Talitha Campbell (Celine Buckens) es indescifrable. Uno se pasa casi trescientos minutos con ella y va haciéndose la ilusión de que la conoce, incluso cree que podría describirla sin demasiado margen de error. Una niña pija, irascible, caprichosa, astuta, arrogante, locuaz y provocadora. Alguien que debería salir a la calle con un pañuelo rojo atado al brazo. Un peligro andante y, aun así, un peligro al que muchos estarían dispuestos a entregarse. ¿Por qué? Pues porque sin responder al prototipo de ninfa, esa mezcla de oscura inteligencia y de perfidia retórica con las que se maneja Talitha la hacen atractiva, una Medusa millenial que se ha cortado sus cabellos ofídicos para dejarse unas largas uñas color lima. Igualmente: verde que te quiero verde.
Si para hablarles de Showtrial, la serie de la BBC cuyo primer episodio estrenó Movistar Plus+ el pasado miércoles -los cuatro restantes se emitirán semanalmente-, les he presentado a Talitha Campbell es porque su ladino magnetismo concentra buena parte de los alicientes de este cruce entre thriller y drama legal.
Sin ánimo de resultar enciclopédico y recurriendo a los ejemplos que primero aparecieron en mi cabeza nada más verla en pantalla, esta joven estudiante de la universidad de Bristol esgrime los méritos suficientes como para ser considerada la heredera directa del Leonard Vole (Tyrone Poyer) de Testigo de cargo (Billy Wilder, 1957), la sobrina aventajada del tío Charlie (Joseph Cotten) de La sombra de una duda (Alfred Hitchcock, 1943), la versión femenina y con retranca del Johnnie Aysgarth (Cary Grant) de Sospecha (Alfred Hitchcock, 1941) y la hermana menor del Aaron (Edward Norton) de Las dos caras de la verdad (Gregory Hoblit, 1996). Tal es su naturaleza.
Valgan esos cuatro nombres, además de para que se hagan una idea de la enrevesada personalidad de Talitha, como descriptores del tipo de miniserie al que se enfrentan. El argumento es bastante sencillo. Tras una fiesta celebrada por los alumnos de la Universidad de Bristol, Hannah Ellis (Abra Thompson) desaparece. Dos de sus compañeros son reclamados por las autoridades después de que la noche en cuestión se les viera junto a ella. Uno es Dhillon Harwood (Joseph Payne), hijo de una importante parlamentaria, y la otra es la ya por todos ustedes conocida Talitha.
Los dos eran amigos de la desaparecida, pero su relación se había torcido en los últimos tiempos e incluso Talitha llegó a mandarle a Hannah mensajes amenazantes (para evitar spoilers digamos que las dos estaban consultando, a la vez, el Pandosto de Robert Greene para un trabajo de fin de curso y compartir un ejemplar único siempre trae problemas). La aparición del cadáver de Hannah, envuelto en un saco de dormir, metido en un contendor de basura y, posteriormente, arrojado al río Avon, aumenta las sospechas sobre los acusados, que terminarán con el cargo de asesinato incluido en sus expedientes.
Dividida en cinco partes, Showtrial dedica el primer episodio a la investigación preliminar y el encausamiento de los dos máximos sospechosos; el segundo y el tercero a la preparación del caso (interrogatorios, recolección de pruebas, argumentario de la defensa) y los dos últimos al juicio. El guion de Ben Richards (The Fixer, Outcasts, The Tunnel) equilibra el protagonismo de acusación y defensa para que los espectadores puedan hacerse una idea de cómo funciona un proceso judicial, y lo hace de manera bastante inusual, puesto que no proporciona información adicional a la que manejan los intervinientes en la investigación.
Conoceremos las pruebas que va recabando la acusación, conformada por la inspectora de policía Paula Cassidy (Sinéad Keenan), su ayudante Andy Lowell (Christopher Hatherall), y el equipo de la fiscalía, mayormente representado por su investigador James Thornley (Ken Logan). También cómo la defensora de Talitha, la abogada de oficio Cleo Roberts (Tracy Ifeachor), prepara su defensa, apoyándose parcialmente en el detective privado Brian Reeves (Rupert Holliday-Evans), contratado por el padre de la acusada, el multimillonario Damian Campbell (James Frain). También observaremos, aunque de manera mucho más tangencial, a la defensora de Dhillon Harwood y esa parte del proceso.
Estamos, pues, ante una propuesta fragmentaria, que salta de un punto de vista a otro para que conozcamos no solo las estrategias de los letrados, sino los distintos entornos (los distintos ecosistemas familiares) en los que germinó la tragedia. Hannah Ellis, la hermosa chica de familia humilde que deja una madre sola y destrozada. Dhillon Harwood, el niño bien de casa respetable con serios problemas para las relaciones sociales y un concepto del amor un tanto equivocado (hasta dos veces fue denunciado por acoso ante las instituciones universitarias). Talitha Campbell, hija de familia acaudalada, con un padre sin escrúpulos y una madre de pasado revoltoso que ahora abomina de su hija; una joven que no quiere ayuda de sus familiares directos, que prefiere pelear sola, que no quiere deberle nada a nadie. ¿Cómo son esos todavía chavales? ¿Qué relación tienen con sus padres? ¿Cómo se comportan estos para protegerlos? Sin ánimo de destriparles nada, como estudio genealógico, la miniserie dirigida al completo por Zara Hayes da repelús.
Showtrial no atrae, ciertamente, por sus decisiones visuales. Algunas son muy discutibles, como esos flashbacks de Hannah que uno podría confundir con apariciones marianas vistas por pintor kitsch adicto a las piruletas de LSD. O algunas tomas extrañísimas que parecen responder a la mirada de una cámara de seguridad (lo percibirán cuando vean el segundo episodio) pero que, a la postre, no obedecen a ningún propósito dramático ni a ninguna intención en la planificación.
La serie es del todo irrelevante en lo que a puesta en escena se refiere. Sin embargo, su dramaturgia es lo suficientemente potente como para mantenernos pegados a la pantalla, y lo es porque tiene ese punto tan propio de muchas series británicas que no es otro que el respeto por las rutinas laborales. Los interrogatorios son largos -sin llegar a los extremos de Line of Duty (Jed Mercurio, 2012-?)-, la recolección de pruebas forenses trabajosa y no precisamente veloz, y la relación abogado-cliente entre Cleo y Talitha está cuidadosamente perfilada (la letrada relegada al turno de oficio tras un error en un caso previo que encuentra en su defendida una posibilidad para enmendarse, al tiempo que teme otro fracaso, pues Talitha es tan ambigua como el gato de Schrödinger jugando al póker).
Con todo, esta producción de la BBC concentra muchos puntos de interés en aspectos aparentemente tangenciales. Aquí van unos ejemplos: la normalidad con la que policías, miembros del jurado y asistentes al juicio, asumen que una joven universitaria se pague sus estudios intercambiando sexo por dinero (es más, esta conducta nos es presentada como algo habitual y naturalizado); la frecuencia con la que profesores y alumnas se citan en tutorías eróticas; la distancia sideral que separa a padres e hijos, todos ellos miembros de la liga pija, poseedores de recursos casi ilimitados y, sin embargo, desconectados entre ellos (Damian Campbell se va de caza durante el juicio por asesinato de su hija); o las estrechas relaciones entre las nuevas generaciones de la beautiful people y el lumpen de la ciudad. Como descripción de ambiente, Showtrial es más punzante de lo que aparenta.
Ahora bien, lo que más le interesa a quien esto firma es que Ben Richards respete su planteamiento, que no caiga en la tentación de resolvernos el enigma mostrándonos, como un todopoderoso demiurgo, lo que en realidad sucedió aquella triste noche de baile universitario, negronis de garrafón y MDMA a granel. El guionista inglés refuerza la incertidumbre inherente a todo proceso judicial, nos sienta en el estrado del jurado, nos proporciona la misma información que a sus miembros (y la misma que tienen acusación y fiscalía) y nos deja preguntándonos, ¿qué habrías hecho tú en esas circunstancias?
Richards no renuncia a los plot twist ni a los golpes de efecto -algunos un tanto chusqueros, como todo lo relacionado con el arma del crimen (¡cómo de respetuoso estoy esta semana!)- pero Showtrial interesa más por su estudio ambiental, por los dilemas que (nos) plantea y por su diseño de personajes. De hecho, cuando Celine Buckens aparece en pantalla, cortando el aire con sus uñas verdes, guadañas de piel de serpiente, se olvidarán de todo lo demás. Es como un abismo al que no puedes dejar de mirar. Ni yo, ni usted, ni los miembros de la Academia Británica, que la han nominado como mejor actriz de reparto de cara a la próxima entrega de los BAFTA televisivos que se celebrará el 8 de mayo. Si antes de emitir sus votos, Talitha habla cinco minutos con los académicos, el premio es suyo. Garantizado.