En mi cabeza, Hacks posee el perfil de una onda sinusoidal (vayan corriendo a Google), la curva del éxito doblegándose hasta formar un tobogán con destino a la mierda (con perdón). La comedia de Lucia Aniello, Paul W. Downs y Jen Statsky se mueve con la habilidad de un funambulista amante de Mies van der Rohe por la cornisa que separa la ventana del triunfo del precipicio del fracaso. Para mantener ese equilibrio, la teleserie de HBO Max se sirve de un patrón cómico basado en la asimetría comunicativa en virtud del cual la solución a un problema siempre llega a destiempo, normalmente porque las partes implicadas no aciertan a transmitirse la información necesaria en el momento oportuno. Además de eso, se levanta sobre lo que denominaremos una estructura dual múltiple. Expliquémonos.
Hacks relata las peripecias de la veterana cómica Deborah Vance (Jean Smart) y de su joven guionista Ava (Hannah Einbinder). He aquí la pareja número uno.
Esta segunda temporada, cuya emisión finalizó el pasado dos de junio, se alimenta de dos conflictos principales. El primero, heredado de la entrega anterior, viene dado por el incendiario correo electrónico que Ava envió a unos productores británicos a los que informaba de todos sus desencuentros con Deborah amén de revelar las partes más oscuras de su personalidad. Un email que llegó a quien no debía, cuando no debía. En esta comedia en la que los equívocos y la desincronización de las protagonistas lo son todo, las consecuencias de sus enfrentamientos siempre se materializan antes de que llegue el perdón. En este caso, cuando Deborah conozca el contenido del mensaje, cuya difusión ya había sido frenada para entonces, demandará a Ava ¡sin que ésta deje de trabajar para ella!
El segundo conflicto guarda relación con la carrera profesional de la cómica, ahora de capa caída tras ser invitada a abandonar el Palmetto, el casino en el que llevaba décadas ejerciendo como residente. Su objetivo no es otro que relanzar su carrera y para ello inicia una gira por distintas ciudades norteamericanas con tal de probar nuevo material para después poder actuar en escenarios de mayor reputación. He aquí la pareja (argumental) número dos.
Pero Hacks no se ocupa únicamente de Deborah y Ava. Hay otro dúo cómico impagable formado por Jimmy (Paul W. Downs), el representante de ambas, y su asistente Kayla (Megan Stalter), a su vez hija del jefe de la agencia. Dos personas que no pueden trabajar juntas -básicamente porque Kayla es una inepta y una descerebrada que se insinuó a su superior- pero que están condenadas a hacerlo por mandato empresarial. De nuevo, un doble conflicto que se retroalimenta: la incompatibilidad laboral unida a la gestión de la cartera de clientes.
Es cierto que la serie desarrolla otras subtramas -básicamente las de los ayudantes de Miss Vance, Marcus (Carl Clemons-Hopkins), Damien (Mark Indelicato) e incluso Josefina (Rose Abdoo)- pero carecen de la relevancia de esos dos bloques principales; son complementos que ayudan a describir con mayor precisión el entorno de Deborah y a explicar las problemáticas que lo rodean.
A partir de esa especie de mise en abyme dual (dobles parejas con conflictos multiplicados por dos), Hacks ofrece una muy particular visión sobre el ying y el yang del éxito y el fracaso. Y lo hace prestando atención al proceso y no al resultado, abordando la cuestión fundamental que subyace a la consecución (o no) de los propósitos artísticos de Deborah Vance, que no es otra que la entrega absoluta a su profesión y la reducción a la categoría de accesorio de cualquier otro aspecto vital que no tenga que ver con el trabajo. Et voilà, otra pareja: lo profesional/lo personal.
[David Simon, el relojero de Baltimore]
Bajo su apariencia de comedia ligera, la teleserie de HBO Max propone una reflexión sobre la ambición y el deterioro de las relaciones personales, principalmente las maternofiliales. En primer lugar, se nos deja claro que Ava no es más que el reflejo juvenil de Deborah (“eres como yo”, le dice su jefa en dos ocasiones), una guionista en fase de aprendizaje a la que su mentora no duda en despedir para que vuele en solitario y alcance sus metas. Mientras que Deborah Vance ha asumido su condición de workaholic, Ava va dándose cuenta de ello a medida que la gira de espectáculos avanza (en el 2.05, Retired, se da cuenta de que no tiene ninguna afición que no sea escribir chistes).
Así pues, lo que podía verse como una relación tutorial trufada con las desavenencias propias de cualquier amistad que surge en un entorno laboral, termina siendo la recreación de un vínculo madre e hija que los guionistas construyen a partir de pequeños detalles. Por ejemplo, las relaciones disfuncionales que Deborah y Ava tienen, respectivamente, con su hija y con su madre, expuestas en los episodios primero y sexto, desencuentros que las dos tratan de corregir usándose la una a la otra como trasuntos de sus propios familiares.
Esa sustitución sanadora -Deborah/madre, Ava/hija- se completa mediante líneas de diálogo (Deborah y la madre de Ava le repiten a ésta la misma frase cuando su libreta de anotaciones se estropea: “si es bueno, lo recordarás”) o través del vestuario (Deborah le compra a Ava un vestido que a ella le disgusta y que se pondrá en la fiesta de celebración final, afianzando la aproximación entre ambas, pero también reproduciendo una pauta de conducta típica: la madre que viste a la hija según su gusto).
Pero aún hay más. Deborah Vance concibe su nuevo espectáculo como un exorcismo existencial en el que se mofa de sus propios defectos como madre, como pareja y como hermana, roles que nunca ha sabido ejercer y que ahora se convierten en la gasolina que alimenta el fuego caustico de su show (básicamente, convierte el incendiario email de Ava en materia cómica). Lo personal se pone al servicio de lo profesional para culminar en un desenlace paradójico expresado en la conversación que Deborah mantiene con su hija DJ (Kaitlin Olson) al finalizar la actuación que la devolverá al primer plano del show business.
Todas aquellas confesiones íntimas, todas aquellas advertencias adultas y todas aquellas disculpas que Deborah le debía a su hija y que jamás le había dicho, ahora es capaz de pronunciarlas en público y comercializarlas en formato DVD. Pese a que no renuncia a la ambición consustancial a su naturaleza, Deborah Vance trata de remediar sus errores como madre poniendo a Ava en el buen camino (siempre según su concepción del mundo y de la industria del espectáculo), de ahí que la despida y la obligue a labrarse una carrera en solitario, lejos del cobijo y la comodidad que proporciona el trabajo a sueldo de una estrella (en otro gesto inequívoco, también retirará la denuncia que había interpuesto contra ella).
El propósito de enmienda de la actriz, manifestado a través de las decisiones que toma con respecto a su pupila, se inicia en el momento en el que DJ le anuncia que ella y su pareja intentarán tener hijos mediante un proceso de fecundación in vitro. Ese apunte, que solo se menciona al principio y al final de la temporada, es, sin embargo, clave para entender la interacción de las protagonistas tanto entre ellas como con respecto a sus allegados (Ava termina reconciliándose con esa madre imposible que le ha tocado en suerte viendo Pretty Woman).
['Slow Horses': espías de mierda]
Todo culmina con esa frase que Deborah le lanza a DJ cuando esta le muestra su preocupación sobre terminar pareciéndose demasiado a ella, alguien que pese a intentar cumplir con sus obligaciones como madre acabó cagándola. La frase, que intercala uno de esos silencios que te encoje el corazón como si fuese de algodón y lo hubieras lavado con agua caliente, es la siguiente: “Lo arruinarás (...) Es imposible no hacerlo, pero vale la pena”.
Por resumirlo brevemente, de la relación entre Deborah y Ava brota el aprendizaje que les servirá a ambas para remendar los tejidos afectivos que habían roto con su hija y con su madre. Ni que decir tiene que las cuestiones paternofiliales también resuenan en la llamada trama B de la serie: a Jimmy siempre le recuerdan que su padre estaría orgulloso/decepcionado según las decisiones que toma y Kayla, en un remedo soez de una de las secuencias más icónicas de Jerry Maguire (Cameron Crowe, 1996), se rebelará contra la autoridad paterna para irse con su jefe y abandonar la agencia de representación familiar.
Por cierto, hay unas cuantas imágenes que explican la evolución de la relación entre las dos protagonistas (veréis que casi todas son planos generales, una escala poco habitual en una propuesta que vive, sobre todo, de sus afiladas réplicas y contrarréplicas, pero que no renuncia a cierta elaboración formal que trasciende lo funcional).
En There Will Be Blood (2.01) tenemos a Ava convertida en un accesorio más del que Deborah se servirá hasta que deje de necesitarlo y lo almacene (foto inferior). Un plano que sirve para expresar los temores de la guionista, que todavía no le ha comunicado a su jefa que ha enviado un correo electrónico poniéndola a caldo y que, lógicamente, tiene miedo a quedar reducida a olvidado objeto de adorno en cuanto lo haga.
En Trust the Process (2.03) vemos a Deborah y Ava ayudándose mutuamente en una situación delicada que puede suponer el final de la carrera de la primera y la vuelta a la miseria de la segunda. La metáfora basurera de la imagen inferior ejemplifica que, efectivamente, están en la mierda y si no se apoyan va a ser difícil salir de ahí (la serie es lo suficientemente sutil para que la búsqueda de las cenizas del padre de Ava, accidentalmente lanzadas al contenedor por una road manager que parece un cruce entre el perro Patán y uno de los dos Sacamantecas, reverbere sobre la situación en la que ambas se encuentran sin necesidad de referirse explícitamente a ella).
En Retired (2.05) veremos a Deborah enseñando a nadar a Ava (foto inferior) en un gesto que define el acercamiento de las dos protagonistas a medida que su relación se destensa y la empatía aflora. Una imagen, otra más, que remite a esa relación madre/hija a la que aludíamos en párrafos anteriores.
En The Click (2.06) asistimos al punto álgido de la comunión entre ambas. Cuando Deborah termina una actuación en la que ha introducido nuevos chistes en los que se burla de sí misma y encuentra el filón para el espectáculo que pretende montar, Paul W. Downs rueda el paseo de la actriz y Ava desde el escenario al camerino juntándolas en un plano secuencia. Esa unión, que se completa cuando dan con el tema y el tono del show, quedará refrendada por una secuencia de montaje en la que las veremos preparando el número en distintas fases, con una planificación que nos las muestra como iguales (foto inferior).
Por último, en The One, The Only (2.08), Trent O’Donnell filmará la separación entre ambas de noche (en contraste con el ambiente diurno en el que se desarrolla la serie), en un balcón alejado de la multitud que celebra el éxito de Deborah y con Ava vestida con el traje que su jefa le compro (y los zapatos que eligió ella misma). Si las decisiones de iluminación ya avanzan un cambio y el vestuario nos indica que el rito de iniciación se ha completado, el plano medio largo que el realizador sostiene durante un tiempo (foto inferior 2) hará notar el vacío que el despido provocará en Ava. El lugar que ocupa(ba) Deborah, situada en el centro del plano de la foto inferior 1 y casi sosteniendo la composición (detrás de ella, la nada), queda convertido en ausencia en la siguiente imagen, marcada por la asimetría y el desequilibrio, señal inequívoca del desamparo al que tendrá que enfrentarse Ava a partir de ese momento.
Por si todo esto no fuese suficiente, tienen el capítulo cuarto, The Captain’s Wife, uno de los mejores episodios de comedia que se ha escrito en los últimos años que dejo voluntariamente en el tintero para analizarlo, más pronto que tarde, de manera individual. Así que ya saben, bajen las persianas, resguárdense del calor y denle duro a Hacks.