Fotograma de 'The Dropout'.

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En plan serie

'The Dropout' o cómo Yoda nos la metió doblada

La serie sobre el auge y caída de Elizabeth Holmes es un estudio clínico de cómo el modelo económico dominante favorece la explosión de personalidades narcisistas

24 abril, 2022 03:29

En la pared de la entrada de la sede de Theranos, la compañía fundada por Elizabeth Holmes (Amanda Seyfried) que iba a revolucionar el mundo de la sanidad, lucía un cartel con la siguiente frase: "Do or do not, there is no try" (Hazlo o no lo hagas, pero no lo intentes). La famosa frase, pronunciada por Yoda (Frank Oz) durante sus largas sesiones de entrenamiento con Luke Skywalker (Mark Hamill) en El imperio contraataca (Irvin Kershner, 1980), adquiere el valor de principio filosófico que guía los destinos de esta startup que resultó ser un fraude milmillonario y que puede costarle a su ideóloga pasarse unos cuantos años imaginando futuros negocios desde la sombreada esquina de una celda (un jurado de California la declaró culpable de tres delitos de fraude y de otro por defraudar a inversores; actualmente está libre, a la espera de sentencia).

La traducción práctica del aforismo del pequeño maestro verde contiene un potencial peligro. Estamos ante una frase finalista, que en manos de los teólogos neoconservadores tiene un corolario inmediato: solo se valora el aprendizaje si va unido a la obtención de resultados y que, por lo tanto, desprecia la ruta del conocimiento si no nos conduce al fin deseado. Si lo intentas, pero fallas, eres un fracasado. No importa tanto el juego como lo que refleje el marcador al final del partido. La cuestión es ganar. De cualquier manera. Y cuando el objetivo se impone por encima de cualquier otra consideración, todos los atajos son buenos si nos llevan a alcanzar nuestra meta.

Desde una óptica neoliberal -a la que esta frase le va como un guante- todo pasa por obtener el mayor beneficio en el menor tiempo posible. Elizabeth Holmes tardó poco en entenderlo. Durante su segundo año en la Universidad de Stanford desarrolló el prototipo de una máquina que iba a obtener numerosos datos sobre la salud de los pacientes utilizando solo una gota de sangre para sus analíticas. Una de sus profesoras, Phillys Gardner (Laurie Metcalf), le dijo que el invento no funcionaría jamás, pero aquella joven de 19 años no tenía la más mínima intención de quedarse en el intento. Y fue escalando.

Se cameló a varios profesores con su intuición y su astucia; montó una compañía embrionaria con todos los ahorros de sus padres; mejoró el prototipo con la ayuda de científicos como Ian Gibbons (Stephen Fry), quién, en realidad, hizo todos los aportes sustanciales y firmó las patentes; engañó a inversores utilizando datos archivados del único test que había funcionado para sacarles los cuartos (hazlo o no lo hagas, pero no lo intentes) y levantó un impero que llegó a estar valorado en diez mil millones de dólares basado en una tecnología que nunca funcionó y que derivó en la creación de una empresa de tintes totalitarios, opaca y fraudulenta.

Fotograma de 'The Dropout'.

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The Dropout lleva por coda "Auge y caída de Elizabeth Holmes", y al contrario que otras producciones recientes sobre héroes del tocomocho, no deja que un solo rastro de admiración por la protagonista enturbie de dudas el relato. Es, sobre todo, un estudio clínico de cómo el modelo económico dominante favorece la explosión de personalidades narcisistas, poseídas por una visión que intuyen revolucionaria y que concretaran sin pestañear, caiga quien caiga y haciendo que sus cuentas corrientes engorden como un actor del método preparándose para hacer el biopic de Roscoe Arbuckle.

Sustentada por tres pilares maestros, a saber: la adaptación que Elizabeth Meriwether del podcast original de la ABC; el trabajo de dirección de Michael Showalter, que se encarga de cuatro de los ochos episodios, y la portentosa actuación de Amanda Seyfried- la producción de Hulu que aquí estrenó Disney+ el pasado miércoles puede verse como la fotografía del nacimiento de una estrella -y de los pequeños planetas que la orbitan- que estalla en el cénit de su esplendor. Solo que no es una imagen inmaculada, sino que está empañada por los arroyuelos de manchas de un mal revelado.

La arquitectura global de la serie, diseñada por Elizabeth Meriwether, está salpicada por continuas elipsis. Entre un episodio y otro va abriendo enormes vanos (de un año o más, normalmente) que indican su intención de llegar a los cimientos del asunto, a los hechos relevantes sucedidos entre diciembre de 2001, cuando el padre de la protagonista pierde su trabajo tras el escándalo de Enron, y julio de 2017, fecha en la que se celebró el juicio.

Ese repaso de acontecimientos puntuales busca, por un lado, reflejar la constitución de la compañía y, por el otro, describir con el mayor grado de detalle posible la psicología de Elizabeth Holmes (que, curiosamente, terminará fabricando una nueva versión del maquillaje financiero que causó la quiebra de Enron). Esa concreción dota a la serie de consistencia, evita los meandros narrativos y da cuenta de la evolución física y mental de la protagonista, siempre apoyándose en esos saltos cronológicos que nos llevan de las (falseadas) grabaciones del juicio al presente narrativo y que sirven para que el espectador compare a la Holmes de 2017 con las Holmes anteriores.

No es casual que la serie se abra con las imágenes de la videocámara que registró el proceso judicial para, acto seguido, pasar a la confección de un reportaje promocional en el interior de la sede de la compañía. The Dropout intenta deconstruir la imagen de Holmes, calcular los grados de separación que median entre la mujer derrotada que se enfrenta a los tribunales de la empresaria de éxito que habla ante las cámaras de televisión. Ese proceso continuo de transformación, ese proceder camaleónico de una mujer que ocupó las portadas de Forbes o Fortune, encuentra su mejor plasmación en el tercer episodio (Green Juice), dirigido por Michael Showalter (director de La gran enfermedad del amor o Los ojos de Tammy Faye).

En él asistimos al cambio de aspecto de Holmes, hasta ese junio de 2007 una joven cuya indumentaria no se distinguía de la de cualquier universitaria media y que no se correspondía con la vestimenta que uno presume en un ejecutivo en fase de despegue. Porque, ya en una etapa muy temprana, la aspirante a científica ha dejado atrás ese impulso ilustrado para devenir una cazadora de ingresos, la mujer que tendrá que lidiar con los fondos de capital riesgo para que su empresa siga teniendo liquidez (porque pierde dinero a espuertas).

Ese cambio de imagen está vinculado al respeto, pues ¿quién acatará las órdenes de una veinteañera a la que se le cae el tirante del sujetador cuando habla contigo? Ese detalle de guion -Holmes cortándose los tirantes del sostén- señala que su envoltorio no solo no sirve, sino que la encorseta, la limita (el libreto tiene pasajes finísimos, como el cruce de amenazas, siempre veladas, nunca literales, entre Holmes y su compañero de fatigas sentimentales y laborales, Sunny Balwani, que tiene lugar en el episodio final).

Esa metamorfosis se observará a lo largo de todo el episodio de manera progresiva: en la construcción de la sede de la empresa, en el incremento del personal de seguridad (había que proteger la nada), en la aparición de modelos imitables (todo el capítulo está pautado a partir del lanzamiento del iPhone)… Vamos viendo cambiar el lugar de trabajo, la manera de trabajar, al personal y la estrategia empresarial.

Vemos a Elizabeth absorber conocimiento hasta darle la vuelta a una junta directiva que pretendía echarla porque había descubierto que la tecnología no funciona (ella reconoce algunos errores y a cambio propone a su pareja, Sunny Balwani (Naveen Andrews) como jefe de operaciones y un aporte de 20 millones de dólares… sin que este lo sepa). Es un prodigio de adaptabilidad, de alguien que modificará su imagen para atender a las demandas que su nueva carrera le exige y que aplicará esa metodología a su startup y a su propia vida: tergiversará la realidad y la someterá a un control exhaustivo, para que el resto del mundo vea lo que ella necesita que vean.

Fotograma de 'The Dropout'.

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En el ecuador de capítulo, Showalter la filmará frente al espejo de su habitación ensayando un nuevo tono de voz (foto superior). Ese motivo especular se irá repitiendo a lo largo de todo el episodio -frente al espejo la veremos tras discutir con Sunny (al que oculta del resto del mundo y no presenta como a su pareja) ensayando de nuevo, y frente al espejo la veremos en la última secuencia del episodio- para registrar su completa transformación, con ese porte heredado de Steve Jobs y una dicción robótica, con ecos metálicos, como si le hubieran implantado en el interior de su rubia cabeza el disco duro de Hal 9000.

Holmes se comporta como si fuese la hija secreta de Darth Vader: nazifica la compañía, se torna adicta a las depuraciones, inicia campañas de persecución (judiciales y de espionaje) contra cualquier elemento díscolo, y sigue engañando a un inversor tras otro escondiendo la incompetencia del proyecto bajo la losa de cemento del secreto profesional. Lo mismo da que sea un gigante farmacéutico como Walgreens que todo un exsecretario de Estado como Henry Kissinger. Nadie se resiste a Holmes cuando le da al botón de ejecutar programa.

Perspectiva de género

La serie se puede dividir en dos partes. La primera (el auge) ocuparía los cuatro primeros capítulos; la segunda, la caída, el resto. La figura de Holmes se diluye un tanto en esta segunda mitad, sobre todo porque la investigación llevada a cabo por el periodista del Wall Street Journal, John Careyrou (Ebon Moss-Bacharach), cuyo artículo dejó a Theranos con las vergüenzas al aire y motivó la intervención gubernamental que decretó el cierre de sus laboratorios durante dos años; la confección de esta pieza periodística, decíamos, y la relación entre George Schultz (Sam Waterston genial as usual), otro exsecretario de estado, uno de los responsables del fin de la Guerra Fría, y miembro destacado de la junta de Theranos, y su nieto Tyler (Dylan Minnette), becario (por enchufe) a las órdenes de Holmes y una de las gargantas profundas que destapó el escándalo, se comen buena parte del metraje.

Por más que no estén exentas de interés y sean necesarias para la historia, la mirada verde y huidiza de Amanda Seyfried es como una bombilla incandescente a la que acudimos como mosquitos hipnotizados. Uno quiere saber qué hay detrás de esa máscara, de ese rictus hierático de autómata de última generación. Quizá la respuesta sea una sociopatía rampante que se dispara tras una violación que Holmes decide bloquear por indicación materna.

Su conducta se cimenta en una negación continua de lo evidente, en la defensa a ultranza de su talento para cambiar el mundo de la sanidad, en disfrazar la realidad de deseo. "¿Olvidar es mentir?", se pregunta Holmes en el episodio final. Y esa es su estrategia. Cuando el "hazlo o no lo hagas, pero no lo intentes" pierde su consistencia de verdad inquebrantable, y el fracaso ha quedado anulado como opción, no hay nada como borrarse la memoria RAM y seguir adelante como si nada hubiera pasado. Solo que, incluso en la mente de Elizabeth Holmes, las cookies de la conciencia se activarán para recordarte que tu cerebro está lleno de malware.

Fotograma de 'The Dropout'.

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Esa quiebra final, ese grito desesperado en una acera anónima de ese no-lugar que es Silicon Valley, se nos anuncia minutos antes, en una entrevista televisiva que Holmes concederá para paliar el daño que le está haciendo a su empresa el artículo del Journal. Veremos a la ejecutiva prepararse frente al espejo, tratando de recomponer esa imagen estudiada que ha creado de sí misma (echa a la maquilladora para retocarse ella) y que ahora amenaza con desvanecerse. Está con sus padres, cuyos consejos han ayudado a convertirla en lo que es (su padre: no fracasarás / su madre: olvida el trauma), pero nadie está muy seguro de que aquello vaya a salir bien.

Durante la entrevista, la directora Erica Watson rompe el cuerpo de Holmes con varios insertos mientras la imagen pública de la empresaria de éxito se desmorona, pues no tiene respuestas para las preguntas de la reportera: si alguien dudaba de que Theranos era un fraude, ahora ya lo saben. De vuelta al camerino, Elizabeth pide quedarse sola frente al espejo (y van…). Se deshace del eterno moño que la acompaña y se suelta la melena rubia. Se quita el jersey negro de cuello cisne (foto superior). Se desprende de esa imagen stevejobsiana que ha creado y que ya está agotada (hemos visto cómo la puesta en escena la rompía). Toca buscarse una nueva. La justicia espera a la vuelta de la esquina, pero ello se pone un suéter blanco, se compra un perro, se busca un novio y tiene un hijo. Hazlo o no lo hagas, pero no lo intentes. Y si lo intentas y fallas, haz como que no ha pasado, olvídate como te olvidaste de aquella partida que perdiste al Monopoly y te enfureció tanto que atravesaste una mosquitera en una huida sin sentido.

La teleserie de Disney+ tiene otros detalles dignos de mención. El primero, la reflexión sobre el daño causado por Holmes al resto de mujeres aspirantes a un puesto como el suyo. La perspectiva de género que incluye The Dropout se interroga sobre las consecuencias de utilizar la desigualdad (real) entre hombres y mujeres como argumento de venta o como estrategia defensiva ("hay mujeres que me sabotean porque tienen envidia de lo que he logrado"). Mercadear con tan importante cuestión conlleva una pérdida de credibilidad para el movimiento feminista difícil de calibrar y la creación de Elizabeth Meriwether la encara de frente, cosa nada sencilla cuando la principal quintacolumnista es una mujer.

Fotograma de 'The Dropout'.

Fotograma de 'The Dropout'.

Es, también, una teleficción sobre la soledad unida a un modelo empresarial que exprime al individuo hasta agotarlo, ya sea un simple empleado como Edmond Ku (James Hiroyuki Liao) -que deja tirada a su familia para resolver una crisis y después es despedido por supuesta deslealtad- como un millonario como Richard Fuisz (William H. Macy), vecino de los Holmes embarcado en una cruzada judicial frente a Elizabeth, alguien que tras salir victorioso es retratado como un hombre solo (su mujer le deja), triste y sin ninguna otra motivación en la vida que no sean sus negocios.

Triste, solitario y final se siente también Ian Gibbons, la otrora mano de derecha de Holmes, sometido a mobbing por su jefa, apartado de su trabajo en el laboratorio, anclado a la absurda pantalla de un ordenador (Mac, por supuesto) que solo le devuelve su imagen. Otro hombre arrinconado, que cada día desciende a pulmón libre por un vaso de burbon y atiza el fuego de la melancolía llenándose de arias los oídos. Un hombre, otro más, roto (foto superior) al que, perdido el trabajo ya solo le queda perder la vida. "Tú eres tu compañía", le dice la madre de Elizabeth a su hija durante el entierro de un familiar mientras, amortiguado, se escucha el My Way de Sinatra. Una filosofía que comparten Fuisz, Gibbons, Sunny Balwani y la propia Holmes, personas que son y solo son su trabajo. Esa es su manera de entender la vida. Y su primer mandamiento es hazlo o no lo hagas, pero no lo intentes. Cuando tu credo falla, solo quedan la nada o el olvido. Yoda debió habérselo explicado.

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