Junio se cerró con los estrenos de Invasión secreta (21), Secuestro en el aire (28) y la cuarta y última temporada de Jack Ryan (30), tres variantes de un género ampliamente cultivado por la teleserialidad pasada y presente que, cuando llega el verano, parece rebrotar como si la acción sin demasiadas pretensiones sirviese para combatir las altas temperaturas.
Pese a sus múltiples diferencias (y a sus muy discutibles resultados) las tres propuestas vienen encabezadas por tres tipos duros cada uno a su manera (Samuel L. Jackson, Idris Elba y John Krasinski), pasión por las conspiraciones y sorpresas en cada revés de la trama.
Invasión secreta (Kyle Bradstreet, 2023 / Disney +)
El guionista Kyle Bradstreet (Copper) ha sido el encargado de adaptar la historieta escrita en 2008 por Brian Michael Bendis y dibujada por Leinil Francis Yu en esta miniserie centrada en la operación clandestina emprendida por el comandante Nick Furia (Samuel L. Jackson) para evitar que la Tierra sea dominada por los Skrull, una raza alienígena que puede adoptar cualquier forma y que, tras huir de su planeta a causa de una guerra civil, trata de suplantar a seres humanos situados en puestos de poder para hacerse con el control del mundo. Furia, respaldado por el skrull Talos (Ben Mendelsohn), tratará de moverse por los márgenes del sistema para frenar una ofensiva en la que nadie parece creer.
Si a estas alturas ya nadie duda que Capitán América: el soldado de invierno (Anthony Russo & Joe Russo, 2014) es el mejor exponente del Marvel Cinematic Universe, no es de extrañar que Bradstreet, que ya en Mr. Robot (Sam Esmail, 2015-2019) abordó el tema de la conspiración, regrese a la senda del film3 basado en el cómic escrito por Ed Brubaker y se mire en el thriller conspiranoico de los 60 y 70 para desarrollar su historia.
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Sin embargo, los guiños a El mensajero del miedo (John Frankenheimer, 1962) o a La invasión de los ladrones de cuerpos en cualquiera de sus versiones, no vienen respaldados por un guion sólido, como bien ejemplifica G’iah, el personaje interpretado por Emilia Clarke, tan pobremente construido (una doble agente cuyo final es harto previsible) y con un arco evolutivo tan limitado que requerir los servicios de una estrella para encarnarlo se antoja un boutade presupuestaria, habida cuenta de que su longevidad no excede a la de la vida de una mosca de la fruta.
Todo eso por no mencionar que cualquiera que no frecuente el universo de La Casa de las Ideas tendrá serias dificultades para entender quién es quién y qué demonios está sucediendo en Invasión secreta –de hecho, si no se ha visto Capitana Marvel (Anna Boden & Ryan Fleck, 2019) uno tiene que hacer un ejercicio de fe ciega.
Tampoco ayuda la pobreza técnica que exhiben determinadas secuencias climáticas, tal y como se observa en el desenlace del primer episodio, un atentado con múltiples explosiones convertido en castillo de fuegos artificiales de las fiestas del pueblo por obra y gracia de un CGI pobretón que anula cualquier rastro de verosimilitud. Es más, la fisonomía de los propios skrull parece, en demasiados momentos, obra de los diseñadores de vestuario y del equipo de maquilladores de la Troma o, como mucho, de la ochentera V (Kenneth Johnson, 1984-1985) con la que lo nuevo de Marvel tiene que ver más de lo que parece.
El buen pulso demostrado por Ali Selim -director de los seis capítulos- en títulos como Cóndor (Todd Katzberg, Ken Robinson & Jason Smilovic, 2018), Manhunt (Andrew Sodroski, Jim Clemente & Tony Gittelson, 2017- 2020) o The Looming Tower (Dan Futterman, Alex Gibney & Lawrence Wright, 2018), queda reservado para las secuencias de interiores –el duelo actoral entre Samuel L. Jackson y Don Cheadle en el segundo episodio- y las persecuciones que no requieren de efectos especiales para sostenerse (verbigracia, el arranque de la serie). En resumen, el inicio de la quinta fase del universo Marvel en el campo televisivo no arranca demasiado bien.
Secuestro en el aire (George Kay & Jim Field Smith, 2023 / Apple TV +)
Conste que quien escribe esto es un fan del subgénero aviones secuestrados. Nada mejor para pasar un buen rato que Alarma: vuelo 502 secuestrado (John Guillermin, 1972) o la imposible Aeropuerto: S.O.S. vuelo secuestrado (Caspar Wrede, 1974) por no hablar de títulos más modernos como la efectiva Non-Stop (Jaume Collet-Serra, 2014) o la entretenida 7500: avión secuestrado (Patrick Vollrath, 2019), por no citar otras variantes del asunto que van desde La jungla 2: Alerta roja (Renny Harlin, 1990) a Vuelo nocturno (Wes Craven, 2005) pasando por Plan de vuelo: desparecida (Robert Schwentke, 2005). Con esto quiero decir que, solo con su planteamiento, Secuestro en el aire me tenía casi ganado.
Sam Nelson (Idris Elba) es un negociador corporativo, eufemismo con el que se bautiza al tipo doctorado en retórica que se encarga de despedir al mayor número de empleados posible después de una fusión como si, en realidad, les estuviera haciendo el favor de sus vidas. Cuando el avión en el que viaja Nelson con destino a Londres
procedente de Dubai sea secuestrado por un grupo de terroristas, nuestro campeón de la persuasión tendrá que emplear todo su talento para salvar el cuello de los 200 pasajeros con los que comparte vuelo. Como buen liquidador de currantes, sus estrategias no serán del gusto de sus compañeros de pasaje, pero irán surtiendo efecto.
Los problemas vienen cuando uno empieza a obligar al guion de George Kay (Criminal) a responder a un sencillo cuestionario. No pasa ni de la primera pregunta. Los planes de los secuestradores se ven alterados (atención) porque una de las pasajeras encuentra un bala (¡una bala!) en los baños. Poco importa que, en lugar de avisar a la tripulación, se lo diga primero a sus amigas adolescentes y lo ponga en conocimiento de uno de los asaltantes, que está sentado cerca, lo que les fuerza a adelantar un golpe que estaba previsto para unas horas más tarde. Lo que importa es otra cosa.
[Sofía, la reina sufridora en un laberinto de corrupción]
Importa saber cómo demonios se te cae una bala en un avión. ¿Acaso has decidido ir con el Colt de Wyatt Earp o con una Smith & Wesson modelo 29? ¿Cómo es posible que a un secuestrador, que va con mil ojos preparando un golpe, se le caiga una bala del cargador (o la única que está en la recámara) en el baño del avión? ¿Le dio un apretón y entró al aseo como un concejal de VOX a un auditorio municipal a impedir una proyección de Lightyear? Y, a todo esto, ¿de verdad era necesario utilizar un truco tan chusquero para adelantar la operación? ¿No bastaba con una elipsis?
Para disfrutar de la serie es necesario dejar de interrogarla y observar cómo Idris Elba va manipulando al personal para conseguir que todos regresen a casa sanos y salvos. Todos menos los secuestradores, claro. Eso sí, el que fuera Stringer Bell actúa con la desgana de un vendedor de seguros con migraña, como si el día del secuestro le hubiesen revisado la hipoteca y la próstata y la declaración de la renta le saliese a pagar. Uno, que tiende a solidarizarse con los cornudos y demás desheredados por el amor (y Sam Nelson lo es), justifica la apatía de un protagonista que, de imprimirle más energía a su rol y teniendo en cuenta el perfil anatómico cincelado por los dioses de Elba, antes que engatusar a los terroristas les matasellaría la cara de un guantazo y certificaría el final del secuestro a la media hora del episodio piloto.
Jack Ryan (Carlton Cuse & Graham Roland, 2018-2023)
Sé que algunos de vosotros habrán arqueado una ceja cuando, al inicio del texto, han leído lo de protagonistas carismáticos y acto seguido el nombre de John Krasinski. En mi defensa he de decir que ese punto pavisoso de este agente de la CIA que antes que un héroe de acción es una rata de despacho me parece del todo justificado y se adapta perfectamente al rostro oblongo y amable del actor bostoniano.
En la entrega final de Jack Ryan, nuestro protagonista asciende a director adjunto en funciones de la central de inteligencia estadounidense con el objetivo de acabar con la corrupción interna. Su primera medida administrativa no es otra que cortar la financiación de todos los programas en activo, de manera que, si tras alguno de ellos se esconde un objetivo oscuro, no tardará en revelarse. Y eso es lo que sucede.
Ryan cierra el grifo, un pago a la policía mexicana para que no intervenga en una redada no llega a tiempo y una operación encubierta en la que anda metido el agente/mercenario Domingo Chavez (magnífico Michael Peña) y que involucra a un cártel mexicano y a una organización multitarea con sede en Birmania, se va al garete.
La teleserie que parte del personaje creado por Tom Clancy en la década de los ochenta sigue siendo efectiva, no solo por mantenerse fiel a una determinada tradición genérica (como buen relato de espías nos paseamos por todo el globo) sino también por sus cuidadas escenas de acción y su interés por tomarle el pulso a la geopolítica del momento (siempre desde una perspectiva pro USA).
Esta vez la conspiración se orquesta desde el corazón de la CIA, si bien su propósito final no es otro que crear una red mundial de tráfico de cualquier cosa que pueda transportarse (de drogas a terroristas), lo que pone a prueba la fe de Ryan en el sistema que ha jurado defender.
A este respecto, los matices más significativos los aporta el personaje interpretado por Peña, un servidor del estado que ejecuta a tipos peligrosos sin pestañear, alguien que jamás ha dudado de las órdenes de los mandos y que, ahora, descubre que quizá no estaba al servicio de su país sino al de los espurios intereses de algunos de sus superiores. Un Peña hierático, de rostro pétreo como el protagonista de una película de Paul Schrader, vuelve a demostrar que en Jack Ryan la elección de los actores casa perfectamente con el tipo de papeles que les tocan en suerte.
Si bajo su rostro anodino Krasinski esconde a un soldado entrenado en combate (en su día ya lo describimos como un edificio de oficinas que esconde un arsenal), Peña tiene que parecer frío como un registrador de la propiedad y amenazante como Pedro Sánchez en campaña. Así que pese a que los que rajan del casting de la serie de Prime Video son legión, aquí tienen a un firme defensor de las elecciones tomadas por Carlton Cuse y Graham Roland.