Situada cinco años después de los acontecimientos relatados en su primera temporada, La Peste se aleja de los estragos causados por una epidemia ya superada y, en su segunda entrega, relata la infiltración, en todas las capas de la sociedad, de una organización secreta que, a la postre, funciona como un para-estado que controla y administra el comercio de la Sevilla de finales del siglo XVI. Esta compañía de orígenes oscuros no es otra que la Hermandad de la Garduña, cuya existencia ha sido desacreditada por los historiadores modernos, quedando relegada al terreno de la leyenda. Reza esa mitología, resumida en un reciente artículo de César Cervera en ABC, que “la Garduña fue creada en Toledo sobre el año 1412, ligada a los asaltos a las casas de musulmanes y judíos que habían sido previamente señaladas por la Inquisición. Después se habría desarrollado mucho en Sevilla, hacia donde iban a parar las perlas, gemas, esmeraldas, oro y plata de la recién conquistada América. Con el consiguiente auge de la industria del lujo y la banca aumentó, a su vez, la criminalidad asociada a la riqueza. Como gremio de ladrones contaba con una estructura inspirada en las cofradías religiosas, en cuya apariencia se escudaría para operar con impunidad”.

De ese sustrato legendario, que sitúa a esta orden criminal en la ciudad de Sevilla, se ha nutrido Rafael Cobos para diseñar esta segunda parte. En lo referente a lo organizativo, es justo mencionar que en el cambio de temporada ha habido una desvinculación parcial de Alberto Rodríguez -co-creador de la serie y director de los dos primeros capítulos de esta segunda entrega, aunque apartado de la parte escritural– mientras que al frente del guion ha seguido Cobos, acompañado en la elaboración del argumento por Fran Araújo (director de contenidos de ficción de Movistar +) y ayudado puntualmente por Isabel Peña (compañera de escritura habitual de Rodrigo Sorogoyen) y José Rodríguez Suárez (guionista de Adiós) en el desarrollo inicial de los capítulos cuarto y quinto. El ascenso de Cobos al puesto de director creativo -figura que también tiene peso en las decisiones visuales o de casting y está presente en el rodaje si lo estima oportuno- ha transformado ligeramente el devenir de la serie, con una trama mucho más definida, menos tendiente a la contemplación, lo que cristaliza en episodios más breves (45 minutos) y una mayor claridad narrativa.

'La peste', tráiler de la segunda temporada de la serie de Movistar+

Hablando en plata: esta 2T va al grano, quema trama más rápido y tiene menos desequilibrios que la anterior. El mayor peso del coautor del libreto de Grupo 7 (Alberto Rodríguez, 2012) se traduce no solo en una mayor agilidad, sino en la presencia de brillantes soluciones de guion como esa secuencia sintética que funde dos tiempos en la que Arquímedes (Manuel Morón) le explica a Mateo (Pablo Molinero) el funcionamiento del hampa sevillana y como este, a su vez, se lo cuenta a Pontecorvo (Federico Aguado). O la imposición de la lógica mafiosa cuando Baeza (Jesús Carroza) les va con el cuento a los sicarios de la Garduña y les dice que conoce la ubicación de un almacén de pólvora, información que facilitará a cambio de una compensación. Aplicando un razonamiento que brilla por su ausencia en gran parte de las ficciones criminales contemporáneas y lejos de pagar por tal revelación, los industriosos representantes de la peor ralea conocida lo ahorcaran hasta que cante.

Cabría incluir algún apunte más referido a los ‘trucos’ de guion. Me centraré en dos. El primero es la elipsis con la que se nos oculta si, efectivamente, Baeza ha eliminado a Valerio (Sergio Castellanos). Aunque la duda nos será resuelta pronto, llama la atención que Baeza presente como prueba de la culminación de su encargo los ojos de la víctima, como si desde el guion ya se nos estuviera indicando que mirásemos bien, que quizá, atendiendo a la relación entre esos personajes y al proceder habitual de Baeza, las cosas no eran como parecían. La Peste exige afinar la mirada porque si no se puede correr el riesgo de creer que la súbita aparición de un túnel en el pozo que se encuentra en el convento en el que las prostitutas aguardan que su barco esté listo para zarpar, sea un as en la manga. Y no lo es porque, más allá de que se hable sobre él y su agua putrefacta con anterioridad, en el episodio anterior un movimiento de grúa que sale del interior de la cavidad hasta enfocar la cara de Conrado (Luís Callejo) ya nos enseña claramente que en sus profundidades hay una abertura.

Atendiendo a su superficie, La Peste ha conservado esa pátina visual que la convirtió, por méritos propios, en un hito (pero también en una rareza) dentro del panorama audiovisual español. Los estándares fijados por Alberto Rodríguez y su director de fotografía Pau Esteve Birba en la 1T no se abandonan: la luz de baja intensidad, las composiciones de inspiración pictórica o la oposición espacial siguen ahí. De hecho, la presencia de Rodríguez como director de los dos primeros episodios parece facilitar la transición tonal entre temporadas, asumiendo su relevo un David Ulloa que sigue al pie de la letra el libro de estilo de la serie (lo mismo se puede decir de Andreu Adam Rubiralta, director de fotografía de la segunda unidad en la 1T que ahora asume el puesto de Esteve).

Dos tramas, tres ejes

Foto: Julio Vergne

La Peste: la mano de la Garduña entrecruza dos tramas principales que se retroalimentan continuamente. Valerio y Teresa (Patricia López Arnáiz, quizá la actriz más en forma de 2019) urden una estratagema para embarcar rumbo al Nuevo Mundo a las prostitutas que ahora ejercen de forma ilegal en los alrededores del río. Recordemos que, en la entrega anterior, la prostitución estaba regulada y se practicaba en la Mancebía que estaba bajo control directo de la Iglesia. Ahora una nueva estirpe de busconas ha florecido junto al Guadalquivir y su trabajo ya no atiende a las leyes dictadas desde el arzobispado. Esta iniciativa (¿no os recuerda a La lista de Schindler?) tendrá consecuencias: las mujeres serán degolladas en el navío que las iba a transportar a las Indias y los inductores de esa masacre -esto es, los beneficiaros de ese negocio- ordenarán el asesinato de Valerio, alguien que supone un problema para el correcto ajuste de sus índices contables. Su presunto homicidio desencadenará la segunda gran trama de la temporada, que no es otra que el regreso de Mateo desde las Américas, a petición de Teresa, para que descubra quien mató al que fuera su inseparable ayudante. La resolución del crimen mutará en una averiguación de mayor relevancia: descubrir quién está detrás de esa organización criminal de la que todo el mundo habla pero que nadie conoce; ¿qué y quiénes son la Garduña?

En lo referente a la escritura, Rafael Cobos demuestra una vez más su dominio del género de crimen y misterio -siguiendo la estela de Conan Doyle- y logra que en una serie multitrama -esto es, que no sigue únicamente el punto de vista del investigador- se mantenga la tensión. Aquí cobran importancia tanto lo enigmático del objeto perseguido -una sociedad secreta con un liderazgo horizontal cuyos tentáculos llegan a cualquier rincón- como la coralidad de una narración tremendamente equilibrada y en la que el peso de los (supuestos) roles secundarios es aún más relevante que en la 1T (cuatro de los seis episodios llevan el nombre de un personaje). Así, por un lado, está la figura de Pontecorvo, nuevo Asistente del Rey en Sevilla, un servidor público recién llegado de Valladolid que quiere “lo mejor para la ciudad” y que se muestra dispuesto a acabar con una forma de gobierno que no se ajusta a lo que él entiende por tal. Pontecorvo contará con la ayuda de Mateo para averiguar quién masacró a las prostitutas en el barco y, posteriormente, para desenmascarar a los que están detrás de esos crímenes y manejan la ciudad a su antojo.

Por otro lado está Baeza, un Yojimbo de medio pelo que sirve a Dios y al Diablo, un chuloputas de baja estofa, un Lazarillo crecido más listo que los ratones coloraos, con labia de asesor bursátil y más reflejos que un gato en una tienda de espejos. Es como la versión ladina del ‘ayudante’ según las funciones descritas por Propp en su ‘Morfología del cuento’. Principalmente, ayuda a los demás para ayudarse a sí mismo y medrar. La figura del pícaro -magníficamente interpretado por Jesús Carroza- elevada al cubo, alguien capaz de proporcionar información a unos y a otros con tal de sacar rédito. Un personaje que lleva a cabo sus propias pesquisas -bien por interés, bien por obligación, aunque siempre logre que ambas motivaciones le sean provechosas- y cuyo arco narrativo sirve como pasarela entre el mundo del orden y el del hampa (es el conector, alguien que no para de entrar y salir, literal y simbólicamente, en un sitio y en otro, en un palacete y en un sucio burdel, en los bajos de una iglesia o en la cochambrosa consulta de un médico).

Foto: Julio Vergne

Si hablábamos de dos tramas principales, el arco dramático de Baeza es el que las une. Sobre esos tres ejes planea la sombra de la Garduña, resumen de la ambición temática de una teleficción que habla de ese orden suplementario que rige en determinadas regiones, un orden instruido a partir de un código en el que “la ley sirve para poner límites al desorden” pero no para ordenarlo del todo. Que la emisión de la segunda temporada de La Peste haya coincidido con la sentencia del juicio sobre los ERE en Andalucía se nos presenta como una maliciosa casualidad. En los dos casos existe una organización vinculada a la administración pública que desarrolla una estrategia en la que lo institucional y lo criminal se funden para crear un régimen corrupto que genera ingentes beneficios para aquellos que lo controlan (o para sus afines).

En esta 2T se habla del fomento de un mercado negro de víveres, alcoholes y prostitución sustentado por una alta carga impositiva: si la gente no puede pagar el trigo, recurrirá a otros medios para procurárselo. Esos otros distribuidores son los mismos: como el senador Palpatine (Ian McDiarmid) de la primera trilogía de Star Wars, conviene estar en ambos lados para asegurar el triunfo. Se habla, también, de un fraude urbanístico consistente en la calificación de tierras fértiles como tierras para pasto, con la consiguiente rebaja tributaria que ello supone. Terrenos que luego darán buenas cosechas cuyos excedentes quedarán almacenados en las fincas y serán repartidos a conveniencia de sus propietarios, controladores tanto del mercado legal como del negro.

La Peste habla, en definitiva, de un sistema corrupto orquestado desde las mismas instituciones en el que la falsedad documental, la prevaricación y el mamoneo recalificador son moneda corriente. Un sistema capaz de infundir aires de grandeza en determinados individuos de las clases bajas para utilizarlos como sus capataces, sus representantes en la calle y, no lo olvidemos, sus caras visibles; testaferros que, como María de la O (Estefanía de los Santos), acabarán pagando el pato. Un sistema prácticamente indestructible, fuertemente vinculado a los otros poderes fácticos que vertebran la sociedad (la Iglesia, una vez más) y con una formidable capacidad tanto para reconfigurarse como para expulsar esos cuerpos extraños que dificultan su funcionamiento (el desenlace no es sino una victoria pírrica). La Garduña no es más que el disfraz que los detentores del poder se enfundan para operar bajo el radar de las leyes que ellos mismos aprueban. La Garduña es una sociedad offshore en Curaçao, una concesión de la ITV, una subvención a una empresa en crisis, una gira de Julio Iglesias, inflar el precio de compra de una empresa brasileña o gastarse 14 millones de euros en urinarios para que todo el mundo pueda mear antes de que el Papa dé su sermón. Como afirma Pontecorvo en el capítulo que lleva su nombre por título: “A lo que usted llama orden yo lo llamo corrupción”.

Foto: Julio Vergne

Esa lectura profundamente contemporánea hermana la serie de Movistar + con The Wire. Es cierto que la propuesta de David Simon es más completa y su labor sociológica está al alcance de muy pocos (la diferencia en el número de episodios es suficiente para entender que la prolijidad ‘simoniana’ es inalcanzable). Con todo, esa lectura del sistema y determinados guiños como la metódica descripción de los mecanismos básicos que articulan el mundo del hampa o la casi legalización de los vicios de la época para combatir al crimen organizado (¿no les recordó a ‘Hamsterdam’, el 3.04 de The Wire en versión comprimida?) remiten a la producción de HBO.

Con altura

Decíamos en la introducción que la serie mantiene las constantes visuales fijadas en la entrega anterior, aunque haya ligeras variaciones (hay menos escenas nocturnas, por ejemplo). En líneas generales, la factura es continuista. La podredumbre de calles insalubres y estancias irrespirables se contrapone a la exuberancia de los palacetes en una oposición espacial sinónimo de las diferencias estamentales, un desequilibrio que solo se superará cuando Teresa abandone su enorme mansión y se vaya a vivir al convento con las putas a las que pretende salvar; Baeza andará el camino a la inversa, de la cochambrosa botica y el jubón raído pasará al salón suntuoso y a vestir ropa aterciopelada. Bajo la piel de barro de la ciudad late un submundo (túneles, sótanos, pasadizos) en el que también se dirime el futuro de la gente (¿desde dónde opera Conrado?), un mundo subterráneo del que algunos intentan escapar por el aire -los tejados se imponen como tercer elemento urbanístico clave en el desarrollo de los acontecimientos.

Dejando a un lado las decisiones más llamativas, aquellas que, por la perceptible mejora de los efectos CGI, quedan en la memoria en virtud de sus proporciones monumentales -la recreación de ese inhóspito Nuevo Mundo- La Peste no olvida que, en una historia en la que se habla del poder y de cómo este se transfiere, la relación entre los personajes en función de su posición es fundamental. En ‘Escalante’ (2.02), Pontecorvo conversa con Castañeda (Gonzalo Trujillo), uno de los nobles que ejerce como regidor en el Ayuntamiento, y le pide que averigüe quien es el propietario del bajel en el que han aparecido quince mujeres muertas. Este le responde que ninguno de los asistentes anteriores se ha metido en esos asuntos y que es mejor dejarlo correr. El recién ordenado delegado real en Sevilla le dice que él no es como sus antecesores -su pasado militar en los Tercios de Flandes aflora- y que si aprecia sus privilegios y le tiene apego al cargo más le vale cumplir con lo que se le ordena. Pontecorvo establece su jerarquía a partir de los diálogos y Alberto Rodríguez aprovecha la escalera por la que ambos ascienden para marcar, desde la puesta en escena, esa superioridad: el Asistente siempre mira desde arriba a su súbdito.

Foto: Julio Vergne

A lo largo de toda la serie veremos cómo el lugar que ocupa Pontecorvo en el encuadre va variando según su poder crece o mengua a medida que los hechos se desarrollan. En ‘Conrado’ (2.05), cuando Navas (Moreno Borja), uno de los nobles que juega con dos barajas (regidor municipal y miembro de la Garduña), discute con él la celebración de un pleito de censura que termine con su labor como administrador de la ciudad, David Ulloa maneja la posición de los actores en el encuadre del siguiente modo: mientras Pontecorvo, de pie, parece imponerse en el diálogo, Navas permanece sentado, en un plano inferior, hasta el momento en que pone todas las cartas sobre la mesa, se levanta y se sitúa a la altura de su oponente que ya sabe que si no pacta o negocia tendrá que despedirse del cargo y de sus aspiraciones que no son otras que convertirse en valido del Rey y marchar a la corte madrileña.

En el episodio final, ‘El viejo mundo’ (2.06), la moción progresa y veremos a Pontecorvo solo, situado en un extremo del salón plenario, en una composición que resalta la línea diagonal que forman su sombra y el dibujo de los baldosines. Ese plano, símbolo del desplazamiento que ha sufrido por parte de un consistorio que no puede dominar, tendrá su correlato minutos después en otro plano que resalta, precisamente, la recuperación del mando. Tras llegar a un acuerdo con Navas y Ruz (Juanma Lara), otro de los aristócratas que domina la urbe, para que todo siga igual que hasta entonces, Pontecorvo será filmado sentado en su sillón, en mitad del encuadre, con la medalla que simboliza su cargo brillando en mitad del pecho. Desde esa posición se iniciará un pausado travelling de retroceso en el que el Asistente quedará reencuadrado por las dos sillas que antes ocupaban los nobles, símbolo de su ascendencia sobre él y señal inequívoca de que Pontecorvo conserva su cargo -y la centralidad del plano- porque los ocupantes de esos dos butacones se lo permiten. De hecho, en la imagen situada arriba, anterior al plano al que me refiero, ya se observa esa disposición, solo que ahí se incluye la figura de Mateo, apartado a la derecha del encuadre, como si fuera la x que hay que despejar para que la ecuación se resuelva, tal y como se verá al final de la escena.

Quedan muchas cosas en el tintero, el uso de algunos recursos procedentes del film noir como el claroscuro para iluminar los rostros y mostrar la doblez de los personajes o convertir los carruajes en espacios para el intercambio de información entre personas de clases distintas, pero para eso un blog se nos queda un tanto escaso (y ya es raro que yo les diga esto). Sirvan las líneas anteriores para que, como ese Mateo de tintes holmesianos -¡qué buenas son siempre sus deducciones!-, hurguen en los entresijos de La Peste y descubran muchas de las cosas que hay detrás de ¿la mejor serie española del año?  

@EnricAlbero