'Los testigos': no lo llamen serie, llámenlo radionovela
Este procedimental excéntrico que puede verse en Filmin se sigue perfectamente sin necesidad de tener que atender a las imágenes y funciona mejor como ficción sonora que televisiva
Despachar una miniserie como Los testigos, estrenada por Filmin el pasado día 21 de septiembre, no debería suponer una gran empresa, sobre todo teniendo en cuenta su brevedad (ocho episodios de apenas 25 minutos cada uno) y lo limitado de su propuesta. Sin embargo, en este caso, su elección va más allá del simple análisis estético y narrativo y busca indagar, aunque sea casi a modo de hipótesis de trabajo, sobre cuestiones relacionadas con los formatos y el género.
Esta producción para el canal de streaming germano TVNOW se presenta como una frenética lucha contra el reloj: la hija de un ministro ha sido secuestrada durante su visita al Museo de Historia Natural de Berlín y una unidad de la policía especializada en este tipo de investigaciones tratará de encontrarla. El caso presenta varias peculiaridades: no ha habido petición de rescate ni nade ha reivindicado el secuestro. Las únicas pistas para dar con el paradero de la niña, diabética para más inri, pasan por interrogar a los testigos presentes en la sala del museo en la que se produjo el incidente. Para ayudar en las comparecencias, y por expresa petición del atribulado prócer, la brigada se verá obligada a incorporar a la Doctora Jasmin Bauer (Alexandra Maria Lara), psicóloga jurídica, especialista en el análisis de los recuerdos cuya labor se basa en los trabajos de Julia Shaw.
Esta miniserie creada por Jörg Lüdhorff y Christian Rodhe sigue las pautas de lo que podríamos denominar procedimental excéntrico; es decir, aquellos thrillers de investigación en los que el protagonista tiene una cualidad especial que le faculta para resolver los casos más complicados con cierta celeridad pero que, en determinadas ocasiones, también le causa algún que otro contratiempo. Jasmin Bauer guarda cierto parecido con el Cal Lightman (Tim Roth) de Lie To Me, el Adrian Monk (Tony Shalhoub) de Monk o el doctor Daniel Pierce (Eric McCormack) de Psych, por citar algunos ejemplos que podrían fácilmente ampliarse a otro tipo de géneros con el doctor House (Hugh Laurie) como claro referente.
Junto a ese rasgo psicológico que trata de dotar de un carácter genuino a la protagonista -bien interpretada por la actriz germano-rumana Alexandra Maria Lara- la otra característica principal de la serie es su concentración. Las 14 horas durante las que se prolonga el secuestro quedan condensadas en apenas 200 minutos, compresión que dota a Los testigos de un ritmo elevado, acrecentado aún más por la realización y por el uso de la música compuesta por Chris Bremus. Desde un punto de vista estructural, la serie cuenta con la trama principal asentada desde el planteamiento -se ha de averiguar dónde está la pequeña y quién la ha secuestrado - y otra subtrama mínima, pero de largo recorrido, consistente en la cita que Jasmin tenía con su hermano Dominic (Hannes Wegener) para despedirse de él antes de que se marche a Australia, y que ha sido abortada por el imprevisto contratiempo laboral. Cada episodio relata el interrogatorio de uno de los testigos. Las pistas que se obtienen en esas sesiones dan paso al siguiente duelo dialéctico. Además, cada capítulo está diseñado con la misma plantilla: hay un primer turno de preguntas, las cosas empiezan a torcerse, la doctora Bauer sale de la sala, habla con el inspector Dietz (Ralph Herforth), regresa a la sala, reemprende el interrogatorio y obtiene una respuesta positiva.
Si bien es cierto que la realización del propio Lühdorff se entrega a un dinamismo arbitrario que busca que el espectador esté en tensión sin reparar en los condicionantes dramáticos de cada situación -¡qué buen ejercicio de análisis visual sería comprar estos interrogatorios con los de Mindhunter!- es de agradecer que no se recurra a los flashbacks para ilustrar las declaraciones de los testigos/sospechosos. Apenas se introduce algún fogonazo de sus recuerdos o se utiliza la banda de sonido para evocar situaciones pasadas, en consonancia con el método utilizado por la perito psicóloga que apela a los sentidos para revivir determinados momentos y no tanto a la recuperación de imágenes, que entiende que pueden haber sido construidas a posteriori y, por tanto, ir en contra de la verdad de los hechos (“todo recuerdo es falso” bien podría ser el tagline die la sere). Con todo, por la tensión de las discusiones y por el trabajo con los efectos de sonido, la serie se sigue perfectamente sin necesidad de tener que atender a las imágenes y funciona mejor como ficción sonora que televisiva.
El diseño de personajes es escueto, con una protagonista dotada de cierta robustez dramática y dos secundarios puramente utilitarios que ejercen el papel de ayudantes, aunque en realidad uno sea el máximo responsable de la investigación y la otra su segunda de abordo (es cierto que, en algunos momentos, también asumen el papel de antagonistas parciales, cuestionando a la psicóloga o exigiéndole premura). En todo caso, son dos policías de los que no sabremos prácticamente nada, salvo que Nadine Schröder (Ceci Chuh) ayudó a su jefe en una ocasión anterior y eso le supone cargar con un muerto a sus espaldas, y que el inspector es un tipo duro pero noble que para cumplir con lo que le ha pedido el ministro hará lo que haga falta.
Por lo demás, esta teleficción alemana se entrega al giro de guion constante -punto de giro a mitad de cada episodio y cliffhanger para acabar siempre en alto-, estrategia en la que la velocidad a la que la historia viaja resulta decisiva para esconder el cúmulo de casualidades que el guion va encadenando para relacionar el caso de secuestro con un asesinato ocurrido décadas atrás en el que el ministro estuvo implicado -ejercía como fiscal por aquel entonces y cerró en falso el proceso judicial- y en el que Jasmin tuvo algo que ver (aunque ella no lo recuerde: la virtud convertida en falta). El oportunismo con el que se reciben algunos mensajes (pequeños deus ex machina), los alambicados pasos que llevan de un sospechoso a otro (con el episodio 4 y esa novia del sospechoso que, en realidad, no es tal, como máximo exponente), o el hecho de que la investigadora no tenga una lista de testigos en la que figura un profesor y colega suyo, son algunos de los muchos reparos que uno le puede poner a un libreto en el que el vértigo le ha quitado el puesto de titular a la coherencia interna (sin entrar en spoilers, piensen en el trágico desenlace de la serie y en cómo es posible que, dada la situación de los dos personajes involucrados, suceda lo que sucede).
Este modelo de serie -corta, contada como si se corriera la semifinal de los 200 metros lisos del Mundial de atletismo y que puede seguirse de oídas porque todo se revela a través de las palabras y no de la imagen- cada vez goza de mayor predicamento, como si se asumiera que los espectadores ya no tienen paciencia para propuestas más reposadas, como si las series tuvieran que ir acercándose a un modelo Tik Tok en el que lo breve y lo intenso prime sobre cualquier otro factor. Sin que esta tendencia esté, para nada, reñida con la creatividad, no es menos cierto que estas píldoras adrenalínicas todavía están lejos de adquirir los niveles de calidad que poseen las comedias, habituadas al formato corto, prácticamente impensable para otros géneros hasta la llegada de las plataformas. Ahora, ese estándar de duración alcanza al thriller y al procedimental, si bien parece que cumplir con los requisitos dramáticos mínimos para firmar una teleficción sólida parezca una quimera. De momento, el griterío estético (Sky Rojo), la filigrana visual (El colapso) o el cliffhanger permanente (Los testigos) se imponen como mecanismos para captar la atención de la audiencia, situándose en las antípodas del nivel exhibido por Master of None o Fleabag, por poner dos ejemplos muy evidentes de comedias sofisticadas y redondas.
Hablando de referencias, a lo que más se parece la teleserie teutona es a la franquicia Criminal (George Kay & Jim Field Smith, 2019). Las dos comparten una mecánica similar y, sin embargo, la serie creada por Kay y Field Smith se tomaba más tiempo por episodio y manejaba mejor las cuestiones de continuidad, dejando que los casos a tratar fueran independientes unos de otros y que los conflictos entre los personajes recurrentes (esto es, los policías) se prolongaran de un episodio a otro. En las dos se utiliza un espacio único (subdividido en tres), en ambas hay un pequeño grupo de protagonistas con uno que sobresale y en las dos asistimos a varias sesiones de interrogatorios, pero mientras que en Criminal esos 15 minutos de más por episodio y la reducción de la resolución del caso a la unidad dramática capitular dotaban a la serie de empaque -no se buscaba hilvanar casos, ni rizar el rizo- en Los testigos todo resulta demasiado forzado. Ahora bien, es muy probable que cada vez lleguen más series de este perfil -más que nada porque van con el signo de los tiempos-, y habrá que ver, en el terreno del thriller, cuál de ellas da en el clavo. Obviando la comedia que, como ya hemos dicho, está habituada a esas duraciones, los mejores ejemplos de series de 25 minutos son excepciones que proceden del campo del drama -En terapia (Rodrigo García, Hagai Levi, Nir Bergman & Ori Silvan, 2008-2010)-, la tragicomedia -Iluminada (Mike White & Laura Dern, 2011-2013) o Transparent (Joey Solloway, 2014-2019)- o el terror -Servant (Tony Basgallop, 2019-?)- sin que en el terreno de los denominados géneros de acción haya aparecido una propuesta de calidad equiparable a las mencionadas (la más potable quizá sea Cara a cara de Christoffer Boe, también disponible en Filmin y ya analizada en este blog).
Ahora es cuando ustedes me desmienten citándome una serie que no he visto o que se me ha pasado por alto y me desmontan el argumentario. En todo caso, sirva la parte final de este post para aventurar una tendencia que, creo, irá en aumento. Esto último ya se encargará de impugnarlo el tiempo, descuiden.