No deja de ser curioso que a pesar del empeño de Antonio Chavarrías por insistir en que Dictado no es una película de género, Filmax la esté promocionando como una cinta de terror pura y dura. El cartel, con reminiscencias de El laberinto del fauno, resalta la imagen de la niña protagonista como un ser diabólico. Los niños malos, o monstruosos, por algún motivo, dan mucho miedo cuando están bien logrados. Esa mezcla entre peligrosa inocencia e intrínseca maldad causa especial pavor. Quizá porque un niño, para un adulto, siempre es un misterio.
Niños malos ha habido muchos y algunos especialmente memorables. La niña de El exorcista, diciendo cosas soeces y moviendo la cabeza marca un hito en el género. Y recuerdo con agrado aquella película en la que Macaulay Culkin hacía de malo malísimo al lado de un Elijah Wood santón mucho menos divertido, se llamaba El buen hijo. Desde luego, Damien de la, interminable, saga de La profecía es especialmente inquietante. Otro clásico, El pueblo de los malditos, de Carpenter, con esos infantes fantasmales y que sirvió de inspiración para Haneke en su canónica La cinta blanca.
Este viernes, otro niño malísimo se añade a la cartelera, Kevin, y es de los buenos, en el mal sentido, claro. Tenemos que habar de Kevin, basada en el best seller de calidad de Lionel Schriver (Anagrama), es una película fantástica. Narra el descenso a los infiernos de una madre (Tilda Swinton en todo su esplendor) que que ve cómo su vida se va al garete en cuanto nace su primer hijo, un verdadero psicópata desde la cuna. La pregunta que plantea el filme es tan sencilla e inquietante como ¿Cómo reaccionarías si tu hijo fuera un psicópata? Es un conflicto terrible y conviene no desvelar más claves de las necesarias pero Kevin, realmente, es muy malo.
Desconozco la breve filmografía de su directora, Lynne Ramsay, apenas dos títulos, Ratcatcher (1999) y El viaje de Morvern (2003), con Samantha Morton. Sí aprecio sus virtudes como cineasta en esta inquietante Tenemos que hablar de Kevin. Ramsey acierta al adoptar el punto de vista subjetivo de una mujer que es madre tardía tras una vida que adivinamos plagada de aventuras como reportera de viajes a caballo con la sofisticación de Nueva York y una posición acomodada. La estructura en forma de mosaico, con continuos flashbacks, mantiene la tensión y con su tono cubista reproduce la pesadilla de esa mujer arrojada a los infiernos. El terror que plantea es doblemente inquietante, porque en todo momento vemos a una mujer que no entiende que la enfermedad de su hijo no es culpa suya y hace todo lo posible por salvarle.
Entre golpe de efecto y golpe de efecto, que los hay y muchos, la película también lanza algunos dardos envenenados contra la forma americana, exportada como siempre al resto de Occidente, de educar a los niños. En tan solo unos meses, sendos libros, el de la china Amy Chua Himno de batalla de la madre tigre y el de la francoamericana afincada en Francia Mireille Guliliano, French Women Don't Get Fat, han alertado sobre el exceso de permisividad y la costumbre, cada vez más implantada, de que los niños se conviertan en dueños y señores de la casa y puedan hacer lo que les dé la gana. En la peícula vemos cómo un padre bienintencionado pero absolutamente desconectado de la realidad interpretado por John C. reilly se empeña en hacerse el colega con un hijo al que llama "buddy" y trata como si fuera un crío cuando es un verdadero monstruo. Sin duda, a muchos se les pasarán las ganas de hacerse el enrollado con los niños después de ver esta demoledora y a ratos excelente Tenemos que hablar de Kevin.