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Que una película estonia se mantenga en cartel en varias ciudades más de dos meses después de su estreno es un hecho notable. Mandarinas, con este título tan curioso y atractivo, se ha convertido en uno de esos éxitos sorpresa del año, una de esas películas que sin hacer nunca mucho ruido va encontrando su hueco en los cines y el boca-oreja les da una larga vida en las salas. Al parecer, se siguen llenando.
Mandarinas, dirigida por Zaza Urushadze, es una verdadera maravilla. Una de esas películas pequeñas que brillan como joyas y uno las guarda en su corazón como un tesoro preciado. Ambientada durante el conflicto entre Georgia y Estonia durante los años 90, conocida como guerra de Abjasia, fue una batalla surgida porque el norte del país, donde viven muchos estonios, quiso independizarse de Georgia para pertenecer al vecino. No hace falta ser un experto en política eslava para comprender de qué va el asunto porque la historia es universal y, además, de si algo sabemos en España es de este tipo de temas.
Con la guerra en su punto más cruento, la mayoría de estonios han huido a su país de origen para evitar ser masacrados por el ejército georgiano, mucho más poderoso porque cuenta con el soporte de Rusia. Un hombre, un anciano, se mantiene en su casa, por motivos que se irán desvelando, y se dedica a lo que siempre ha hecho, recolectar mandarinas. En plena cosecha, la obstinación de este venerable viejo por mantener sus ritos ancestrales tiene algo de absurdo y de totémico, es un grito de racionalidad contra lo irracional, un tributo también a los ciclos inalterables de la naturaleza, ajena a la locura de los hombres.
En un ambiente tenso, un episodio de lucha entre georgianos y estonios acaba con varios muertos y dos heridos, uno de cada lado. El viejo los cuida en su casa con mimo evitando que el más aguerrido, un checheno alistado a la causa estonia o más bien antirrusa, acabe matando al otro al que culpa de la muerte de sus compañeros, entre ellos su mejor amigo. Toda Mandarinas, empezando por ese título, es un canto a la concordia y un grito desesperado contra la locura de la guerra. Ese viejo bueno que entierra al enemigo (en una de las escenas más emocionantes, cuando revisa sus documentos observa que son críos) y tiene la capacidad, insólita en el lugar, de ver a seres humanos y no banderas.
Las propias mandarinas nos remiten a un universo de poesía. En el filme se dan cita un estilo claramente inspirado en Tarkovski como sucede con casi todos los cineastas rusos destacables de la actualidad (Sokúrov, Zvyagintsev) con esos movimientos de cámara "metafísicos" así como un estudio de personajes en una situación (tres hombres encerrados en una casa, un árbitro y dos enemigos) en la que el cineasta es capaz de contarnos y extraer la humanidad de todos los personajes, incluso del que parece más antipático. Recorrida por un delicioso y sutil sentido del humor que matiza un poco la carga dramática de una película que podría ser mucho más dura, Mandarinas es un bello filme y es una suerte que los espectadores españoles se hayan dado cuenta. Que siga su éxito.