este mundo narrativo quiere a sí mismo convertirse en compositor musical. Ese milagro se queda en intento, es verdad, pero es un intento glorioso desde el punto de vista de un narrador excepcional y único que no tiene que dar ya cuentas a nadie de su admirable talento literario y cultural. Música, pues, maestro.
En comparación con otras novelas cortas y algunos libros de relatos de García Márquez, En agosto nos vemos no desmerece. Incluso me atrevo a decir que es mucho mejor, desde un estricto punto de vista literario, que Memoria de mis putas tristes, que además recuerda demasiado al relato de Yanusari Kabawata sobre el mismo asunto, La casa de las bellas durmientes, y —sobre todo— no demuestra los mismos recursos literarios y culturales que En agosto nos vemos.
No alcanza la brillantez verbal de otros relatos de García Márquez por la obsesión musical del autor
Los personajes de este relato se dibujan para el lector mucho más claros que los del texto de "las putas tristes", que dan la impresión de ser un ajuste de cuentas con la biografía licenciosa del escritor en el gran momento de aprendizaje juvenil. Desde luego, En agosto nos vemos es más regular en su recorrido que Vivir para contarla, la memoria personal de García Márquez que el novelista escribió como si fuera un relato más de los que escribió a lo largo de su vida.
En agosto nos vemos se me acerca bastante a algunos cuentos del libro Del amor y otros demonios y, desde luego, a El general en su laberinto. De modo que no, no es El coronel no tiene quien le escriba ni Crónica de una muerte anunciada. Pero, salvo por algún secreto muy guardado, que yo me atrevo a intentar desvelar en este comentario de lectura, no encuentro razones mayores para que el escritor colombiano desechara en vida la publicación del texto.
En comparación con otras novelas cortas y algunos libros de relatos de García Márquez, 'En agosto nos vemos' no desmerece
De modo que, por una vez, bendita traición. Vaya usted a saber si algún día a uno de esos magníficos compositores de vallenato y otras músicas del Caribe creador, que aparecen como por arte de magia desde detrás de una palmera, se atreve a poner encima de un escenario lleno de candilejas, luces y con todo el calor y el colorido de aquella geografía esta narración musical de García Márquez.
Me decía con frecuencia Carlos Barral, en medio de risas de celebración, que cuando leía a García Márquez le parecía estar "oyendo" hablar a un narrador —un brujo hablador— del norte de África; una boutade que hizo fortuna en los predios editoriales e intelectuales Barcelona y que a Gabriel García Márquez no le gustaba nada.
Pero en En agosto nos vemos hay más: hay parte de Hemingway, de Maugham, de Scott Fitzerald y sí, del bolero tradicional que relata en clave musical el verso, los lances, glorias y desventuras del amor humano, ese que nunca acaba y en el que el brujo hablador y el prestidigitador verbal que hay en García Márquez es un experto musical.
Desde luego, que la novela es el homenaje a la música que le gusta al autor está claro en el texto, y que su secreta pretensión de convertir el agua en vino, como un hacedor de milagros, también. De manera que he pasado un gran rato leyendo y releyendo esta novela. Claro, enhorabuena a sus hijos, a sus editores y a la memoria del autor. Oigan la música, pues, y lean la novela.