Rematé el despido de José Luis Cienfuegos con unas breves líneas recomendando su contratación a cualquiera que tenga dos dedos de frente. Los hechos posteriores a su inminente e injusticado despido son elocuentes, cineastas de todo el mundo clamando por la injusticia en un movimiento que ha sido sencillamente conmovedor porque es bonito que la gente se movilice cuando hay una causa justa. Cienfuegos no ha querido hacer declaraciones después de la escandalera y el masivo movimiento a su favor. Lo cual le honra. Debo decir, en este punto, que en su carta de despedida me emocionó que hablara de esos "críticos en ciernes" por los que el festival apostó. Y me recuerdo a mí mismo con 25 y 26 años correteando por Gijón y me enternezco.







José Luis Cienfuegos



Dicho esto, tengo tendencia a ponerme del lado de aquéllos a quienes todo el mundo ataca. En este caso, claramente, el señor Nacho Carballo, sometido a una campaña de acoso y derribo desde el mismo momento en el que se anunció su nombramiento. Por otra parte, en el fragor de la batalla, también creo que se tergiversaron sus primeras palabras. La intención era buena, pero tampoco parecía bonito el ir a cargárselo de buenas a primeras sin concederle un mínimo período de gracia. Sus declaraciones de hacer "un día de Asturias" no suenan muy bien, pero suenan mejor sus palabras en la línea de que mantendrá el certamen como estandarte de modernidad.



Finalmente, nunca me han gustado esas cazas de brujas a las que somos tan dados los españoles. Además, en estos tiempos aciagos que corren, se me ocurren pocos profesionales del cine (o ninguno) que hubieran rechazado un cargo tan suculento. Carballo tiene derecho a querer "su" festival incluso aunque no estemos de acuerdo con él. El nuevo director tomó posesión del cargo el pasado 26 de enero mientras centenares de personas protestaban delante del Teatro Jovellanos. Desde luego, no es el mejor arranque. Y en vista de lo feo que se ha puesto todo, lo mejor sería que no hubiera aceptado el nombramiento. Hay que saber parar.







Nacho Carballo



Pero lo que es injustificable es la forma. Nunca olvidaré un artículo de The Economist titulado "Don't Forget The Ham" ("No olviden el jamón" en ancho castellano. La tesis era la siguiente y muy conocida, en cuanto hay un cambio de Gobierno, se cambia todo en España, da igual que un director de hospital sea excelente o que el jefe de la policía sea eficaz e implacable, si no es de la cuerda de le echa, sin más. Es vergonzoso y es uno de los lastres más horribles que arrastra España, donde no importa tanto la calidad del trabajo como el ser "colegui" y reír los mismos chistes de la panda, sea cual sea. Esa falta de rigor está ahuyentando a muchos profesionales de nuestro país.



Ahora, resulta que Cascos no puede aguantar a su Gobierno y tiene que convocar elecciones seis meses después de haberlas ganado, lo que viene a redundar en este espectáculo de opereta que parece haberse convertido una de las regiones tradicionalmente más serias y dinámicas de España. Durante mi última visita al Festival de Gijón, me acerqué al ya clausurado centro Niemeyer. No podía ser más triste y desolador el espectáculo. Esa cáscara hermosa y vacía se me figuró como la mejor metáfora de esta España hundida. Era como el esqueleto de una generación perdida y humillada. El bello envoltorio de una nada basada en el despilfarro y la necedad. Continuará...







Centro Niemeyer, Avilés