'Dr. Death': un sociópata en el quirófano
La serie de Patrick Macmanus, que dista de ser una teleficción redonda pese a sus muchos aciertos, cuenta la historia de un doctor acusado de haber herido a 33 pacientes durante sus cirugías
En el episodio final de Dr. Death (Patrick Macmanus, 2021), la serie de Peacock TV que en España estrenó Starz Play el pasado día 12 de septiembre, vemos cómo se organiza el rodaje de un spot promocional que habrá de servir para dar a conocer la clínica en la que trabaja el doctor Christopher Duntsch (Joshua Jackson). En la filmación interviene una supuesta paciente que alega que la historia que está a punto de contar frente a las cámaras no es la suya. Acto seguido, el médico se acercará a su oído y, sin que escuchemos qué le dice, logrará convencerla para que siga adelante. Toda esa secuencia la observamos a través del monitor colocado en el improvisado set, de manera que se nos muestra claramente que estamos asistiendo a una representación, a una farsa cuyas dimensiones podemos valorar porque la propia ficción se convierte en su propio making of, otorgándonos el papel de espectadores privilegiados de la orquestación de una mentira -secuencia muy en sintonía con los anuncios promocionales que autoeditaba Jimmy McGill (Bob Odenkirk) en ‘Amarillo’, el 2.03 de Better Call Saul.
La secuencia es significativa porque sintetiza la idiosincrasia del protagonista de la miniserie creada por Patrick Macmanus a partir de la primera temporada del podcast Dr. Death que relata la historia real de Duntsch, doctor acusado de haber herido a 33 pacientes durante sus cirugías -dos de ellos murieron y al menos otros dos están en una silla de ruedas- y que cumple cadena perpetua tras haber sido condenado en 2017 por mutilar a una de sus pacientes. ¿Cómo fue posible que un médico practicara una intervención negligente tras otra sin que ello le costara el puesto? ¿Cómo podía ir de un hospital a otro, con una carta de recomendación bajo el brazo, después de demostrar que no tenía las habilidades necesarias para actuar en un quirófano?
Aunque en Dr. Death el corporativismo enfermizo y las necesidades recaudatorias de los hospitales se apuntan como dos causas probables del desastre, la cautivadora personalidad de Duntsch, poseedor de una oratoria que lo mismo le servía para engatusar a grupos inversores que para convencer a un paciente de que estaba en las mejores manos, se presenta como rasgo determinante para que sucediera lo impensable. En tanto sociópata de manual, este médico graduado en la University of Tennessee Health Science Center (UTHSC) que hacía gala de un egocentrismo tal que lo llevaba a pregonar que estaba reinventando la neurocirugía (en concreto, la cirugía espinal), no dudaba en saltarse normas, recomendaciones y advertencias para seguir operando y así poder proclamarse el cirujano de primer nivel que afirmaba ser (la total falta de pericia a la hora de aplicar las técnicas operatorias requeridas le llevaron a dejar tetrapléjico a su mejor amigo, fallecido este mismo año como consecuencia de las secuelas que le dejó la intervención).
Pero lo más importante para lo que nos ocupa es su inigualable talento para la simulación. Narcisista, ególatra y con una seguridad en sí mismo que le hubiera llevado a defender delante de un tribunal médico que era capaz de sanar un parapléjico con un palillo mondadientes, Duntsch construyó su carrera levantando falacias en el aire que terminó vendiendo como verdades sólidas, lo mismo una nueva biotecnología para diseñar discos vertebrales que jamás llegó a aplicarse que convencer a la familiar de un paciente de que la gasa que había dejado por descuido en el cuerpo del intervenido no era más que un punto de sutura suelto. De ahí que esa secuencia del plató sea tan importante: en primer lugar, porque muestra claramente como se construye un simulacro (que es lo que lleva haciendo el médico durante toda su vida), pero sobre todo porque asistimos al momento en el que Duntsch le índica a su ‘actriz’ qué ha de decir para transmitir su mensaje, testimonio que sabemos que nada tiene que ver con la verdad. “¿Debo contar mi historia? Porque esta no es mi historia”, afirma ella mientras la vemos en el set. Cuando el médico le dé las instrucciones, lo observaremos a través del monitor, y una vez que la farsa haya quedado armada, veremos su declaración, primero a través de la pequeña pantalla (“El Dr. Duntsch es un hombre excelente, …”) y después, cuando la audiencia que está en el plato reaccione positivamente, ya naturalizada por la ficción, lista para ser difundida.
La miniserie, dirigida por So Yong Kim, Maggie Kiley y Jennifer Morrison contiene no pocas buenas decisiones de planificación como la anteriormente mencionada, destacando sobremanera el continuo uso del reencuadre para reflejar una atmósfera asfixiante que, de un lado, anticipa el futuro del protagonista y, de otro, transmite una sensación de angustia que afecta todos los personajes: a los pacientes que han visto sus vidas truncadas, a todos aquellos que alguna vez han estado del lado de Duntsch porque la culpabilidad con la que cargan es imposible de aligerar y a los que luchan porque se haga justicia porque ven que el sistema está en su contra (la coda de la serie en forma de intertítulos no deja lugar a dudas: mientras la cuenta de beneficios de cualquier hospital sea más importante que la salud de los pacientes, esto volverá a suceder).
Fijémonos, por ejemplo, en el interrogatorio del episodio 7 (‘Feet or Clay’). Un Duntsch con visible sobrepeso es detenido durante una visita para ver a su hijo y puesto a disposición de la justicia. Antes de que aparezca el intertítulo que da nombre a la serie, lo veremos en la sala a través de las cámaras de seguridad. Después, la directora So Yong Kim tomará en un plano muy corto del rostro y, acto seguido, veremos un escorzo que le recorta la cara de manera que no se le ve entera (en ese momento, el interrogador, al que siempre veremos de espaldas, le lee los cargos y le pregunta si renuncia a un abogado). Cuando Duntsch empieza a defenderse (“cada una de las cirugías que realicé fueron siguiendo el manual”) la escala se ampliará y pasaremos a un plano general que utiliza la ventana exterior para encerrar al personaje, de manera que, a pesar del salto visual, la idea compositiva no se abandona (aprisionar, presionar, ahogar al encausado). A medida que el policía va acorralándolo con sus preguntas, la tensión va in crescendo: jump cuts que combinan planos frontales y escorzos, una música inquietante pero no invasiva que enrarece el ambiente y esos ‘fallos de lectura’ de Duntsch (quien, acorralado, empieza a decir lo que no debe). La secuencia termina con la comunicación de su ingreso en la cárcel y el siguiente plano sirve para avanzarnos su desenlace (es el que antecede a este párrafo y no necesita mayor explicación porque pone la rúbrica a todo lo que hemos visto).
Con todo, y a pesar de sus muchos aciertos, Dr. Death dista de ser una teleficción redonda. Su particular estructura no siempre favorece un desarrollo armónico y fluido. Contada en dos tiempos, posee una primera línea narrativa que se centra en el proceso de depuración que inician los doctores Robert Henderson (Alec Baldwin) y Randall Kirby (Christian Slater) cuando se encuentran con los desaguisados quirúrgicos cometidos por su colega y que a ellos les toca reparar, no siempre con éxito (trama A). La segunda se ocupa del pasado de Duntsch, desde sus inicios en la universidad hasta sus intervenciones (trama B), momento en el que ambos vectores confluyen. Mientras que la línea A está narrada cronológicamente, la B aplica constantes saltos temporales, lo que atranca una narración que en algunos momentos se torna confusa y en otros repetitiva. Quizá esa construcción quiera reflejar la personalidad escindida -rota- del protagonista, pero es justo preguntarse si ese rasgo no podría haberse mostrado de otra manera y si la historia cambiaría mucho de no alterar el orden de esa llamada trama B. De hecho, en el sexto episodio, asistimos a una secuencia en la que Duntsch no para de mentir para reconducir una realidad que escapa a sus objetivos (ver foto inferior). Vemos su reflejo múltiple en un espejo evidenciando esos cambios de personalidad a los que tanto acostumbra para mostrar la cara que el mundo necesita ver en cada momento (el espejo es uno de los grandes motivos visuales de la serie: el hombre que es frente al hombre que dice ser). Con detalles de planificación como este queda demostrado que para dar cuenta de su escisión mental no hacía falta desordenar el argumento.
Esos desequilibrios también resuenan en el diseño de personajes, aunque quizá las decisiones que afectan a esta parcela del guion puedan justificarse mejor o, en todo caso, queden atenuadas por el buen trabajo de los intérpretes. Expliquémonos. Mientras Duntsch, en tanto protagonista, es un rol hiperconstruido, alguien del que conocemos su vida íntima, la relación con sus padres, sus desvaríos estupefacientes o su trayectoria profesional, sus dos perseguidores, Henderson y Kirby, apenas si son descritos como dos médicos competentes. Su utilitarismo queda disimulado por la relación que los guionistas establecen entre ellos -pura buddy movie policial convertida en drama médico, con Baldwin como el policía metódico y circunspecto, y Slater como su colega tenaz, dicharachero y poco escrupuloso con las normas-, por unos diálogos cargados de retranca (aunque siempre versen sobre los mismos temas) y por dos actuaciones soberbias. Lo mismo se puede decir, por cierto, de la asistente encarnada por Grace Gummer cuyo viraje de la pasión desenfrenada a la agresión se produce con demasiada velocidad, más que nada porque parece poco verosímil que su incondicional apoyo al doctor no se resquebraje hasta ese ‘momento’ clave del episodio quinto. De todos modos, Gummer lo borda (v.g.: su comparecencia en el juicio en el 1.08).
A la teleserie de Patrick Macmanus hay que agradecerle la intención de una planificación siempre ajustada a las derivaciones de la historia que está contando; historia, por otra parte, apasionante y que se sigue con interés a pesar de sus buscados vaivenes argumentales. Después de examinar el caso de Duntsch uno se pregunta, a partir de la relación inversamente proporcional que se establece entre sus conocimientos y sus intervenciones, cómo fue posible que alguien que conocía bien la medicina -como queda demostrado- operara tan mal. La serie -y el juicio- determinan que todo fue una mezcla de mala praxis, comportamiento sociopático (él creía que era un gran médico) y proteccionismo sanitario (clave para que nadie pusiera fin a tales desmanes) y, sin embargo, durante el visionado uno se sorprende pensando si acaso el ‘iluminado’ doctor no estaba utilizando a sus pacientes como cobayas para dar con la metodología que iba a cambiar, de una vez y para siempre, la cirugía espinal, si operaba así porque estaba convencido de que, al final, daría con la tecla. Que la magnética actuación de Joshua Jackson nos pueda llevar a plantearnos esas cosas es uno de los (perversos) encantos de Dr. Death.