¿Se acuerdan del final de A propósito de Llewyn Davis (Joel & Ethan Coen, 2013)? Pues Halt and Catch Fire (HCF en adelante) sería algo así como su versión high-tech. Solo que aquí no hay un protagonista, hay cuatro. Y en lugar de actuar justo antes que Bob Dylan, y escuchar tu sonora derrota mientras te alejas del enésimo tugurio en el que te has roto un poco más la voz, es Yahoo el que se come a cucharadas las mieles del éxito delante de tus narices. Así que, en ese álbum de cromos de los perdedores que con tanto ahínco han ayudado a rellenar los hermanos Coen a lo largo de su obra, también hay un hueco para Gordon Clark (Scoot McNairy), Joe MacMillan (Lee Pace), Donna Clark (Kerry Bishé) y Cameron Howe (Mackenzie Davis), bendecidos todos ellos con el dudoso don de no estar en el momento oportuno en el lugar adecuado. Aquí, sin embargo, no hay humor de corte surreal ni la sucesión de fracasos adopta una pose homérica. Estamos ante un drama propio de la clase media, en el que los personajes obtienen sus pequeñas victorias y no son pobres de solemnidad: una revisión del mito de Sísifo en clave emprendedora.
La serie creada por Christopher Cantwell y Christopher C. Rogers ha viajado de la era Reagan al gobierno Clinton, indexando los orígenes del neocapitalismo a partir de la revolución de las tecnologías de la información (computadoras, portátiles, internet, buscadores). En cada temporada hemos asistido a un desastre empresarial que, paradójicamente, ha servido para mostrar el nacimiento de las grandes corporaciones como IBM, AOL o Google. Aunque aquí hayamos oído la cara b del hit, la que se olvida a los dos días, los procesos son los mismos.
En su interés por escrutar la coyuntura que ha dado origen al panorama actual, HCF conecta con otras teleficciones que han intentado lo mismo pero desde otra óptica, como la segunda temporada de Fargo (Noah Hawley, 2014-?), en la que se aborda el contexto socio-histórico que da pie a la llegada de Ronald Reagan a la presidencia de los Estados Unidos; o como en The Americans (Joseph Weisberg, 2013-?) que, desde una aproximación geopolítica, analiza las vicisitudes de ese mismo periodo buscando los polvos que trajeron estos lodos sin un atisbo de nostalgia (para nostalgia ochentera ya saben, en breve vuelve Stranger Things). La de raigambre histórica no es la única conexión posible que la serie de AMC permite establecer. Silicon Valley (Mike Judge, Dave Krinsky & John Altschuler, 2013-?) puede verse como su correlato cómico, permite comparar las dinámicas laborales de una y otra época y determinar que, efectivamente, HCF identifica los resortes que articulan el modelo económico imperante hoy en día. Un modelo en el que en aras del beneficio económico todo es justificable. Desde la explotación laboral disimulada a la mercantilización de las relaciones personales, pasando por una inestabilidad endémica o por la imposibilidad de fijar el valor de las cosas en un entorno virtual (las empresas pasan de valer miles de millones a ser productos de saldo en cuestión de horas). Solo que HCF va más allá y establece que ese modelo económico domina el sistema a todos los efectos, incluso a nivel emocional y sentimental. Las relaciones de pareja, de amistad e incluso las paterno-filiales están mediadas por la economía. En esta última temporada, por ejemplo, el divorcio de Gordon y Donna se juega en términos de competencia empresarial; Gordon y su hija Haley (Alana Cavanaugh) empiezan a conectar porque consiguen establecer una relación laboral entre ambos; Joe y Cam se separan porque su relación deja de ser provechosa en el ámbito del trabajo … Estamos ante un mundo en el que Milton Friedman es el guía espiritual y su bibliografía, la Biblia; un mundo en el que se busca conectar al mayor número de gente posible y en el que se es incapaz de hablar de manera sincera con las personas más cercanas.
Pero HCF es mucho más que una clarividente aproximación de carácter sociológico a un contexto concreto. No voy a entrar en esa discusión estéril sobre el cine y la series, sobre la supuesta superioridad de un medio sobre otro y menos aun cuando el sector audiovisual tiende a una hibridación que cada vez hará más difícil compartimentar, establecer esas absurdas fronteras de clase en las que el soporte se confunde con el medio y el canal con el mensaje. Todo esto viene porque no se cansarán de leer que en la televisión no hay puesta en escena (como si todas las series fueran iguales; como si todas las películas fueran iguales), algo que HCF, pero también Hannibal (Bryan Fuller, 2013-2015) o The Leftovers (Damon Lindelof & Tom Perrotta, 2014-2017), desmienten a poco que uno quiera profundizar en su construcción. El esqueleto formal que sostiene la serie de AMC no se limita a ilustrar los brillantes guiones de gente como Zack Whedon o Jason Cahill. Aquí hay un trabajo de composición visual que trasciende la literalidad de las palabras y de las situaciones: ahí está el plano secuencia (trucado) que abre esta cuarta y última temporada que rompe la propia lógica del recurso (unidad de espacio y tiempo) incorporando brutales elipsis y asociando esa ruptura de la convención a la mecánica del recuerdo; o el uso de la luz en ese doble capítulo inicial partido por la mitad (una oscura, la otra clara) para señalar la posibilidad de que haya un halo de esperanza; o el final del episodio siete (‘Who needs a guy’) en el que Gordon, con el sol poniéndose a su espalda, ve pasar su vida frente a él en una alucinación puramente cinematográfica. Hay gestos de este estilo en cada capítulo, pero para no extendernos basta con remitirnos al series finale, con la ruptura entre Joe y Cameron, fijada en dos tiempos: el primero con un plano extrañísimo, muy marcado, en el que se encuadra una pared y, recortados en la parte inferior izquierda de la pantalla, aplastados por el marco de la puerta de su habitación, la pareja sentada en la cama, dándose la espalda; el segundo, con los dos despidiéndose, filmados en plano general, separados por la pared del salón.
Y, last but not least, dentro de esa dinámica neocon la creación de Cantwell y Rogers presta especial atención a la evolución del papel de las mujeres en el seno de ese entorno empresarial y como su crecimiento colisiona frontalmente contra los comportamientos heredados, impuestos por una sociedad heteropatriarcal. Más allá de ese discurso final de Donna, la serie ha ido revisando el papel de la mujer y su relación con el entorno a medida que ha ido alcanzando posiciones de poder y se ha liberado de los viejos corsés que otros (o sea, nosotros, los hombres) le han anudado. Así, se habla de la libertad sexual tanto en cuanto a la orientación (sintetizada en ese “Haley is gay. It’s amazing”) como a su ejercicio (no se juzga ni se condena la promiscuidad femenina). Explora la maternidad en toda su complejidad (las alegrías y los sinsabores, el miedo permanente) y no teme plantear uno de los grandes tabús todavía vigentes: el de las mujeres que no quieren ser madres y su derecho a no sentirse culpables por ello (mejor dicho, su derecho a que no se les haga cargar con la culpa). HCF apuesta por la sororidad, por la unión entre mujeres en cualquiera que sea el ámbito para regular una situación de desequilibrio y marginación, y lo hace desde una posición realista, no como una opción utópica, sino como una posibilidad real que entraña no pocas complicaciones y que, sometida al modelo imperante, tiene que hacer frente a una feroz competencia que destroza los vínculos forjados entre las propias mujeres. Cuestiona permanentemente la posición dominante de los hombres, que no atiende ni siquiera a los méritos profesionales, y aboga por relaciones igualitarias en las que cada miembro de la pareja tenga su espacio de libertad: cuando Cameron ve que se está convirtiendo en una ama de casa, se agencia una caravana y vive sola cuando quiere (el final del idilio entre ambos también responde a la voluntad dominadora de Joe, a la ruptura de esa igualdad entre ambos). Sobre este asunto, y viendo el papel que juega el personaje interpretado por Hannah Gross en Mindhunter, nos tendremos que extender un día de estos.
Con Halt and Catch Fire se nos va una serie enorme en todos los sentidos. Profundidad de análisis, visión crítica, rigor formal (ahí hay directores como Juan José Campanella o Karyn Kusama, no lo olviden) y una pléyade de actores en estado de gracia con una Mackenzie Davis cuyo techo me parece ahora mismo inimaginable. En su adiós no han sonado los acordes folk del pobre Llewyn Davis, pero mientras una bandera norteamericana enmarcada cuelga sobre la chimenea del salón de los Clark, Mark Knopfler canta aquello de “you’re so far away from me, so far I just can’t see” para decirnos que la América en la que todo es posible, ser una estrella musical o fundar Microsoft, está tan lejos de la realidad como lejos está el éxito de ese cantante que los Coen situaron a la sombra de Bob Dylan.