El otro día fui a ver Seis puntos sobre Emma, ópera prima de Roberto Pérez Toledo que se estrena el próximo 11 de mayo tras su muy exitoso paso por salas de Canarias. Es una película sencilla e imperfecta, con algunos defectos de ritmo o de verosimilitud, pero tiene lo más importante, y lo más difícil, alma. Es una película poco pretenciosa, directa y hermosa. Habrá tiempo para profundizar en ella cuando se estrene. De momento, una pequeña pega que quiero hacer extensible al cine español en su conjunto: la música. Y cuando hablo de música no me refiero a las maravillosas bandas sonoras de Alberto Iglesias, que buenos compositores hay, si no a la absoluta falta de sintonía entre el pop rock de calidad español y el cine.
Veamos Seis puntos sobre Emma. Es una película que claramente bebe del universo indie de ascendencia yanqui, el mismo que se dedicaba a reproducir concienzudamente Isabel Coixet en sus primeras películas. Ahí están esos personajes jóvenes y desorientados, el gorro de castor de Verónica Echegui, que es referencial de una forma prístina, o ese tono delicado. Podemos encontrar con facilidad antecedentes en las comedias de Spike Jonze, el trabajo de los hermanos Duplass o el Paul Thomas Anderson de Punch-Drunk Love. Nada que objetar. Toledo maneja bien sus fuentes y las hace propias. Pero al final, ay, al final suena una canción titulada Pez de plomo, de unos tal Magnètica, que es una nueva ración de pop español "comercial" radioformulero, insulso y sin personalidad.
Esa falta de imbricación entre el cine y la música moderna de calidad que se hace en España se deja notar en muchos aspectos. Los estrenos de cine, por ejemplo, suelen ir sucedidos por una fiesta en la que suena el mismo pop house que se puede escuchar en una carpa para pijos. Mientras en Estados Unidos los directores independientes muestran una querencia total hacia la música de vanguardia de su país, en España no sucede lo mismo ni de cerca. No deja de ser curioso que el único caso claro que conozco de imbricación exitosa, reciente, sea el de Dorian en una película tan súper comercial como A tres metros sobre el cielo.
En una ciudad como Madrid, sin ir más lejos, el mundo del indie musical vive mucho más cerca del de la moda que del cine, que parece que pertenezca a otra galaxia. Es asombroso, y es una pena, que los cineastas españoles no hayan decidido enriquecer su talento y su visión con el de músicos como Nacho Vegas, el Guincho, Refree, Antonia Font, Klaus and Kinski, Cuchillo o en realidad prácticamente ninguno de los artistas más punteros del panorama independiente. A veces, el mainstream del cine español tiene ese problema, que es demasiado mainstream. Un poco de exquisitez, o simplemente de amor a la música, no solo no viene mal, es esencial. Al fin y al cabo, el cine primero es audio y luego visual.