'Insecure'. Aproximaciones
La serie sigue explorando las flaquezas afectivas de una generación de mujeres a las que les resulta complicado concelebrar lo profesional y lo personal
La serie ideada por Issa Rae y Larry Wilmore surgía como la fresca combinación entre un precedente tan rompedor como Girls (Lena Dunham, 2012-2017) y una producción coetánea como Atlanta (Donald Glover, 2016-?), que junto con Twin Peaks:The Return (David Lynch & Marc Frost, 2017) se eleva como la gran renovadora de la ficción serial televisiva contemporánea. Insecure mezcla, a partir de unos rasgos de estilo definidos e intransferibles, una aproximación descarnada y frontal a las problemáticas femeninas con un estudio del zeitgeist de la negritud: por no andarnos con zarandajas, Insecure habla de lo que es ser negra y pobre en el Los Ángeles del presente.
Con el paso de las temporadas -estamos ya en la 4ª, estrenada por HBO España el 13 de abril, finalizada en junio- Issa Dee (Issa Rae) ha ido mejorando su posición económica y en el arranque de esta 4T sigue ejerciendo como portera de su comunidad de vecinos mientras da sus primeros pasos como cultural curator organizando una fiesta en el barrio, celebración que congregará a artistas de todo tipo y a la que suman los comercios de la zona para armar un evento que tiene por objetivo unir a la comunidad negra y generar negocio.
La hasta ahora última entrega del show de HBO se organiza alrededor de tres tramas básicas: la celebración de la consabida ‘Block Party’, la elástica relación de amistad entre Issa y Molly (Yvonne Orji) que de tanto estirarse amenaza con forzar un rompimiento, y el reencuentro gradual entre Issa y su ex, Lawrence (Jay Ellis), otra relación voluble, un cóctel de complicidad y desconfianza servido caliente y rematado con ese inevitable twist de autocastigo que se retuerce sobre el filo de la copa. Como su propio nombre indica, Insecure sigue explorando las flaquezas afectivas de una generación de mujeres (pero también de hombres, aunque siempre lo haga desde un punto de vista femenino) a las que les resulta complicado concelebrar esa comunión casi imposible entre lo profesional y lo personal, entre despintar de rojo la cuenta corriente y no emborronar tu mapa de amistades, en impedir que el egoísmo -desatado por las siempre inaplazables urgencias particulares- anule la reciprocidad que se le presupone a cualquier conversación. Es, además, una teleficción en la que el dinero siempre está muy presente: solo hace falta ver algunas de las letras de las canciones que se escuchan durante los conciertos de la ‘Block Party’, no por casualidad situada en el ecuador de esta 4T, o el season finale que nos muestra la caída de Tiffany (Amanda Seales), alguien desbordada por su propia vida.
Rae y Willmore siguen reflexionando sobre cuestiones raciales a partir de la paulatina consolidación del romance entre Molly y Andrew (Alexander Hodge), de origen asiático, si bien esa mirada sobre la desconfianza epidérmica (que también es una animadversión que surge de la comparativa de las diferencias monetarias) es de amplio espectro y excede la esfera de lo íntimo, como se detecta viendo el recelo que los comportamientos y las miradas de (algunos) afroamericanos vierten sobre la comunidad hispana, hecho que nos es mostrado siempre de un modo sutil pero no por ello menos punzante: valga como ejemplo el tópico de los mariachis en ‘Lowkey Thankful’ (4.03). ¿Acaso no se nos advierte aquí de que hemos de cuidarnos de representar a ‘los otros’ sin caer en el tópico? La serie, que es cualquier cosa menos uniforme a la hora de describir a los afroamericanos y sus problemáticas -en el episodio final se utiliza la carta del racismo para eludir un altercado con la policía, por no hablar de ese listado de los diferentes tipos de negros que hay en función del barrio en el que viven- ¿no estará exigiendo a creadores y espectadores que no cometan el mismo error con los demás grupos y/o colectivos? ¿El empleo, como leitmotiv, del falso programa de true crime ‘Looking for LaToya’ no viene a alertar sobre ese mismo tipo de representaciones, esta vez sí, referidas a los afroamericanos?
Insecure rehúye cualquier reduccionismo, cualquier supuesta normalidad. Sin llegar a los niveles de exposición física de Girls, aquí aparecen cuerpos tan poco ‘normativos’ como el del amante ocasional de Issa, Marvin (Reggie Conquest), un “full size nigger” al que un tresillo no lo amarra el culo o tipos tan atractivos como Nathan (Kendrick Sampson) aquejados de trastorno bipolar. Todo en esta tragicomedia es reconocible, y quizá lo sea porque no cae en los estereotipos, porque va puliendo las aristas de todos los personajes, explorando sus complejidades y haciendo aflorar sus múltiples contradicciones (Issa lidiando con su ego, convencida de que fue ella quien moldeó la personalidad de Lawrence para que ahora otra lo aproveche; una envidia corrosiva, hermana resabiada del arrepentimiento).
Esa profundidad analítica se traslada, también, al retrato de la ciudad de Los Ángeles. Hay un evidente interés por mostrar cómo se va reconfigurando la ciudad (esos continuos travellings que atraviesan las calles, los planos cenitales o la colección insertos de lo que parece un proyecto de álbum de cromos de los grafitis que embellecen las barriadas, homenajes a Kobe Bryant y Nipsey Hussle incluidos) a medida que los personajes que integran la ficción van cambiando de estatus; Issa ya no es tan pobre como al principio de su historia. Y así, como quien no quiere la cosa, se nos dibuja el mapa de una metrópolis dual en el que los suburbios y el lujoso downtown se van intercalando, una manera (otra) de señalar la escalada de Issa (de procedencia humilde) hacia las cumbres que hasta ahora eran territorio exclusivo de Molly (la abogada de éxito). De ahí que, a nivel estructural, el equipo de guionistas equilibre el peso protagónico entre ambas y explote a conciencia esa dicotomía, hasta el punto de otorgarle al personaje interpretado por Yvonne Orji un capítulo solo para ella (‘Lowkey Trippin’) que se desarrolla en un resort de Acapulco (¿es esa la imagen que tenemos de México? ¿La de un país que solo es el lugar de recreo de los vecinos del norte? ¿Quién ayuda a forjar esa percepción?) y en el que las tensiones emocionales y raciales vuelven a estallar, quizá porque siempre están en estado latente. En todo caso, lo importante es observar cómo el urbanismo (y la arquitectura) sirven para ahondar en la psicología de dos personajes enfrentados por un conflicto en el que la clase social importa: la gran disputa entre ambas se produce al final de la ‘Block Party’, cuando Issa demuestra que también puede alcanzar el éxito profesional mediante un evento al que acuden personalidades relevantes como el rapero Vince Staples, una celebración que tiene lugar en la Market Street de Inglewood, barrio tradicionalmente vinculado a la clase obrera afroamericana y, por lo tanto, espacio de reivindicación idóneo para alguien que, como Issa, logra el triunfo viniendo desde abajo (pero contando con los de arriba). La segunda parte de la temporada tratará, entre otras cosas, sobre qué estrategias han de adoptar las dos amigas para reencontrarse. Lo harán, finalmente, en un espacio de connotaciones familiares -filmadas en largo travelling- demostrando que la relación más importante en Insecure, la que es necesario salvar, es la de Issa y Molly antes que cualquier otra (el plano al que nos referimos abre esta entrada).
Es cierto que este mapeo de L.A. o la evolución de las rencillas emocionales no son novedad alguna y, de hecho, la nueva temporada de la producción de HBO adolece, sobre todo en su primer tramo, de una reutilización de recursos que la deja meciéndose en las aguas de la monotonía. Que la repetición sea un factor inherente a la serialidad no impide que puedan existir variaciones que la doten de un halo de interés. Las composiciones descentradas -con un personaje situado claramente en una esquina del cuadro- señalando inestabilidad, las continuas transiciones musicales que utilizan las canciones como comentarios a las situaciones dramáticas precedentes o posteriores (el soundtrack es todo lo cool que ustedes quieran, pero jamás es gratuito), el vitalista uso del color y el llamativo diseño de vestuario (Insecure es una serie que, a pesar de las adversidades, desprende joie de vivre), los descacharrantes chistes de Kelli (“¿Es posible conseguir las grabaciones de seguridad? / “No acostumbramos a hacer eso” / “Yo no acostumbro a estar sobria un sábado por la noche y aquí estamos, Ronald”), o las luchas de Issa contra sí misma ‘a través del espejo’ son marca de la casa (una marca quizá un poco gastada).
Los episodios más interesantes son aquellos que se desvían hacia nuevas rutas expresivas sin abandonar la conocida senda estilística de la serie. Nos referimos a ‘Lowkey Happy’ (4.08) y Lowkey Lost (4.10), este último, sobre todo, por su estructura detectivesca que rompe con la tónica narrativa habitual. Centrémonos en el capítulo octavo. En él se nos relata el reencuentro entre Issa y Lawrence, que acaba de dejar su relación con Condola (Christina Elmore), a su vez impulsora del proyecto cultural que dirige Issa, quien, por los caprichos del azar, ignoraba que su ex y su indispensable colaboradora no solo se conocían, sino que habían empezado a salir formalmente.
El capítulo arranca con una sucesión de incidentes. En los cinco primeros planos vemos a Lawrence esperando en la barra de un bar, situado siempre en una lateral del encuadre (nunca centrado): se huele su propio aliento y no le gusta, se toma una pastilla para diluir su halitosis y está a punto de atragantarse. Issa llega al local. Camina hacia a él y se lanza al suelo como si hubiera visto un billete de 1000 dólares (el trompazo es épico). Antes del intertítulo con el nombre de la serie ya sabemos que las cosas no van a ser fáciles. A partir de ese momento se iniciará una conversación entre ambos que se verá constantemente interrumpida. Cuando los dos empiezan a hablar las tomas adquieren una composición más o menos equilibrada, justo hasta que aparece el nombre de la tercera en discordia (Condola) y la realizadora Ava Berkofsky cambia el emplazamiento de la cámara: de una toma lateral, con los personajes situados a la derecha del cuadro pasamos, nada más oír el nombre, a una suerte de escorzo tomado desde detrás de Lawrence con un siguiente contraplano de Issa no menos extraño (gesto que provoca enrarecimiento y que refrenda que Condola es otro obstáculo que se interpone entre ambos). Si, acto seguido, la cámara vuelve a su lugar inicial es porque la plática cambia de tema y el volumen de la música del local sube (otra molestia). En ese punto hablan sobre el distanciamiento entre Issa y Molly, las tomas son ‘convencionales’, no hay fractura en lo referente a la posición del objetivo (las dos se reconciliarán dos capítulos después). En ese punto, los clientes empezarán a bailar como si la epilepsia se contagiara por el aire y a amontonarse en una barra que más que una barra es una barrera que contiene las andanadas de hombres y mujeres espitosos y sedientos como un irlandés el día de San Patricio.
Dado que hablar se torna imposible, la pareja toma la decisión de ir a otro sitio. Cogen un Lyft y la conductora es como José Luis Moreno con personalidad múltiple. Otra interrupción, otra oportunidad perdida para recuperar terreno. En el restaurante que eligen para cenar, él tiene dudas con el menú, la camarera tiene el don de la inoportunidad y ellos tienen mucho que decirse y poco margen para maniobrar. En el fondo, la cuestión que, a causa de los paréntesis, se va postponiendo, no es otra que saber si existe alguna posibilidad de retomar la relación. Pero antes de llegar ahí, toca saldar cuentas. Antes de que Lawrence interrogue a Issa sobre su infidelidad, se colará el plano que aparece justo arriba y que marca el grado de separación que sigue existiendo entre ambos a pesar del paso del tiempo (el poste de un enrejado interpone una barrera física entre ellos). Después, una sucesión de planos-contraplanos ilustrará la conversación entre los dos y cuando Issa dé su explicación sobre lo que sucedió, se insertará la composición que veréis justo después de la siguiente línea: sigue habiendo distancia entre ellos, pero ha desaparecido esa línea divisoria que veíamos en el anterior plano general.
Sigamos. Los dos planos-contraplanos que siguen ya no son iguales a los anteriores. Ahora los personajes se pegan a los límites del cuadro: ella a la derecha, él a la izquierda; la imagen respira a sus espaldas y ellos aparecen aprisionados (no hay profundidad de campo, lo que apelmaza aún más el diseño). La frase que se escucha en ese momento la pronuncia Lawrence: ¿las cosas estaban tan mal entre nosotros? Sí, le contesta Issa. A partir de ese instante, se recuperan las posiciones de cámara anteriores y la conversación proseguirá hasta que un suave travelling rompa esa inercia y se acerque al rostro de ella mientras se explica para terminar diciendo “tú no me deseabas”. Será entonces cuando él confiese sus sentimientos (“era más fácil culparte a ti que lidiar con mi propia mierda”) y lleguen otra pareja de plano-contraplano rodados en picado y en escorzo (“en ese momento no hablábamos entre nosotros”) que vienen a incidir en lo extraño de su relación, en esa deriva que terminó en ruptura (nuevos movimientos de cámara -el travelling de aproximación- para indicar la importancia de lo que se está diciendo + posiciones de cámara bizarras para señalar extrañamiento). Aparece entonces la camarera con los platos y con la firme intención de presentar las salsas como si uno fuera a los restaurantes a que le recitaran los sonetos de Shakespeare y no a comer. Se sitúa en mitad de ambos (en un plano general idéntico al anterior), pero la pareja no le hace ni caso. Se retira y se produce un salto de eje (se invierten las posiciones de los actores en el encuadre) que apunta que, tras las confesiones mutuas, las circunstancias han cambiado y que aún no se han quemado todas las posibilidades de reconciliación (aunque siguen estando alejados).
Esta secuencia retrata, a través de recursos formales en consonancia con la dramaturgia, la aproximación entre una pareja rota que tiene ante sí una opción de volver a unirse. Sin embargo, se palpa la tirantez constante que surge al enfrentar los obstáculos que no cesan de aparecer de las formas más estrafalarias (los mensajes de Condola, la aparición de Calvin, la broma de Lawrence marchándose) con la revitalización de las afinidades compartidas que se van revelando durante su paseo por el Art Walk (una zona depauperada que ha renacido de sus cenizas: otra vez el urbanismo como metáfora). El acercamiento es evidente, y se consumará al final del episodio; no obstante, durante ese deambular al aire libre entre cuadros y camisetas con estampados animal print, la realizadora colocará a los personajes delante de un neón, de nuevo en un plano general en el que a Lawrence se le asignará el color rojo y a Issa el verde (colores opuestos) indicando que, a pesar de la proximidad que hemos notado en esas horas de salida nocturna, siempre existirán ciertos desarreglos entre ellos, ciertas indisposiciones que impedirán que su amor se consolide (solo hace falta ver el final de la temporada, que no es necesario destripar pero que este plano ya anticipa).
‘Lowkey Happy’ termina en casa de Lawrence. Los dos quieren pasar la noche juntos, pero ninguno parece atreverse a verbalizarlo. Vuelven los problemas del pasado y un plano general del salón con cada uno en un extremo refuerza esa dinámica. Hasta que hablan y se dicen que esa noche han sido felices, que valdría la pena prolongarla. Tras una sucesión de planos-contraplanos, un plano medio de Issa cambia la tendencia: un travelling la seguirá mientras pronuncia un “soooo…”; el movimiento de la cámara, motivado por el movimiento del personaje, juntará a la pareja mientras Lawrence continua la frase: “sooo… stay” (quédate). De aquel plano general con la ventana separándolos en el restaurante, hemos pasado a una escala corta con los dos besándose. En la última secuencia del episodio veremos, mediante unos elegantísimos jump cuts, a Issa paseando por las zonas que conoce, reencontrándose consigo misma. Un movimiento de grúa final nos mostrará los viejos pozos petrolíferos que todavía se encuentran en Los Ángeles, un guiño a los orígenes de la ciudad, pero también de la propia serie, que empezó con esa relación de Issa y Lawrence que ahora se retoma. Besos, pues, para todos.