Sobre la familia Pujol pesan varios cargos por pertenencia a organización criminal, blanqueo de capitales, falsedad documental y evasión fiscal por los que se piden 9 años de cárcel para el que fuera presidente de la Generalitat de Catalunya, y entre 8 y 29 para sus siete hijos. La principal cuestión a la que aspira a responder La sagrada familia, la docuserie dirigida por David Trueba en colaboración con Jordi Ferrerons, es cómo se llegó hasta ahí.
Cómo el que fuera no solo la máxima autoridad del Principat sino el líder moral de un territorio con espíritu de nación, un hombre que supo vertebrar una región desestructurada tras el franquismo, que jugó al gato y al ratón con Madrid sin importarle el color del gobierno central sacando siempre una buena tajada para sus conciudadanos; cómo, aquel prohombre que estuvo al frente del ejecutivo catalán entre 1980 y 2003. terminó formando parte del álbum de cromos de la corrupción junto a Rodrigo Rato, Jaume Matas, José Antonio Griñán o Félix Millet.
La miniserie que HBO Max estrenó el pasado 24 de noviembre traza un recorrido cronológico que trata de explicar a Pujol desde sus antecedentes genealógicos —la importante figura de su padre, Florenci, quien puso los cimientos económicos del clan— y desde sus primeras acciones contestatarias durante el franquismo (que le llevaron a ser encarcelado y torturado), todas ellas presididas por la férrea voluntad de erigirse, más pronto que tarde, como máximo representante del pueblo catalán no desde posiciones izquierdistas, sino como frontman combativo de una burguesía nacionalista y católica que, hasta su aparición, había tolerado la dictadura mal que bien.
A Franco se le sublevaba la derecha catalana y Jordi Pujol i Soley encontró en ese movimiento estratégico un arma de identificación sin precedentes en la historia contemporánea de nuestro estado: Pujol era Catalunya y el pujolismo una religión.
El interés de La sagrada familia no se encuentra en sus formas. Calificarla de documental ya se antoja todo un atrevimiento, pues su compostura no diverge demasiado de la de cualquiera de los programas presentados por Jordi Évole, por citar a uno de los intervinientes en la serie. Estamos ante un reportaje que encadena entrevistas, todas ellas registradas utilizando apenas un par de tiros de cámara (uno frontal y uno lateral), emplea las (limitadas) imágenes de archivo de manera testimonial e ilustrativa (sin ningún afán expresivo) y edulcora el metraje sobrecargando de música la banda sonora. La factura es roma, como de multicopista del registro civil.
['Desde dentro' o cuando Sherlock Holmes salvó a la señorita Tingle]
Los alicientes se encuentran, sin embargo, en la ilustre nómina de entrevistados, no tanto por la relevancia de los nombres elegidos para repasar el auge y caída de Jordi Pujol, sino porque la selección parece buscar la tan inalcanzable imparcialidad llamando a capítulo a partidarios y detractores, a colaboradores íntimos y a expertos analistas, a compañeros de filas y a rocosos adversarios.
En ese caleidoscopio en el que información, opinión y elucubraciones se van entretejiendo hasta formar un retrato más o menos fidedigno del clan Pujol —pero también de un país, y no nos referimos a Cataluña— caben periodistas versados en la cuestión adscritos a líneas editoriales tan divergentes como David Jiménez (exdirector de El mundo), Màrius Carol (exdirector de La Vangurdia), José Antonio Zarzalejos (exdirector de ABC), Lluís Bassets (exdirector adjunto de El País), Antonio Franco (exdirector de El Periódico de Catalunya) o Vicent Sanchis (director de TV3), expertos en la 'cosa pujolista' como Maiol Roger o Francesc-Marc Álvaro y firmas incontestables como las de Josep Ramoneda y Enric González.
Esa amplitud de miras también se observa en la vertiente política (e ideológica) de la serie. Por ella desfilan dos expresidentes de distinto signo, Felipe González y José María Aznar, que tuvieron que pactar con el virrey del Principat para garantizarse el gobierno de España, o compañeros de singladura bien avenidos como Miquel Roca o Núria de Gispert y mal avenidos como Antoni Fernández Teixidó o Miquel Sellarés, pero también otros políticos catalanes de distinto signo como el expresidente de la Generalitat José Montilla (PSC) u otros muy contrarios a la gestión de Convergència i Unió como David Fernández (CUP).
Con todo, el gran mérito de La sagrada familia es acercarse al círculo íntimo de los Pujol, conseguir que el que fuera abogado de la familia hasta 2014, Javier Melero, dé su parecer sobre las vicisitudes que llevaron al jefe del clan a realizar, el 7 de julio de aquel año, una confesión pública en la que declaró que la familia poseía una fortuna oculta en Andorra (y que provocó que Melero dejase de representarle). O lograr que comparezcan públicamente tipos como el que fuera su mano derecha durante diez años, el secretario general de presidencia Lluís Prenafeta, para decir, sin inmutarse, que él jamás ha incurrido en un delito de corrupción pese a estar condenado por el caso Pretoria.
And last but not least, el testimonio estrella es, sin ningún género de dudas, el de Josep Pujol Ferrusola, el tercero de los 7 hijos del matrimonio, quien en un tono muchas veces desenfadado responde sin cortapisas a tantas preguntas como se le plantean. Asistimos así a un baile de luces (el constructor de la identidad nacional catalana) y sombras (el escándalo Banca Catalana), públicas (el caso 3%) pero también privadas (las relaciones con sus hijos; la ruptura de Pujol Júnior con Vicky Álvarez, que fue la espoleta que hizo que todo estallase). Una coreografía que, sobre todo, destruye no tanto el mito de Pujol como perspicaz estadista, sino su condición de líder espiritual de un pueblo, su camino hacia la canonización nacional como ese adalid moral que siempre quiso ser.
['Salvar al Rey'... Felipe VI]
Eso sí, no hay que perder de vista el título de aquella canción que popularizó Pearl Bailey a principios de los cincuenta que decía aquello de "it takes two to tango", y aquí, el gobierno de España presidido por Mariano Rajoy aparece como la pareja indispensable para destapar un caso que hubiera permanecido en el cajón de cosas que es mejor no remover de no haberse iniciado el proceso independentista catalán.
Desacreditar a Pujol equivalía a descabezar el movimiento, y para ello se emplearon estrategias de dudosa legitimidad (ni siquiera es menester enfangarse en cuestiones legales) que incluyen la creación de una policía patriótica formada por miembros de la policía nacional y del CNI, fabricantes de fake news al por mayor que suministraban información falsa o tergiversada más a periodistas concretos que a medios afines, destinadas a destruir un motín político que nadie sabía cómo detener por la vía parlamentaria.
Novelas hermanas
La serie no discute que, entre las pilas y pilas de titulares sin fundamento que ocuparon portadas en aquellos días, aparecieran otros fidedignos, sustentados por una base documental (las cuentas en Andorra). Los métodos empleados para obtener aquellos datos y la intoxicación mediática que rodeó todo el procés —del que el caso Pujol es una ramificación—, no deberían caer en el olvido.
Así pues, el óleo resultante está formando por un sinnúmero de capas indivisibles, y Trueba y Ferrerons no temen denunciar las incoherencias de unos testimonios mediante la comparación con otros (en no pocas ocasiones se ofrecen versiones contradictorias sobre un mismo hecho), muchos de los cuales terminan por retratarse a ellos mismos, desde un Prenafeta que afirma con total naturalidad que la corrupción existe desde la Antigua Grecia y es consustancial a la política (asuuuuuucar), hasta una Vicky Álvarez cuyas declaraciones contra Jordi Pujol Ferrusola están llenas de inexactitudes, pasando por un Felipe González dispuesto a mantener vivo contra viento y marea el mito de la Inmaculada Transición: "Yo creo que ha habido elementos de corrupción en su entorno, pero me cuesta trabajo pensar en Pujol haciendo operaciones corruptas para enriquecerse".
Tanto para Josep Pujol como para el expresidente socialista, Jordi Pujol i Soley fue una suerte de Rey Lear descafeinado al que un hijo con una desmedida ambición económica (Jordi Pujol Júnior) y otro con ansias de asumir el relevo político de su progenitor (Oriol), forzaron a ofrecerse en público holocausto para expurgar los pecados familiares. Un pobre hombre, caracterizado por su austeridad, condenado por los pecados de sus hijos. El president que era capaza de saber que un carnicero de Olot se había recuperado felizmente de un cólico nefrítico, pero que desconocía en qué asuntos andaba su prole.
Pese a sus evidentes limitaciones formales, La sagrada familia puede verse como la extensión audiovisual de dos novelas que, desde distintas posiciones, abordan el fenómeno pujolista. Si El hijo del chófer, el non-fiction thriller de Jordi Amat (otro de los entrevistados), que versa sore la figura del que fuera primer director general de TV3, Alfons Quintà, da una idea del funcionamiento del poder en la Cataluña de Pujol (y las coincidencias (Banca Catalana) y paralelismos son francamente iluminadores); El corazón de la fiesta de Gonzalo Torné examina desde la ficción los engranajes afectivos que mueven a una familia en la que identidad se negocia desde el dinero. Sirva la docuserie de Trueba y Ferrerons para que, si lo desean, entren en estas dos grandes novelas hermanas que les ayudarán a entender mejor el caso y el fenómeno.