Es posible que para alguna gente una comedia firmada por Ken Loach sea algo así como un drama intimista de Roland Emmerich o Bayona producido por Miñarro: una contradicción en los términos. De hecho, la única comedia pura y dura de Loach hasta la fecha, Buscando a Eric, sobre un obrero obsesionado con Cantona, era bastante floja. Sin embargo, al cine del británico siempre lo ha recorrido una soterrada y socarrona ironía, muchas veces producto de esa actitud libertaria y faltona de esa clase baja que tanto ama, la risa surge como estallido de vitalidad contra la rigidez y la ceremonia de un poder absurdo y denigrante.
Existe la cuestión del "compromiso". Una cuestión que muy probablemente solo atañe a Loach como ser humano y a quienes quieran considerarlo su gurú ideológico. La mirada del cineasta, uno de los grandes, va mucho más allá de sus planteamientos de izquierdas: es la mirada de un hombre que ha decidido convertir a los desheredados en sus protagonistas; sus películas, al menos la mayoría, o las buenas, que son casi todas, no defienden tesis, no fuerzan la realidad para que quede claro que los ricos tienen que pagar más impuestos, simplemente reflejan la vida de millones de seres humanos que sobreviven en Occidente en condiciones precarias. Son también, o sobre todo, un canto de amor a la cultura obrera británica, y en último término, a la bondad humana. Defender la bondad es lo que hacen los artistas, va más allá de diferencias doctrinarias.
Todo ello converge en la espléndida La parte de los ángeles, en la que Loach, con un guión de su escudero Paul Laverty, da rienda suelta a su soltura en el manejo de la ironía y el sarcasmo mejor entendido. Protagonizada por un atractivo joven de familia hiperdesestructurada y condición social mísera, la película vendría a ser una puesta al día de esa picaresca española que nos hace confraternizar con el delincuente porque todos sabemos que el debate sobre la naturaleza del delito va mucho más allá de lo que dice el puro código penal. Es una historia de amor y es una historia de supervivencia, es una película muy divertida que no hace la poética de los perdedores (esa cursilería de ensalzar el fracaso) sino que reivindica la marginalidad como territorio para la necesaria irreverencia y la "normalidad" como un derecho inapelable.