'Traces': CSI en Escocia
Superado el ecuador de la serie de Amelia Bullmore uno echa de menos la concreción de los forenses de Las Vegas o de Miami, el laconismo de Gill Grissom, incluso la pirotecnia digital
Emma Hedges (Molly Windsor) regresa a su Dundee natal para trabajar como técnica de laboratorio en el Instituto Escocés de Ciencia Anatómico Forense (SIFA). La joven retorna desde Mánchester, ciudad en la que residía tras el violento asesinato de su madre y la posterior adopción por parte de su tía (del padre mejor ni hablar: un viva la virgen, un micapà, like a rolling stone). En su primera jornada laboral le tocará familiarizarse con el MOOC, una herramienta de aprendizaje virtual que plantea un caso hipotético que los recién ingresados en el instituto deben resolver para afianzar sus conocimientos prácticos. Los crímenes que los nuevos asistentes tienen que desentrañar no deberían guardar ningún parecido con la realidad, sin embargo, las circunstancias que rodean el homicidio ficticio son idénticas a las del asesinato de la madre de Emma.
La recién ingresada en el SIFA removerá cielo y tierra, insistirá ante sus superiores y hará sus propias pesquisas con tal de que el caso se reabra y, veinte años después, pueda saber quién mató a su madre. A grandes rasgos, esta sería el argumento vertebrador de Traces (2019), cuya primera temporada de 6 episodios estrenó Filmin el pasado martes (y 13). No obstante, la serie también desarrolla otra trama de peso similar a la principal -el incendio del night club ‘Secrets’ que cuesta la vida a tres personas- y otra menor relacionada con la primera investigación que Emma debe llevar a cabo como asistente (descubrir la procedencia de una determinada droga sintética).
En sus dos primeros episodios, la propuesta firmada por la también actriz Amelia Bullmore a partir de una idea de Val McDermid, presenta un guion equilibrado cuya atención queda fijada en tres personajes: Emma en tanto protagonista, su profesora de química forense y colaboradora de la policía Sarah Gordon (Laura Fraser) y su colega Kathy Torrence (Jennifer Spence). Aunque intervienen otros personajes relevantes, son ellas tres las que conducen la narración y todo lo que el espectador observa sucede cuando alguna de las forenses está en pantalla. Veremos como Sarah Gordon averigua las causas del incendio y asistiremos a clases prácticas de investigación anatómica con Kathy Torrence, como si viéramos un doble capítulo de CSI con una realización mucho más sobria -olvídense de los efectos digitales y de esa cámara que lo mismo te rodaba una persecución que le hacía una endoscopia a un ordenador portátil- y con un desarrollo dramático en el que lo personal no es tan accesorio como en la franquicia norteamericana, donde las motivaciones de los criminales siempre eran menos importantes que las técnicas de análisis.
Sucede que, al llegar al tercer capítulo, Traces amplía su espectro de focalización y a los que parecían ser los únicos tres puntos de vista se les añaden otros, como el conflicto que viven los McAfee, dueños de la constructora que hizo la reforma del ‘Secrets’, acusados de homicidio culposo por haber utilizado materiales más baratos que los exigidos por la ley con tal de ahorrarse unas libras. Pero Phil McAfee (Vincent Regan) y su hijo Daniel (Martin Compston) no solo tendrán problemas con la justicia y entre ellos, sus vidas se complicarán aun más cuando el vástago empiece a salir con Emma, a la que conoce de manera casual en la puerta de una discoteca a la que ella ha acudido, de buena mañana, a recuperar el bolso que dejó olvidado la noche anterior. No es esta la única intriga añadida, puesto que también veremos la investigación sobre el caso de la madre de Emma que inicia el inspector Neil McKinven (Michael Nardone), investigación que, como mandan los cánones, irá uniendo las piezas de casos que, inicialmente, eran independientes.
Esa disgregación de las tramas impide que, salvo Emma y Daniel, el resto de los personajes coja relevancia y su papel quede reducido al de meros acompañantes desprovistos de cualquier tipo de conflicto que no exceda los contratiempos profesionales, como es el caso de la desaprovechada Sarah Gordon. En el caso de Kathy, el guion intenta insuflarle cierta complejidad mediante la introducción de una trama amorosa. Veamos: la profesora recibe una postal desde Australia. Es de alguien con quien mantuvo una relación fugaz. Tan fugaz que ni siquiera tiene su teléfono. Le anuncia que irá a Dundee de visita. Se presenta en la puerta de los laboratorios. Se llama Pia (Joana Borja). Kathy, visiblemente contrariada e incómoda, le dice que si sabe contar que no cuente con ella. Días después se arrepiente. Quedan. Hay tema. Buena vibra. Luz de mi vida, fuego de mis entrañas. El amor viaja en tren bala. O en el Tardis, porque Pia se pone a currar con el equipo forense como si tal cosa. En la segunda temporada -porque ya se ha anunciado el regreso de la serie- la veremos leyendo a Irvine Welsh y bebiendo Tennent’s mientras ve partidos del Dundee United en la tele. Resumen: una subtrama postiza y disparatada.
Después de un planteamiento interesante, Traces se pierde en su propio laberinto, como un arquitecto que quiere comprobar la realidad de su diseño y se desnorta cuando las líneas que había dibujado sobre el papel se convierten en piedra y descubre que su dédalo al carboncillo no es igual -no parece igual- que el que ahora lo tiene atrapado. Superado el ecuador de la serie uno echa de menos la concreción de los forenses de Las Vegas o de Miami, el laconismo de Gill Grissom (William Petersen) o de Horatio Cane (David Caruso), incluso la pirotecnia digital que coloreaba las imágenes de cada episodio de las múltiples versiones CSI, mucho menos molesta -por lúdica e intrascendente- que los flashbacks que esta serie emitida por vez primera por el canal de pago Alibi ilustran la infancia de Emma y los mínimos recuerdos que tiene de su madre, a la que perdió cuando apenas contaba con 7 años. Como suele suceder en la gran mayoría de producciones que nos manda la Pérfida Albión los actores están tan bien como en esas series que les dieron a conocer: Molly Windsor en La infamia (Nicole Taylor, 2017), Martin Compston en Line of Duty (Jed Mercurio, 2012-?) o Laura Fraser en The Missing (Harry & Jack Williams, 2014-2016), aunque la mayoría la recordaréis por su papel de la ejecutiva sin escrúpulos de Breaking Bad (Vince Gilligan, 2008-2013), Lydia Rodarte-Quayle. Asumamos que ese, casi siempre, es un punto a favor.
Pero si compartís mi desánimo, no os preocupéis. Si Traces se os hace bola, si la resolución del misterio os sabe a poco o no sacia esa ansia devoradora de “historias con un buen asesinato”, Filmin suele tener la solución a mano. Es lo que tiene el VOD, que no penaliza el error. ¿Qué no te mola? Keep calm and ponte otra por el mismo precio. Pero ¿cuál? Fácil. En la plataforma española las series británicas clásicas se cuentan como uno de sus más preciados tesoros. Y si hemos hablado de tramas enrevesadas y de la infancia de una protagonista, abandonemos por un momento la ciencia forense y recuperemos los relatos de espías de toda la vida viendo Un espía perfecto (1987), el clásico escrito por Arthur Hopcraft a partir de la novela de John Le Carré, cuyos 7 episodios fueron dirigidos por Peter Smith y en la que las confabulaciones pesan menos que un estudio de caracteres que analiza todo el proceso de formación de Magnus Pym, cuya evolución está marcada a fuego por la disoluta figura de su padre y por las turbulentas relaciones que envuelven al resto de su familia. Una serie de espías perturbadora, incómoda, casi gótica. Una gozada.
Ah, y si lo que quieren es un policiaco puro, ahí tienen siete temporadas de Endeavour (Russell Lewis, 2013-?). Algún día escribiré sobre ella. Quizá cuando la acabe. En 2032 (los placeres hay que dosificarlos).