Ante el enorme éxito de Lo imposible, segunda película de Juan Antonio Bayona, propongo varias reflexiones al respecto. Los datos son apabullantes: 10,3 millones de euros en un solo fin de semana (de tres días, pero impresionante se mire por donde se mire) que significan más de un millón de espectadores. Con las entradas de cine por las nubes, el cineasta catalán no solo ha terminado él solito (bueno, con la ayuda de Naomi Watts, Ewan McGregor y muchos efectos especiales) con un mal año para el cine en salas también ha batido un récord histórico.



1. Lo primero es alegrarse. Hay quien censura que se dé demasiada importancia a la taquilla y estoy de acuerdo. El éxito de público no significa automáticamente que una película sea buena, ejemplos los hay a decenas. Asimismo, los medios de comunicación han caído en exceso en la glorificación de lo popular, a lo que se concede una publicidad gratis impresionante, mientras películas de enorme calidad quedan relegadas por su carácter minoritario. Eso es más que cierto. Pero llevar un millón de personas al cine en los tiempos que corren es un logro que tiene mucho mérito y es indiscutiblemente una buena noticia para el cine español, empezando por lo que tiene de positivo para arreglar su maltrecha imagen. Hay quien considera que las películas son buenas cuanto mejor "hechas" están, y la indiscutible calidad técnica de la película debería tener un efecto positivo a la hora de valorar una profesión tantas veces subestimada. El fracaso de Lo imposible, además, habría supuesto un mazazo brutal a una industria como la local ya muy castigada por los recortes, los IVAs y los mil etcéteras que padecemos a diario.



2. Bayona es un "cahierista". Hay quien cree que la película de Bayona entra de lleno en el juego de Hollywood y así es. Hay quien considera que Bayona no es un verdadero autor sino un manipulador de emociones que hace cine de palomitas. Sin embargo, la realidad es que Lo imposible se parece, y mucho, al cine de figuras idolatradas por los críticos ortodoxos como Lisandro Alonso, Albert Serra o Javier Rebollo. Con este último, hay una historia que tiene su sentido. Una vez, visitando el set donde rodaba La mujer sin piano, una buena película, por cierto, me sorprendió mucho que considerara a Carmen Machi no tanto como un ser humano o un personaje, sino como un elemento más dentro del plano. En este sentido, Machi estaba indignada con Rebollo (lo cual me dijo sin cortarse un pelo) porque sentía que era una figura de decorado y no podía hacer lo que ella consideraba que es hacer de actriz, o sea, interpretar a un personaje.



Algo muy parecido sucede con los no-personajes de Bayona. No sabemos nada de Naomi Watts ni al principio ni al final de la película como tampoco sabemos nada de Ewan McGregor. Nunca se nos dice si son ambiciosos, embusteros, leales, simpáticos, tontorrones o aficionados a la literatura japonesa. Como los autores mencionados, a Bayona no le interesan tanto las personas de carne y hueso, las personas concretas con sus defectos y virtudes, sino su posición en el plano y su condición de símbolos de "lo humano". Entramos de lleno en el reino de la estética, un reino que muchos críticos de cine consideran que es el "verdadero" cine al prescindir de los antiguos personajes para sustituirlos por un "lenguaje audiovisual" en el que los humanos no son más que manchas en la pantalla que forman un todo armonioso. Hay en Bayona además esa misma intención de trascendencia que muchos críticos del lado pureta consideran que es la verdadera misión del cine, descubrir lo religioso, la imagen como puerta al más allá.



3. Ahí va otra historia. Una vez, haciendo un reportaje sobre la relación entre cine y literatura me sorprendió mucho que los encuestados, todos ellos veteranos con pedigrí como Vicente Aranda o Fernando Trueba, dijeran que el cine es una parte de la literatura, una derivación nueva pero derivación al fin y al cabo. Estoy seguro de que si la encuesta hubiera sido entre figuras de menos de 40 años casi todos o todos habrían dicho que no, que el cine es un lenguaje completamente distinto y que la confusión casi ofende. Sin embargo, el cine sí es parte de la literatura en cuanto que es un arte narrativo y la historia está llena de novelas sin personaje, sin trama, sin ni siquiera un mínimo sentido como esas películas que no queriendo ser literatura y solo cine las imitan. Esta obsesión por el post-cine, ese que finalmente se libra de las cadenas de la dramaturgia y los personajes, ha llevado, muchas veces, a un cine peor, en los multicines y en los foros más exquisitos.



4. ¿Es este el cine europeo que queremos? Es fantástico que el cine europeo pueda competir con Hollywood con sus mismas armas. Lo he dicho, una película como Lo imposible es buena para el cine español. Pero cuando termina el propio filme, uno se queda sorprendido al constatar la diferencia entre los muy morenos y zaragozanos protagonistas reales de la historia y los rubísimos actores que los encarnan. Si todo el cine que se hace en España es éste nos quedaremos sin películas que reflejen nuestra verdadera realidad y es una inmensa pena. Con las penurias que pasamos, las televisiones son en este momento una de las escasísimas fuentes de financiación del cine actual y los ejecutivos de las mismas, obligados por ley a gastar, no disimulan que prefieren hacerlo todo de golpe en una película grandiosa (preferentemente en inglés con estrella de Hollywood) que en varias de más dudosa proyección y resultados. El cine español no puede ser solo Lo imposible, del mismo modo que el europeo no puede renunciar a su gloriosa tradición de cine "pequeño", intelectual si se quiere y más hondo para hacer una fotocopia de Hollywood. El cine europeo, en suma, no puede desaparecer.



5. Forma y fondo. Susan Sontag ya advirtió sobre los peligros de crear una distinción maniquea de ambos conceptos, pero la realidad es que Bayona, como he dicho, se inscribe en una ola de cineastas de su generación mucho más preocupados por el "ser humano en sí", como abstracción, sin nacionalidad ni contexto ni especificidad, lo cual va de la mano por una voluntad estética que los aparta de las urgencias de su tiempo. El cine de los años 70 reflejaba los años 70 y el cine de ahora, incluso el mejor, muy pocas veces refleja lo que está pasando en parte también por el descrédito del cine social o político. Los apóstoles de la muerte del cine "literario" y de la vanguardia parecen muchas veces abocados a una falta de compromiso artístico con el presente y su verdadera problemática que está convirtiendo al cine en un espectáculo, de masas o para gustos refinados, que tiene como resultado películas muy bonitas de ver y perfectamente hechas a las que quizá les vendría bien un poco de imperfección y de valentía a la hora de penetrar e influir en los grandes debates que nos acechan. Otro ejemplo reciente lo hemos visto en la preciosa pero inane The Deep Blue Sea, que algunos consideran una obra maestra, o en la filmografía de Naomi Kawase. Ojalá también surja un cine radical, incluso mal hecho, que mire de frente al presente y lo violente.



6. La épica. Con esto ya termino. Entrevistando a Bayona y a González Molina, los reyes de la taquilla, el segundo, recordemos, ha arrasado con Tengo ganas de ti, hay una palabra que ambos repitieron varias veces: épica. De hecho, sorprende vivamente lo mucho que se parecen ambas entrevistas, incluidos sus esfuerzos por intelectualizar el mensaje al tratarse de El Cultural y estar a la altura (es una ironía). Ambos son muy inteligentes y manifiestan sin pudor su voluntad de hacer arte pero de hacer negocio. Y lo resuelven con esa, la épica. Y el público les da la razón, lo cual me parece bien. Pero es terrible que el cine, la sala de cine, acabe siendo vista como exclusiva de esos títulos mientras se resuelva que las otras películas es mejor verlas en casa o no verlas porque para eso están las series. Se multiplican en los últimos tiempos quienes opinan que el cine intermedio va a desaparecer y entre Lo imposible y Diamond Flash no habrá nada. Ese lugar intermedio, el tradicional del cine europeo de mayor raigambre, no debería desaparecer. Y si lo hace, será una catástrofe cultural. Lo cual, y ya termino, no sería culpa de Bayona, que tiene todo el derecho del mundo a seguir su camino y al que hoy hay que felicitar, efusivamente.