[caption id="attachment_900" width="560"] Susana de la Sierra deja la dirección de ICAA. Foto: Sergio González[/caption]
He entrevistado a Susana de la Sierra, recién dimitida como presidenta del ICAA, dos veces. Tengo un amigo que siempre se burla de que salgo enamorado de ella y es cierto que siempre he admirado su conocimiento exhaustivo del sector cinematográfico, su verdadera pasión por el cine, y su compromiso inapelable con un modelo de cine europeo que busca la rentabilidad pero también respeta y anima a la existencia de verdaderos autores, de verdaderos artistas. Hablar con de la Sierra significaba siempre vivir en la extraña paradoja de que lo que decía sonaba a música celestial pero no tenía nada que ver, o muy poco, con la manifiesta escasa voluntad del Gobierno por arreglar el desaguisado. No es una cuestión de percepción, los presupuestos para el cine son de largo los que más han sufrido con la crisis del ya castigado sector cultural (de los 49 de cuando entró a los 33 de ahora, la ley en vigor, la de Guardans, parte de la base de un mínimo de cien) a sumar las interminables reuniones interministeriales para una nueva ley del cine sencillamente imposible si lo que pretende es descargar en el sector privado el grueso de la financiación ofreciendo una desgravación del 20%. Si ya es difícil que el cine español sobreviva sin subvenciones, con un porcentaje tan escaso el suicidio está asegurado.
A lo largo de este tiempo, la situación de Susana de la Sierra se hacía insostenible. Mujer discreta, trabajadora y entusiasta, la directora general del ICAA ha tenido que lidiar con una situación rayana en la tragedia griega. De momento, el cine español sigue funcionando legalmente a base "amortizaciones", pagos a posteriori del estreno en función de sus resultados en taquilla, que el Gobierno ha dejado de pagar mandando a la ya precaria industria patria al infierno, literalmente. No solo eso, en su afán por gastar menos, el ICAA se ha dedicado a reinterpretar las leyes para encontrar siempre motivos para no cumplir con lo prometido además de someter a todo el sector a una especie de tercer grado para descubrir a aquellos productores que habían hecho alguna trampa. Si a esto sumamos las agresivas inspecciones de Hacienda a diestro y siniestro, los productores españoles llevan tres años de tortura. El resultado a la vista está, en España casi no se hacen películas, las pocas que se hacen tienen un perfil mucho más comercial que artístico porque todo depende de las televisiones y los directores de cine de autor malviven con películas de bajo presupuesto que les dan una épica que gusta mucho a la prensa y muy poco a quienes las hacen.
Existe una directiva europea que obliga a los Estados miembros a apoyar el cine local con fondos públicos. Por otra parte, salta a la vista que siempre es bueno implicar a los actores económicos y financieros en la producción. Es un equilibrio deseable y estoy seguro de que si a Susana de la Sierra se le hubiera dado por parte de su propio Gobierno un poco más de apoyo, un poco menos es imposible, hace tiempo que el cine español podría tener una ley muy digna y haber acusado la crisis, como todos, pero nunca ha hecho ninguna falta destruirlo del todo, cosa que va camino de suceder. El cine en España de hoy se queja mucho menos que antes, lo cual tiene su aquél porque antes no estaba ni mucho menos tan mal como decía y hoy está mucho peor de lo que parece. A todas éstas, ya ni me acuerdo del retraso que lleva la ley del cine (dos años, quizá más) o de las interminables y numerosas reuniones entre el Gobierno y el sector que ha habido, reuniones que no han servido de momento para nada porque no existe ninguna voluntad de hacer nada por el sector más allá de dejar que se pudra, casi como si fuera una cuestión de justicia poética su debacle.
Susana de la Sierra se va como vino, de manera elegante y sin decir una palabra más alta que otra. Le ha cogido el teléfono a todo el mundo y lo que ha tenido que aguantar no tiene que haber sido agradable, productores arruinados manteniendo contra viento y marea sus empresas, esperando unos fondos prometidos que tardaban mucho más en llegar que a otros sectores de la vida económica. Hoy mismo la deuda sigue siendo inmensa. Así España va camino de convertirse en un desierto cultural. Los cargos públicos pueden ser los más desagradecidos de todos, a Guardans le perdió su soberbia, a Susana de la Sierra la han perdido los suyos, al final uno tiene que acabar harto de ser el rostro bonito del Mal. Toda la suerte, ojalá vuelva y pueda hacer su trabajo algún día.