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El próximo septiembre se cumplen 70 años del estreno en Italia de una de las películas más importantes del siglo pasado, Roma, ciudad abierta (1945), con la que su director, Roberto Rossellini, alcanzó la gloria mundial tras la llamada "trilogía fascista". Rodada apenas unas semanas después del fin de la segunda guerra mundial y la retirada de las tropas nazis de la ciudad eterna, Roma, ciudad abierta está considerada como quizá la película más importante de la historia del cine italiano y hoy sigue siendo un documento de enorme valor, tanto por lo que nos cuenta y cuándo (hay una visceralidad e inmediatez en sus imágenes que quizá es imposible reproducir hoy en cualquier película sobre la época), como por su capacidad para crear personajes tridimensionales que se enfrentan a una realidad terrorífica y a los que Rossellini retrata no desde la distancia o con una moral a posteriori, sino profundizando en los dilemas de ese tiempo dentro de ese propio tiempo.
En un tiempo en que los estudios de cine estaban destruidos e Italia estaba arrasada por la guerra, Rossellini rodó su película por las calles de Roma con medios precarios (parte de la película de 35mm la consiguió en un puesto por la calle). El filme trata sobre la cacería que emprenden los nazis, ocupantes de Roma, contra un ingeniero que lidera la resistencia comunista. Su novia será la forma de acercarse a él. Es una película devastadora sobre una ciudad en ruinas en la que los nazis son tan malvados como perversos y hábiles. Hay momentos inolvidables, como ese en el que la joven amante entiende el verdadero alcance de sus acciones (uno de esos momentos "rossellinianos" de descubrimiento) o profundamente reveladores como ese otro en el que un oficial alemán, alterado por los gritos de las torturas que se cometen en el cuartel, se lamenta furioso: "¡Cómo gritan estos italianos!".
Hijo de una familia burguesa, Rosselini comenzó en el mundo del cine muy pronto como ayudante y jamás se fue muy lejos de él. Eran los tiempos del neorrealismo y el maestro, junto a otras grandes figuras como De Sica o Pasolini, ayudó a convertir ese movimiento en el más vibrante de Europa en los años 40. Siendo quizá su película aún hoy más famosa, Roma, ciudad abierta es quizá poco elocuente del peculiar estilo que ha dado fama eterna al cineasta. Jacques Rivette, en su famosa Carta a Rossellini, publicada en el Cahiers du Cinéma de 1955, rendido de admiración, lo describe de esta manera: "No le gusta contar, aún menos demostrar. No quiere tener nada que ver con las deshonestidades de la argumentación: la dialéctica es una muchacha que se acuesta con todo lo que procede del pensamiento, y los dialécticos son unos canallas. Sus héroes no demuestran nada, actúan".
El neorrealismo, en efecto, de Rossellini no trata tanto sobre las condiciones o estructuras sociales, que son el contexto y adquieren toda su importancia, sino en los rostros de los personajes. Todo el cine de Rosellini puede acabar resumiéndose en un primer plano revelador en el que las emociones del personaje dan sentido a la película. El cineasta busca la experiencia pura para reflejarla en pantalla y no se mantiene distante, pero jamás juzga, no hay perdón o castigo, tan solo experiencia. En esa búsqueda de la verdad, el director con frecuencia trabajaba con actores no profesionales, como en la célebre Paisà (1947), en la que se nos cuenta el último año de la II Guerra Mundial en Italia a través de seis historias que arrancan en 1943 y terminan en julio de 1944 cuando, como anuncia la voz en off, "la guerra termina".
En Paisà, la mirada de ese soldado americano negro que de repente se da cuenta de la miseria del niño que le ha robado las botas o la de ese hombre enamorado que sin darse cuenta se confiesa a la misma mujer que ama, son momentos "reveladores" que definen el cine de este italiano en el que sus personajes atraviesan situaciones durísimas (de las que no siempre salen con vida) para entender una verdad más profunda, y más aterradora, sobre la vida. Cruda hasta casi lo insoportable, Alemania, año cero (1948) sigue siendo el documento más estremecedor sobre el Berlín posterior a la victoria aliada. En este caso, esa última mirada del niño protagonista es quizá la imagen más desoladora que jamás ha rodado Rossellini y su poderoso eco llega hasta nuestros días como un recordatorio inaplazable sobre la brutalidad de la Segunda Guerra Mundial.
Decía Rossellini que hacer una película es "un combate entre el director y el actor que siempre gana el actor". Su famosa trilogía con Ingrid Bergman, con la que protagonizó un idilio romántico que en su época fue un escándalo mayúsculo, da prueba de hasta dónde podía llegar el director con una actriz con la que se complementa a la perfección. Stromboli (1950), película famosísima, es una maravillosa indagación en la psique femenina a partir de una mujer aislada en una isla volcánica y progresivamente desesperada. Europa '51, en la que retoma el tema del suicidio infantil, es una perturbadora y emocionalmente intensa película contra los valores burgueses en la que Bergman, en el papel de una mujer de la alta sociedad que sufre una brutal transformación después del suicidio de su hijo, alcanza uno de los grandes hitos actorales del siglo pasado.
Capítulo aparte quizá merece Viaggio en Italia (Te querré siempre), filme en el que Pedro Almodóvar se inspiró para crear Los abrazos rotos. La historia de un matrimonio no tanto en crisis como hastiado interpretado por Bergman y George Sanders sigue siendo de una hondura insuperable. En aquella carta, decía Rivette que Viaggio en Italia hizo que "todas las películas envejecieran diez años". Es una muestra sublime de esa capacidad de Rossellini para enlazar el paisaje con los tormentos interiores de sus personajes y una muestra de una sutilidad exquisita la forma en que Rossellini afronta el eterno asunto de la caducidad de la pasión. Hace poco, Kiarostami también le rendía homenaje en la bellísima Copia certificada.
Ampliamente citada por Javier Cercas en Anatomía de un instante, El General de la Rovere es otra historia de "descubrimiento"; en este caso, de la propia dignidad de un delincuente que se dedica a engañar a las familias de presos italianos bajo la ocupación alemana prometiéndoles salvarles la vida a cambio de dinero. Por una estratagema de los nazis, lo hacen pasar en la cárcel por un destacado líder opositor. En su nuevo papel de héroe, el personaje, interpretado de manera magistral por Vittorio De Sica, descubre en sí mismo una grandeza que jamás aspiró a soñar. Por ello, Rossellini es el gran descubridor del mundo y su mirada como cineasta, siempre indagante, a veces poética y otras de una turbulencia casi insana, nos hace, con él, descubrir algunos de los secretos de una existencia cruel y bellísima.