En la primera imagen de Félix vemos como el sol se filtra a través de unos nubarrones tras los que asoma una montaña, como si la claridad tratara de abrirse para ofrecernos la realidad del paisaje. Después, tras una panorámica descendente, veremos un cuerpo tumbado en la nieve al que un jabalí zarandea. Corte directo. Félix (Leonardo Sbaraglia) se despierta de golpe, entre sudores fríos. La asociación entre la imagen anterior -el tipo que yacía sobre el suelo nevado era él- y su despertar, nos invita a pensar que lo que acabamos de ver no es más que una pesadilla. Sin embargo, esa secuencia se repetirá en el último capítulo de esta mini-serie de seis episodios dirigida por Cesc Gay, lo que indica que, en apariencia, pertenece al orden de lo real. ¿Es, entonces, un flash-forward? ¿Acaso Félix ha soñado su futuro? ¿O puede incluso que todo lo que presenciamos a partir de esa secuencia inicial no sea más que una creación mental del protagonista (como ese posible sueño)? Sigamos los indicios y tratemos de ver hacía a qué lugar nos dirigen. El nuevo estreno serial de Movistar + es un noir que barniza un argumento fiel a la tradición con un tono humorístico que la aproxima, salvando todas las distancias que se quieran y teniendo en cuenta que hago solo referencia a eso, al tono, a la adaptación de El largo adiós que firmó Robert Altman en 1973. Félix es un escritor argentino afincado en Andorra, país al que se ha desplazado para conocer al hijo que tuvo durante un devaneo veraniego años atrás, que busca a Julia (Mi Hoa Lee), una china de la que se ha enamorado y que lleva días sin dar señales de vida. La búsqueda de una desparecida; uno de los grandes motivos del género. Solo que Félix no es Marlowe, ni Sam Spade, ni Lew Archer. Es un tipo que mezcla apocamiento en el ademán e insistencia en su comportamiento. Habla de manera entrecortada pero jamás deja de obtener una respuesta a sus muchas, muchísimas, preguntas. Parece miedoso y, sin embargo, no cesa de mostrar determinación. Es, no lo olvidemos, un escritor poco leído, un escritor relegado a la docencia, un escritor que va sumando dudas y dudas, coleccionándolas hasta completar un álbum de vacilaciones que pueda ser leído como una novela; como ir encadenando balbuceos hasta formar una frase que parecía imposible dos farfullas atrás. Félix -la serie- es su protagonista. Es una narración en primera persona -escrupuloso el tratamiento del punto de vista- así que vamos de la mano de este sabueso improvisado cuya lógica deductiva no siempre guarda relación con las leyes de la causalidad. Poniéndonos estrictos, su intuición y el azar tienen más incidencia en la solución del caso que la aplicación de un método basado en la inferencia a partir de unos hechos. En el episodio inicial hay suficientes pruebas de ello: puesto que Julia es china y Félix ve una moto de reparto de un restaurante de la misma nacionalidad cerca de la gasolinera donde reposta, acude al establecimiento (!) y en el momento en el que él está allí, precisamente a esa misma hora, estarán también dos de los villanos de la función (albricias). El descubrimiento de la casa en la que vive Julia también se produce gracias al sentido arácnido del novelista: se dirigen a un campo de tiro (Julia le contó que oía disparos desde su habitación) pero a unos metros del lugar, nuestro Carvalho porteño hace que Óscar -un Pere Arquillé que compone a un Biscuter que ha cambiado el recetario de Escoffier por el cannabis- pare su coche frente a un chalé por el que pacen caballos. Aunque Óscar afirma que esa mansión pertenece a un gran empresario hotelero, resulta ser, finalmente, la morada de la amante perdida. Podríamos seguir acumulando inconsistencias, pero creo que para el objeto de este análisis sería irrelevante.

Sea como fuere, las averiguaciones de Félix, jalonadas por desencuentros con la policía, situaciones hilarantes y la confección de un manual sobre cómo recibir palizas, terminan con el descubrimiento de una trama criminal dirigida por una organización china que operaba en España y utilizaba una empresa de electrodomésticos y un banco andorrano para blanquear su dinero. El ovillo de corrupción queda desenmarañado en el ecuador de la serie, que a partir de ahí vuelve a enredarse sobre sí misma hasta desembocar en una conspiración mayor, todo ello por esa capacidad inusual que tiene Félix para ir hilvanando sucesos “extraños” sin relación -y sin explicación- aparente. Félix, un finísimo Sbaraglia, da, también, el tono. Entre ingenuo y cargante, movido por el amor, aprende el oficio de detective a palos. Y es que es la mecánica del ensayo-error la que rige su manera de proceder, más aún cuando apenas conoce a su pareja y se mueve más a partir de suposiciones y pequeños recuerdos que de certezas. Y ese modus operandi atrabiliario, de alguien que no sabe muchas veces por qué hace las cosas, pero que sabe que tiene que hacerlas, sume al espectador en la duda: ¿y no será que no está bien? ¿Que todo está en su cabeza? No me dirán que, a veces, su determinación no parece la de un loco, la de un fanático (de hecho, en no pocas ocasiones sus acciones no se rigen por la razón). Sigamos sumando pistas. Decíamos que el primer plano de la serie era el de un cielo nublado alanceado por el sol y luego venía una panorámica de arriba hacia abajo, como si nos introdujera en un universo al que llegamos desde fuera, desde lo alto. Los planos aéreos y cenitales son una constante en Félix. A mí me mosquean, porque es como si te hubieran regalado un dron y, bueno, pues ya que lo tenemos, habrá que usarlo, ¿no? Entiendo la función contextual de ese tipo de emplazamiento de cámara: nos ayuda a meternos en el entorno pirenaico, consigue que el paisaje se convierta en un elemento fundamental… pero no es necesario insistir una y otra vez en un recurso que, al final, se convierte en una fórmula que se agota con suma rapidez. Dejemos este asunto, de momento, aquí.

Más indicios. Twin Peaks: El entorno, la frontera (y los trapicheos, aquí de capitales), una china, los conciertos, el café y la tarta, las similitudes entre el último Dale Cooper y Félix… Fargo: la nieve, el sentido del humor absurdo, el hombre superado por las circunstancias, malvados que siempre la cagan (léase Pedro Casablanc y sus secuaces). Y por estar, también está Hitchcock y el falso culpable (esa persecución revertida del capítulo cuarto) o el mejor cine negro patrio (sí, me refiero a esa caja 507). Y, para finalizar antes de presentar las conclusiones, en el último episodio, cuando ya el pastel ha sido descubierto, la tragedia se ha consumado y sabemos que ni policía, ni gobierno, ni prensa pueden hacer nada por impartir justicia (un final más negro que el sobaco de una cucaracha), se le ofrece al protagonista la única solución posible, dada su condición de escritor, para ajustar cuentas con mafiosos, asesinos, corruptos y corruptores: la ficción. Llegados aquí, recopilemos. Imagínense a Poirot con todos los sospechosos delante. Punto 1: la secuencia de inicio; el sol buscando la claridad a través de las nubes, una panorámica descendente -welcome to Andorra- y una escena que podría ser un sueño y que al final, se repite como realidad (la del cuerpo de Félix sobre la nieve). Recordemos que ese gesto, las angulaciones de cámara elevadísimas -cenitales o planos aéreos- son un rasgo característico de la serie: ese movimiento de arriba hacia abajo, o de aproximación desde la lejanía a la urbe o a la naturaleza. Punto 2: Félix es un escritor al que casi nadie lee y que ahora da clases. Su apellido es Farsetti; lo vemos en la portada de su libro, titulado Debut, lo que hace suponer que no ha escrito más desde entonces. Farsetti suena, inevitablemente, a farsa. ¿Cabe pensar en una situación de bloqueo? Punto 3: esa mezcla de timidez exasperante y convicción le convierten en un ser extraño que nos invita a dudar sobre su claridad mental o, más aún, sobre si lo que vemos no sucede en su mente (al fin y al cabo, el punto de vista es el suyo). Punto 4: hay continuas referencias a la extrañeza de cuanto sucede y el modo de resolver tan alambicada conspiración no obedece, casi nunca, a un encadenado de causas y consecuencias. El azar, la intuición o la casualidad tienen tanta influencia en el resultado final como la deducción. Punto 5: las referencias obvias, a veces incluso molestas por tan evidentes, a Twin Peaks y Fargo. Punto 6: la petición de ajustar cuentas con la realidad desde la novelística. Y un as que me guardé en la manga, la serie se presenta así: “los sucesos que aquí se relatan están inspirados en hechos reales”.

Así pues, examinado todo esto, ¿no estamos asistiendo a la filmación de la segunda novela de Félix Farsetti? ¿El relato inspirado en hechos que le sucedieron, convenientemente moldeados para poder ser publicados (de otro modo, las represalias mafiosas/gubernamentales podrían recaer sobre él)? ¿No estamos ante la puesta en imágenes del libro de un escritor mediocre, que va sumando clichés -las citas a ‘series’ de éxito, el argumento, los estereotipos de los malos, la manera de hilvanar la trama a base de casualidades- y fórmulas de estilo (el uso reiterado de tomas desde ‘arriba’)? ¿No habrán orquestado Cesc Gay y Tomàs Aragay un metanoir lleno de coartadas nada evidentes que justifican sus inconsistencias argumentales puesto que esto no es más que la segunda obra de un autor vulgar? ¿Acaso no termina la serie con Félix escribiendo sobre lo que acaba de sucederle? De hecho, si nos ponemos exquisitos, en el primer plano, el director de Una pistola en cada mano nos introduce en un universo nebuloso, en el que la luz -la verdad- es difícil de ver; a partir de ese momento, una vez que Félix aparece en escena, que se sueña a sí mismo o que nos avanza lo que sucederá, la historia ya es suya. Los hechos reales le han servido de inspiración para superar su sequía creativa, así que vayan ustedes a saber cuánto hay de verdad en todo lo que acaban de ver. A lo peor todo esto les resulta un delirio que nada tiene que envidiar a las tribulaciones mentales del protagonista en cuestión; a lo mejor les ofrece una lectura casi impensable sobre una teleficción atrevida, si quieren un poco hueca en tanto ejercicio de estilo cuyo potencial crítico se ve mermado por su fruición lúdica, pero que solidifica la apuesta por la libertad creativa iniciada por Movistar + en 2017. Félix es rara, su misterio radica más, a mi entender, en su construcción que en la intriga a resolver; es ensimismada, a ratos misántropa y a ratos divertida: es como si Mike Hammer en lugar de fumarse un cigarrillo soplara un matasuegras.