Laure Calamy como Christelle en 'La confidente'. Foto: Max

Laure Calamy como Christelle en 'La confidente'. Foto: Max

En plan serie

'La confidente': la mujer que (nunca) estuvo en Bataclan

12 octubre, 2024 01:44

Christelle "Chris" Blandin (Laure Calamy) adora el punk. Tiene más de 40 años, pero la habitación que sigue ocupando en casa de su madre tiene las paredes forradas de posters de infinidad de grupos. Sí, ya desde la primera secuencia, individuo y espacio no convergen, cuando vemos a la protagonista mangonear a un tipo con el que acaba de tener la primera cita certificaremos que algo desentona en su comportamiento. Quizá sea la falta de recursos, quizá otra cosa.

A la salida de ese encuentro fugaz en un bar, las calles de París quedarán inundadas por el sonido de las sirenas, de las pisadas apresuradas de gente que corre sin saber adónde ir, de algunas detonaciones… Es el 13 de noviembre de 2015 y cuando Chris pone un pie sobre la acera los atentados de Bataclan acaban de producirse. Ella, que se encontraba en las proximidades de la zona y que se topa en el metro con una de las víctimas, inicia en ese punto su particular 'operación encaje'.

De manera natural, se unirá a la comunidad de supervivientes, afirmando que su mejor amigo Vincent fue uno de los heridos en la masacre. Paulatinamente, irá ganando peso en la asociación en defensa de las víctimas que se constituirá tras el suceso. Su laboriosidad y una proactividad digna de un becario al que le han prometido un contrato indefinido, la convierten en un recurso indispensable para el grupo, hasta que, como nos pasaba a nosotros cuando veíamos a esa cuarentona rodeada de carteles de estética chillona, la cosa empieza a chirriar.

Podríamos situar La confidente en la intersección entre Un año, una noche (Isaki Lacuesta, 2022) y Marco (Aitor Arregi & Jon Garaño, 2024). La asociación con la película de Isaki Lacuesta se produce, antes que nada, por una cuestión factual, pues el motor de ambas historias es el ataque terrorista que costó la vida a 130 civiles aquella fatídica noche de noviembre.

Existe, no obstante, otra similitud que tiene que ver con la concepción de la memoria como una representación. La maleabilidad de los recuerdos, parte fundamental del cisma sentimental que se abría entre la pareja protagonista de un filme en el que él se mostraba incapaz de superar lo que había visto y ella afirmaba no haber visto nada de lo sucedido, se transforma aquí en herramienta para obtener la aceptación social.

Las concomitancias con el largometraje de Garaño y Arregi son más evidentes, pues tienen que ver con las particularidades psicológicas que hermanan a Enric Marco y Chris Blandin, nombre ficticio que sustituye al de la verdadera protagonista de esta historia. Hablamos de la mitomanía de acuerdo con la primera acepción que le otorga la Real Academia Española de la Lengua: tendencia morbosa a desfigurar, engrandeciéndola, la realidad de lo que se dice.

Al igual que Enric Marco se fabricó un pasado que daba cuenta de su estadía en el campo de concentración de Flossenbürg, mademoiselle Blandin vinculó su nombre a los atentados de Bataclan. En primer lugar, confeccionó una identidad falsa con el nombre de un antiguo compañero de correrías musicales, el cuerpo en coma de una víctima real y una cuenta de Facebook de nuevo cuño que le sirvió para presentarse como amiga doliente de un herido grave.

Fotograma de 'La confidente'. Foto: Max

Fotograma de 'La confidente'. Foto: Max

Esa biografía ajena surgida de la factoría de su imaginación le valió para integrarse en la asociación Stand for Paris, conseguir un trabajo y erigirse en representante oficiosa de la entidad. Si a Enric Marco le frenaron un día antes de tomar la palabra en los actos conmemorativos de la liberación del campo de concentración de Mauthausen-Gusen, flanqueado por el presidente Zapatero y el canciller austríaco, Blandin posó junto a sus compañeros y capitaneó el reportaje que sacó la revista Paris Match sobre la organización.

Al igual que Enric Marco, la protagonista de La confidente, cuyo título original vendría a ser Una amiga devota, también falsificó documentos, en este caso para hacerse pasar como víctima real y cobrar una indemnización del estado, pues necesitaba ingresos y no sabía si la entidad en la que se acababa de enrolar iba a darle un curro. Como Marco, era una fabuladora excelente, locuaz como un vendedor de crecepelo, experta en aplazar pagos y coleccionar deudas, un espécimen concebido para la supervivencia por adversas que fueran las circunstancias.

Vadeó el abono de alquileres, pero nunca le faltó casa. Se cameló a representantes institucionales. Engañó a médicos y enfermeras. Y esquivó no pocas de las innumerables sospechas que recayeron sobre ella. Apoyada en el anonimato que brindan las redes sociales, dotada con un talento natural para incardinar anécdotas propias y reales en el interior de una simulación compuesta por experiencias ajenas, y poseedora de una vis camaleónica difícilmente igualable, Blandin podría habernos hecho creer que la cicatriz de la vacuna de la viruela que lucía en su hombro era, en realidad, la huella de un balazo.

La primera producción francesa de Max, basada en la novela La mythomane du Bataclan de Alexandre Kauffmann y creada por Fanny Burdino, Jean-Baptiste Delafon y Samuel Doux, es lo que nuestros vecinos del norte llamarían un buen portrait. Una excelente Laure Calamy le presta su carne y su gesto a Christelle y el realizador Just Phillipot (La nube, Lluvia ácida) se aplica con corrección en el desarrollo de su cometido, sobre todo cuando le toca asfixiar a una protagonista que no cesa de buscarse huidas provisionales cada vez que están a punto de echarle el guante.

Laure Calamy como Christelle en 'La confidente'. Foto: Max

Laure Calamy como Christelle en 'La confidente'. Foto: Max

Lo mejor, sin embargo, es observar cómo a lo largo de sus cuatro episodios los guiones no se limitan a explorar esa variante de la sociopatía consistente en redefinir constantemente el propio pasado a partir de la cosecha de las vivencias de otros antes de elaborar un coupage falsamente genuino. Eso, ciertamente, está bien retratado. De hecho, Chris Blandin actúa como un serial killer.

Analiza a conciencia a sus objetivos. Arma un panel en el que colecciona recortes de prensa, post its con declaraciones exactas de las víctimas que luego memoriza, imágenes, planos de la zona… Su propósito, sin embargo, no será cometer homicidio alguno, sino diseñar un personaje que encaje con lo que el escenario demanda.

El corolario afectivo de una farsante

Ahora bien, los guionistas no se centran únicamente en el examen concienzudo de una conducta que no surge de la nada, sino que tiene numerosos antecedentes. Aquí importa tanto o más que esas recurrentes y volitivas usurpaciones de identidad, su corolario afectivo. ¿Por qué Chris se comporta así? Pues porque las raíces de su leyenda negra se hunden en el subsuelo de la necesidad. La necesidad de sentirse útil. La necesidad de sentirse querida. La necesidad, valga la redundancia, de sentir que alguien la necesita.

Y para lograrlo estará dispuesta a todo. A amenazar a un niño. A fingir que es la familiar de un hombre que se debate entre la vida y la muerte. A falsificar una entrada o una nómina. A creer como verdades cada una de las mentiras que cuenta. A garantizarse un pedazo de felicidad a cualquier precio.

Lo más curioso es que, sus acciones, una bola de egoísmo que recubre un pequeño núcleo de afán empático, proporcionan resultados beneficiosos tanto para la asociación como para algunos de sus integrantes. Solo así se explica un final que no desvelaremos, en el que su deseo por corroborar el éxito de su cruzada asistencial noquea a su instinto de supervivencia. Lo dicho, un retrato sumamente preciso.