¿Mono de fútbol tras la Eurocopa? Tranquilos, llegan las series ‘Bestia’ y ‘La fiebre’
Filmin estrena un drama futbolero juvenil y Movistar Plus + nos trae una miniserie que nos demuestra que el deporte y la política siempre van de la mano.
Acaba de terminar la Eurocopa. Todavía no han empezado los Juegos Olímpicos. ¿Cómo nos las componemos los amantes del futbol para superar esta travesía de doce días por el desierto? Por suerte, nuestras plataformas amigas están aquí para apaciguar este calvario proporcionándonos paz de espíritu con dos series con el futbol como protagonista (más o menos).
Empecemos por Bestia, que Filmin estrenará el próximo 23 de julio, una producción de la televisión pública noruega (NRK) que adapta la novela Bare spille ball (2018), primera entrega de una trilogía escrita por el exfutbolista profesional Michael Stilson, quien se interpretaba a sí mismo en la interesantísima Home Ground, que también está disponible en la plataforma española. En ella no está Nico Williams, pero aparece John Carew. Menos da una piedra.
Bestia está protagonizada por Elias (Max Campbell), un joven de 17 años que milita en la cantera del Rosenborg cuya máxima aspiración es firmar un contrato profesional con el conjunto de la ciudad de Trondheim. Su entorno, con una familia desestructurada y un padre alcohólico que quiere mudarse de ciudad, no le es demasiado propicio. A su favor: un talento innato y la perseverancia de Cucurella.
Los guionistas Ernst De Geer y Mads Stegger -autores de la curiosa película Hipnosis, que, por cierto, se estrena en agosto– estructuran los ocho episodios de apenas 20 minutos cada uno a partir de dos ejes básicos.
El primero, una cuenta atrás. Quedan seis días para disputar la final del campeonato y buena parte del futuro de los jugadores de la Academia se juega en ese partido. De hecho, los dirigentes del club advierten a Elias de que no le ofrecerán un contrato hasta que el choque no se haya celebrado.
De nada servirán su insistencia o sus motivos, principalmente garantizarse unos ingresos que puedan ayudar a los suyos. Lo que suceda en esa semana previa a la final será decisivo. Y, claro, todo se sobredimensiona: la presión del entorno, la tensión en los entrenamientos, el nivel de autoexigencia...
El segundo eje vertebrador de Bestia es un dilema moral. David (Martin Tønder) es el mejor amigo de Elias. También es su compañero de ataque en el equipo juvenil. Un chico de familia bien y talentoso que acaba de cerrar un acuerdo millonario para pasar a formar parte de la plantilla del primer equipo.
Elias es un buen jugador, aunque quizá carezca de la ambición necesaria para ser una estrella. Se muestra como un joven altruista, un buen colega que pasa de decirle a su entrenador que David ha llegado resacoso al primer entrenamiento de la semana. Los canteranos del Rosenborg tiene terminantemente prohibido beber alcohol. Como Lamine Yamal, son, además, menores de edad.
Su actitud cambiará en el momento en el que el técnico decida que, en lugar de utilizar dos puntas como venía siendo habitual, solo juegue uno. Y ese delantero es David. Si Elias no es de la partida en ese encuentro, su porvenir y el de su familia están condenados. Así que sus preferencias cambian. Y el personaje se transforma.
No es casual que el director, Sebastian Kaas, lo presente como una versión adolescente de Travis Bickle en una imagen –Elias rapándose la cabeza frente al espejo- que nos retrotrae al filme de Scorsese cuyo poster, junto al de Easy Rider, cuelgan en las paredes de su habitación.
Que un joven de la generación Z que se pasa el día entre Instagram, Tik Tok y los campos de entrenamiento tenga estos referentes resulta un tanto dudoso, pero asumámoslos como una licencia poética: las circunstancias llevarán a Elías a convertirse en un tipo oscuro.
Por lo demás, la serie se esfuerza por retratar con precisión el submundo del futbol juvenil de alto nivel. De hecho, los paralelismos que pueden establecerse entre Elias y la figura de Erling Halland, actual jugador del Manchester City y el mayor talento noruego de los últimos años, son evidentes.
En ocasiones, la serie peca de grandilocuente, sobre todo en la inclusión del repertorio clásico en su banda sonora, pero las interioridades de un vestuario, las rutinas técnico-tácticas, la manipulación psicológica de los entrenadores, los tejemanejes de los representantes y los comportamientos adolescentes desprenden cierta verdad, al igual que, por fortuna, todo aquello relacionado con la práctica del futbol, tantas veces mal filmada.
Aquí funciona en su versión más prosaica, pero también cuando se busca su estilización con cámaras subjetivas o ralentíes. Por una vez, ver futbol en la ficción no da vergüenza ajena.
En lo formal, Kaas combina dos formatos, uno que replica las filmaciones en 16 milímetros y el 16:9. Aunque por momentos esa mezcla se antoja caprichosa, en un mundo marcado por las apariencias y superficialidad de las redes sociales, los flashes parecen remitir a la experimentación de emociones verdaderas, sean del tipo que sean.
Por ejemplo, y en contraposición a la frialdad del mundo del fútbol, la incipiente relación entre Elias y Mina (Mariama Norah Ellingsen Diagne) está rodada como si fuese una ensoñación, un oasis de verdad, no exento de turbulencias, en mitad de un desierto afectivo azotado por tormentas de odio, envidia y rencor.
El deporte es política
Los comentarios de Mbappé, Tchouaméni o Koundé a propósito de frenar a la ultraderecha antes de las últimas elecciones legislativas en Francia. Las múltiples interpretaciones del triunfo de una selección multiétnica en la recién clausurada Eurocopa. Las reacciones a la canción racista coreada por los integrantes del combinado argentino tras ganar la Copa América. Algunos pueden seguir pensando que mezclar la política y el deporte es un error, pero la realidad se encargará de decirles que son prácticamente indisolubles.
Desconozco si Eric Benzekri, creador de una de las mejores series políticas de todos los tiempos como Baron Noir, ha leído a Manuel Vázquez Montalbán. En cualquier caso, algunas de las tesis que aparecen en La fiebre, estrenada por Movistar Plus + el pasado 8 de julio y cuyo último episodio llegará a nuestras pantallas el 12 de agosto, parecen corolarios de las máximas acuñadas por el escritor catalán a propósito del futbol.
Afirmaba el creador del detective Pepe Carvalho que, durante un tiempo, el F.C. Barcelona fue el ejército simbólico desarmado de Catalunya en la silenciosa lucha que el pueblo catalán mantenía contra el yugo franquista. En esta miniserie francesa, que arranca con el cabezazo que la estrella del Racing de París, Fodé Thiam (Alassane Diong), le propina a su entrenador durante la gala de premios de la Federación Francesa, oímos frases como “el fútbol es la dramatización de un conflicto armado”.
Aquí el deporte es un pretexto para desarrollar una propuesta marcadamente política que nos habla de una sociedad, la francesa, al borde del conflicto civil. La agresión del futbolista, de origen senegalés, será la espoleta que detone la bomba del odio, cuya deflagración se expandirá a través de las redes sociales hasta imponerse como una cuestión de estado en vísperas de la celebración de la Eurocopa. Como ven, más de actualidad no puede estar.
Para atajar la crisis que se avecina, el máximo responsable del club, el presidente que encarna el también músico Benjamin Biolay, contrata a un gabinete de comunicación experto en la gestión de situaciones delicadas.
Dentro del equipo destaca Sam Berger (Nina Meurisse), una mujer con graves problemas de ansiedad, probablemente a causa de una mente preclara capaz de anticipar las desgracias futuras. Alguien que carga en sus hombros el peso del mundo.
Su agudeza, digna de un veterano jugador de ajedrez, le permite prever tanto las reacciones de la sociedad como las de sus adversarios. Su objetivo no es otro que evitar que un incidente menor convertido en fenómeno viral derive en una guerra sin cuartel.
Pero ¿quién es el enemigo? Pues no es otro que la instrumentalización del cabezazo por parte de activistas de izquierdas que abogan, manifestaciones mediante, por un proceso de ‘decolonialización’ y, sobre todo, por parte de Marie Kinsky (Ana Girardot), una hábil periodista que agita con sutil violencia la bandera del odio racial.
Su presencia continua en los medios y en las redes sociales y su ascendencia sobre determinados políticos la convierten en una voz autorizada, en ese tipo de personas que dicen lo que nadie se atreve a decir, un burdo eufemismo para lanzar proclamas xenófobas y clasistas ocultas detrás de una brillante retórica.
Marie y Sam, excompañeras tiempo atrás, protagonizan un vibrante tête à tête filmado con el pulso habitual por Ziad Doueri, director de estimables largometrajes como West Beirut (1998) o El insulto (2017).
Aquí futbol verán poco, pero escucharán unas cuantas verdades a propósito de cómo funciona el negocio que mueve el deporte rey. Si después de verla todavía siguen siendo capaces de disociar deporte, política y organización social, se han ganado un gallifante.