'Boiling Point': cuando hierve la sangre
La nueva serie de Movistar Plus+ enseña una fauna de seres imperfectos que comparten la lacra de la precariedad mientras se esfuerzan por vestir de lujo el teatro de la alta cocina.
Los amantes de la gastronomía y de los ansiolíticos están de enhorabuena. A falta del estreno de la tercera temporada de The Bear, que en nuestro país Disney+ ha retrasado hasta el 14 de agosto, Bolinig Point, producción de la BBC que Movistar Plus+ lanzó esta semana, les funcionará como perfecto sustitutivo.
Allá por 2021, el director británico Philip Barantini estrenaba Hierve, un largometraje rodado en plano secuencia que relataba una estresante jornada en el Jones & Sons, un restaurante de lujo situado en el corazón de Londres. Aquella elección formal pretendía transmitir la sensación de vértigo que sacudía la cocina liderada por el chef Adam Jones (Stephen Graham), un mago del recetario que, sin embargo, era incapaz de hacer frente a una mala calificación de sanidad, mientras su incipiente divorcio y sus adicciones le carcomían por dentro.
La toma en continuidad impuesta por Barantini obligaba a la confección de un preciso diseño coreográfico que facilitase la transición entre personajes y espacios, principalmente la sala, la cocina y el callejón al que se accedía por la puerta trasera del local.
Esa unidad espaciotemporal se asemejaba al mecanismo de una olla a presión del que nadie, espectadores incluidos, podía huir. Tanto es así que, al final, se habilitaba una válvula de escape en forma de infarto de miocardio, los problemas de salud como señal de parada obligatoria para un tren de vida pasado de revoluciones.
En Hierve, la cesión del testigo dramático entre personajes permitía una descripción mínima de las historias de cada uno de ellos, más sugiriendo que indagando en sus respectivas problemáticas. Aquí el conflicto principal se centraba en la capacidad y las opciones de Andy Jones para sacar adelante su negocio en una noche especialmente turbulenta.
Esas modificaciones en la puesta en escena tienen más que ver con la escritura de James Cummings, autor tanto del guion de la película como del cortometraje que inauguró el universo 'Hierve'. Dicho de otro modo, la longitud serial, los casi 240 minutos de la serie frente a los 90 del largometraje, permiten a Cummings explorar las vidas de todos esos secundarios que se movían como hacendosas hormigas por la cocina del Jones & Sons.
Si Hierve era una película centrípeta en la que el resto de los personajes eran satélites que orbitaban alrededor de la figura de Andy Jones, Boiling Point es una propuesta centrífuga en la que su disposición coral nos permite explorar las biografías de los miembros del equipo del Point North. Conocemos sus dificultades, visitamos sus casas, los vemos interactuar con otra gente, …
Así pues, y entroncando con la larga tradición de la ficción 'social' británica, veremos a lavaplatos asfixiados por las deudas que aceptan encargos de la mafia o a ayudantes de cocina que falsean sus currículums para poder alimentar a su familia. O a reposteras alcohólicas en permanente fase de rehabilitación con un corazón tan grande como la tarta nupcial de una boda real. O a un eficientísimo segundo de abordo con tendencia a expresar físicamente sus apetencias sexuales contra la voluntad de sus compañeras. O a una chef como Carly, ahogada por unos inversores que no se sabe si van o vienen, aniquilada por su estresante día a día y debilitada por la relación tóxica que mantiene con su madre. Todo ello sin olvidarnos de un deteriorado Andy, con un Stephen Graham con menor presencia defendido el rol que otorga la consistencia de la continuidad a esta extraña trilogía (cortometraje, película y serie).
En definitiva, una fauna de seres imperfectos que comparten la lacra de la precariedad mientras se esfuerzan por vestir de lujo el teatro de la alta cocina, ese al que ellos tienen la entrada vetada.
A los problemas inherentes de gestionar un restaurante de ese nivel; problemas que van desde fallos en la ejecución de un plato, desajustes con los proveedores o clientes insufribles; añádanle un chorrito de presión financiera y espolvoréenlo todo con ego picante. En la cocina del Point North, y en muchas otras de corte similar, siempre hay alguien listo para humillarte, porque en los templos de la excelencia el error, por mínimo que sea, es inadmisible.
Así pues, la combinación entre la desasosegante cotidianeidad y el cúmulo de problemas personales de la mayor parte de los miembros de la plantilla se salda con una sobredosis de conflictos que, por momentos, se torna difícilmente asumible. Tampoco falta la contrapartida en forma de calor fraternal que aparece cuando un huracán de miseria amenaza con devorarlo todo; esa es, por ejemplo, la principal función dramática de Dean (Gary Lamont), el afable y dicharachero jefe de sala. En cualquier caso, la asimetría entre las condiciones de vida de los cocineros, camareros y friegaplatos y las de sus comensales no es más que un reflejo de lo jodidamente mal organizado que está el mundo.
De ahí la importancia de la frase coordinada copulativa con la que abríamos el texto: los amantes de la gastronomía disfrutarán mucho de las secuencias de montaje culinarias que adornan cada episodio, pero no sobrevivirán a la recargada dramaturgia de Boiling Point si no tienen un Lorazepam a mano. No es esta una serie para los que busquen un momento de desconexión tras su ardua jornada laboral. Consúmanla, pues, con paciencia (y, a poder ser, acompañada de buenos alimentos).