Desconozco los motivos por los que la inmensa obra de Carlos Saura no es objeto de constante veneración en España. He entrevistado a prácticamente todos los cineastas españoles, y el único director que me ha reconocido a Saura como una importante influencia no ha sido ninguno nacional sino Quentin Tarantino. El propio Saura, en las dos veces que le he entrevistado en su caserón de la Sierra madrileña, se ha referido a este especie de ninguneo al que es sometido pero sin aspavientos, simplemente constatando que tiene la impresión de que en Francia y otros países sus películas gozan de mayor prestigio.



Saura prepara estos días la preproducción de una película que lo devolverá a esos focos de los que él rehuye con tanto ímpetu porque parte de la "invisibilidad" del cineasta también tiene que ver con su alergia a los shows promocionales o la vida mundana. Su nuevo filme, 33 días, tratará sobre las tantas jornadas que Picasso empleó en pintar el Guernica y el reparto cuenta con Antonio Banderas como el pintor y Gwyneth Paltrow como su amante, la fotógrafa Dora Maar. Será, además, el regreso de Saura a la ficción tras una época en la que el cine musical ha acaparado casi toda tu atención con títulos como Sevillanas (1992), Tango (1998) o Fados (2007) .



Si me preguntaran cuál es mi director de cine favorito diría que Almodóvar es el que está más cerca de mi corazón (también por cuestiones generacionales, con él sí he crecido viendo sus películas); Buñuel el que está más cerca de mi cerebro y Saura de mis vísceras. En el período que va de 1966, con el éxito de La caza, hasta 1981, con Deprisa, deprisa, el cineasta realiza una serie de asombrosas obras maestras unidas por tratar el mismo asunto de la brutalidad de España. En esos tiempos confusos de nuestra Historia reciente, en los que la sangre de la guerra civil aún hervía mientras se atisbaban los cambios cercanos, Saura ejerce el papel no solo de artista, también de notario de su tiempo.



Al ver La caza, no es difícil entender por qué Tarantino la cita como una de sus películas favoritas de todos los tiempos. Si el americano se ha convertido en un maestro a la hora de generar expectativas en el espectador y alargar al máximo el clímax, Saura se muestra en esa película como un maestro en el mismo arte. La asfixiante epopeya de unos amigos separados y enfrentados por crímenes no resueltos de la guerra que desemboca en una sorda violencia ofrece una de las metáforas más contundentes y logradas que jamás se hayan hecho del cainismo español.



Ana y los lobos (1973) es una de las mejores películas de la historia del cine y un extraordinario tratado sobre la "excepcionalidad española". La amarga peripecia de esa joven niñera que entra a trabajar en un caserón habitada por una familia de tanta nobleza como inutilidad supone un descenso a los infiernos del machismo, la brutalidad, la intolerancia y la desfachatez de una clase social anquilosada e improductiva que considera al populacho como carnaza. Cría cuervos (1976) es una de las mejores películas sobre la infancia, una refinada y perversa aproximación a esa época del nacer de la vida en la que la muerte puede convivir perfectamente con lo real al tiempo que ofrece una sutil metáfora sobre los cambios de la sociedad postfranquista.



En la sensacional Mamá cumple cien años (1979) Saura reincide en la sátira social de esa clase social alta envilecida por un poder despótico y con pocas trazas de querer ponerse a trabajar y abandonar sus privilegios. Deprisa, deprisa (1981) es la magistral aproximación del cineasta al cine quinqui de la época y es una bellísima película sobre la fatalidad y la juventud que brilla como un poderoso testimonio de su tiempo. Fue esa la época en la que Saura trabajó con Elías Querejeta, guionista ahora de 33 días y con el que vuelve a colaborar a pesar de sus sonadas discrepancias.



Hubo después de esos años otro Saura igualmente brillante, más volcado en el cine musical y donde culmina su primera trilogía flamenca con el bailarín Antonio Gades, filmes como Carmen o El amor brujo que obtuvieron un gran éxito internacional y aun hoy gozan de amplia distribución internacional. El asunto de España, que tanto ha preocupado a Saura, se refleja de una manera más tangencial y en la fuerza del flamenco parece expresar el director el mismo amor como el mismo terror ante la pasión de nuestro país. Un asunto que rescata en todo su esplendor en El 7° día (2004) quizá la última obra maestra que ha dirigido.



Saura pertenece a esa rara estirpe de españoles civilizados, de artistas puros y refinados que observan nuestro país con una mezcla de distancia y de amor, fascinación y terror. Meticuloso cirujano del alma humana, crítico incansable de los vicios españoles y exportador mundial de lo mejor de su arte, da la impresión de ser un hombre dividido entre el país que no puede dejar de amar y las ideas y forma de ver el mundo a la que tampoco puede renunciar. Carlos Saura es un genio y ojalá 33 días esté a la altura de su inmenso talento.