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Nunca soñé con ser un astro del rocanrol. Cantaba muy mal, no sabía tocar ningún instrumento y el pelo largo me sentaba fatal. Sin embargo, siempre he amado el rock. A los catorce años, descubrí Made in Japan, el LP doble grabado en directo por Deep Purple. Un LP doble siempre constituía un acontecimiento, pues albergaba una duración que excedía los exiguos cuarenta y cinco minutos de un LP sencillo, y prodigaba un despliegue visual que sobrepasaba las dos caras del formato convencional, ofreciendo en ocasiones un pequeño cuadernillo interior con imágenes y letras. Compré mi ejemplar de Made in Japan en la Toni Martin, legendaria tienda de discos de la madrileña calle Martín de los Heros, cerca de Plaza de España. A finales de los setenta, la Toni Martin era un oasis de libertad y frescura en un país que acababa de librarse de una dictadura y que aún luchaba contra las fuerzas sociales y políticas nostálgicas del franquismo. Descubrí su existencia por azar. Yo estudiaba en un colegio de padres reparadores llamado Fray Luis de León, donde todavía se utilizaba la pedagogía del palo y la humillación verbal. Durante los recreos, la mayoría de mis compañeros desahogaban su mente, ferozmente maltratada por el sentimiento de culpa y pecado, en unos billares con futbolines y máquinas de pinball. Yo no era una excepción, pero de vez en cuando sacrificaba las partidas de futbolín y pinball por unos momentos de embriaguez en una tienda cuyos altavoces reproducían una música relativamente desconocida que escandalizaba a los mayores. El rock –hard, progresivo o country– no era un simple estilo musical, sino un alarido de libertad y un gesto de resistencia contra un clima asfixiante y opresivo.
Mi madre me había regalado a los nueve años Let it be, el último álbum de estudio de los Beatles. Lo había escuchado miles de veces, memorizando sus letras y acordes. Mi inglés era muy pobre, pero imitaba torpemente las voces de Paul McCartney, John Lennon y George Harrison. Por aquel entonces, la oferta musical en España era paupérrima. En El Corte Inglés, sólo podían comprarse discos de Raphael, Julio Iglesias o Camilo Sesto. Si escarbabas un poco en los expositores, podías toparte con Elvis Presley, pero –salvo que mi memoria me engañe– no había nada más moderno. Me pregunto si esa escasez de grupos y cantantes de pop y rock reflejaba una disimulada oposición a la revolución contracultural iniciada en los sesenta. En cambio, la Toni Martin exhibía en su escaparte vinilos de los Rolling Stones, The Who, Led Zeppelin, Pink Floyd, Yes, Genesis, Jethro Tull, Janis Joplin, Jimi Hendrix, Deep Purple. A veces me pasaba la media hora del recreo observando portadas. El formato grande del vinilo se prestaba a composiciones innovadoras de enorme belleza visual. Yessongs, el triple álbum en directo de Yes, incluía ilustraciones de Roger Dean, que mostraban restos de planetas flotando en el cosmos o paisajes de otros mundos con lagos, ciervos, musgo y árboles. Era un paisaje mucho más atractivo que el mundo monocromo de los televisores de la época o la terrorífica eternidad de la que hablaban los curas, con sus legiones de réprobos ardiendo en el infierno. El pop-rock no fue una simple moda, sino una explosión de creatividad e insumisión que contribuyó a demoler la podredumbre franquista, con su corte de sacerdotes tridentinos, beatas de rostro sombrío y militares con bigotito al estilo Alfredo Mayo o Adolphe Menjou.
No recuerdo cómo adquirí mi primer ejemplar de Vibraciones, una excelente revista musical creada por Àngel Casas, con deslumbrantes fotografías de Francesc Fábregas y artículos de Constantino Romero, Oriol Llopis, Jaime Gonzalo, Jesús Ordovás y Diego A. Manrique. Nacida en octubre de 1974, Vibraciones me reveló la existencia de artistas como Frank Zappa, David Bowie, Eric Clapton o The Clash. Por desgracia, no conservo el número dedicado a Deep Purple. Si la memoria no me engaña, Ritchie Blackmore aparecía en la portada, con una camisa negra adornada con flores de colores, una guitarra eléctrica y la cabeza inclinada hacia atrás, ondulando una de esas melenas que se convertirían en la seña de identidad de hippies y rockeros. Aprendí más en las páginas de Vibraciones y en los expositores de la Toni Martin que en las aulas, donde la fascinante experiencia de aprender quedaba reducida a ejercicios memorísticos o a pirotecnia aritmética. Nunca me atrajo averiguar el punto de encuentro de dos vehículos en movimiento o las propiedades de los gases nobles. En cambio, escuché fascinado las siete canciones de Made in Japan, experimentado una verdadera catarsis. Aquellos temas sacudieron mi interior, liberando el malestar acumulado por años de mugre clerical y retórica falangista. Por entonces, no entendía las letras y mis conocimientos de rock eran elementales, pero sólo necesité unos minutos para comprender que había algo excepcional en ese concierto. Gracias a la paga semanal que me había asignado mi madre, pude comprar Made in Japan. La portada era sencilla, pero atractiva: una fotografía de Deep Purple actuando en directo. Centrada en un marco dorado, destacaba el sombrero de mosquetero de Ritchie Blackmore, que tocaba cerca de unos enormes altavoces. El bajo agitaba la cabeza; el batería se inclinaba frenéticamente sobre la caja; el solista se contorsionaba, con la cara oculta bajo el pelo, golpeando las congas con ambas manos; el organista extendía los brazos sobre el teclado, como si estuviera a punto de despegar. En primer plano, el público aparecía de espaldas. Sólo eran siluetas negras sobre un fondo iluminado por un haz de luz roja. Un suelo con reflejos dorados impregnaba de magia toda la escena. Durante mucho tiempo, creí que la imagen correspondía a los conciertos en Japón, pero más tarde averigüé que la fotografía se había tomado en Londres. En el arte –y la música rock lo es–, nada es lo que aparenta.
Made in Japan me parecía un buen título. Años después leí que en la época en que se grabó el concierto, los artículos fabricados en Japón eran baratos y de escasa calidad. Algo parecido a lo que sucede en nuestros días –o, por lo menos, hasta hace muy poco– con Made in China. Estaba claro que la banda británica poseía sentido del humor y escasa fe en su doble disco en directo. No sospechaban que su actuación cambiaría la historia del rock, imponiendo el directo como alternativa forzosa en la carrera discográfica de cualquier banda o cantante de rock con cierta importancia. Deep Purple nació en 1968 en Hertford, Reino Unido. La historia de la banda, quizás "la más ruidosa del planeta", se extiende hasta nuestros días. Su trayectoria incluye hasta siete formaciones. La más brillante es la que se conoce como Mark 2. Fue la que grabó Made in Japan y sus integrantes eran Ritchie Blackmore (guitarra), Ian Gillan (voz), Roger Glover (bajo), Ian Paice (batería) y Jon Lord (órgano). Precursores del hard-rock y el heavy-metal, su estilo es una síntesis de jazz, blues, rock progresivo, rock psicodélico y música clásica. Mark 2 se completaba con el ingeniero de sonido Martin Birch, el sexto Deep Purple, que acompañó a la banda a Japón y grabó los conciertos, reproduciendo fielmente el sonido original. El LP doble reúne canciones interpretadas en dos escenarios (Osaka y Tokio), pero sin arreglos ni maquillajes. Por eso es un documento cargado de espontaneidad y autenticidad. La leyenda refiere que un espectador se suicidó en el minuto nueve de 'Child in Time', feliz de despedirse del mundo mientras escuchaba su tema favorito. En la grabación se escucha un estampido que se parece inquietantemente al disparo de un revólver. Nunca se ha aclarado la cuestión y en el rock, como en el Oeste, la leyenda se imprime y la realidad se olvida.
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Los integrantes de Mark 2 no eran unos músicos más, sino grandes profesionales perfectamente coordinados y con un gran dominio de sus instrumentos. Ritchie Blackmore recibió clases particulares del insigne guitarrista inglés Big Jim Sullivan, quien le enseñó a interpretar a Bach y a leer una partitura. Entre sus influencias más tempranas, cita a West Montgomery y Django Reinhardt. Con The Outlaws, fue telonero de Gene Vincent y Jerry Lewis. Ian Gillan cantó en el coro de la iglesia como soprano hasta que descubrió a Elvis Presley. La influencia de Elvis se mezclará con la de Little Richard, su otro maestro. Presley es la voz aterciopelada de los hogares blancos de clase obrera; Little Richard, la voz canalla del arrabal. Jon Lord completó la carrera de piano clásico, pero su admiración por Jerry Lee Lewis le convenció de que su camino debía consistir en mezclar a Mozart y Stravinski con el sonido más salvaje del rock. La historia de Roger Glover es parecida, pero con una pasión por la poesía que le permitiría escribir letras e idear títulos para las canciones y los álbumes. Ian Pace dio sus primeros pasos con un violín, pero la batería de Gene Krupa lo deslumbró, desviándole hacia el jazz, el swing y, finalmente, el rock. Entre 1969 y 1973, grabaron cuatro memorables álbumes en estudio: In Rock, 1970; Fireball, 1971; Machine Head, 1972; Who Do We Think We Are, 1973. 'Deep Purple' era el nombre de la canción favorita de la abuela de Rod Evans, uno de los fundadores de la banda y el primer solista. Conocer este dato en mi juventud me habría defraudado. Mi perspectiva de Deep Purple sólo transigía con los mitos. Era uno de los grupos más odiados por los adultos y una provocación permanente para los amantes de lo convencional. Su "rebeldía púrpura" no podía estar relacionada con abuelitas ni con viejas canciones melódicas.
Deep Purple (o, si se prefiere, Mark 2) fue telonero de los Cream durante su gira por Estados Unidos. Los solos de Ritchie Blackmore exasperan a Eric Clapton, pues le hacían sombra. Cuando le pidió que se mostrara más discreto en el escenario, Blackmore respondió alargando los solos y acentuando su espectacularidad. Airado, Clapton expulsó a Deep Purple de la gira. Cuando se enteró del incidente, Jimi Hendrix invitó al grupo a su casa y organizó una jam session con Paice y Lord. Corrían nuevos tiempos y despuntaba una sensibilidad que demandaba un sonido más agresivo e innovador: "El momento era perfecto –comenta Ian Giillan–. El público estaba listo para dejar atrás el maravilloso clasicismo del pop inglés de The Kinks, Small Faces y The Beatles. Querían más libertad, aceptar nuevas ideas, un sonido más underground". In Rock fue el primer gran logro de Deep Purple. Primera colaboración con Martin Birch, contiene algunos de los temas más emblemáticos de la banda, como 'Speed King' y 'Child in Time'. 'Speed King' se interpretó como una alusión a la anfetamina, pero en realidad sólo quería expresar el vértigo de cantar "desesperadamente rápido". Los integrantes de Deep Purple detestaban las drogas. Preferían el alcohol, mucho menos dañino para el cerebro. 'Child in Time' es una de las diez mejores canciones de la historia del hard rock. Ian Gillan realiza una prodigiosa exhibición de sus cualidades vocales. Con diez minutos de duración, su letra habla del bien y el mal, la violencia y el azar. Los gritos agudos y desgarradores de Gillan pusieron el listón demasiado alto para el propio cantante, que dejó de interpretar la canción al cumplir años por la imposibilidad de reproducir las notas más altas. La portada de In Rock es una parodia del Memorial Nacional Monte Rushmore. Las caras de los cinco integrantes de Deep Purple reemplazan a las de los cuatro presidentes de los Estados Unidos. Era una de mis portadas favoritas por su carácter irreverente.
Los directos de Deep Purple se hicieron cada vez más salvajes. Se convirtió en algo habitual destrozar los instrumentos después de acabar los conciertos. Gillan parecía una versión blanca de Little Richard, derrochando carisma y dramatismo sobre el escenario. Su trabajo en el primer álbum de Jesus Christ Superstar, la famosa ópera rock de Andrew Lloyd Webber y Tim Rice, contribuyó a consolidar su prestigio. Aunque declinó el papel de Jesús en la versión cinematográfica, prestó su voz a la primera versión en estudio. Su interpretación de la canción 'Gethsemane (I Only Want to Say)' es verdaderamente insuperable. El 4 de diciembre de 1971 se produce un verdadero hito en la historia de la banda. Deep Purple había decidido grabar su próximo álbum, Machine Head, en el Casino de Montreux, Suiza. El día anterior a la primera sesión de grabación actuó Frank Zappa. La banda asistió al concierto, que se interrumpió bruscamente cuando un espectador lanzó una bengala y se desató un incendio. De regreso a su hotel, salieron a la terraza y observaron cómo el humo se extendía por la apacible superficie del lago Lemán, con los Alpes al fondo. Al día siguiente, Roger Glover escribió 'Smoke on the Water' en una servilleta. La revista Rolling Stone considera que es una de las 500 mejores canciones de la historia del rock, y, para muchos, el tema estrella de Deep Purple, quizás por su sencillez y contundencia. Su riff es inconfundible y evoca la década de los setenta, con sus grandes bandas y sus conciertos multitudinarios.
El viaje a Japón constituyó un verdadero desafío. Hasta entonces, pocos grupos de rock habían tocado allí. Los japoneses se habían familiarizado con los militares estadounidenses, pero no estaban acostumbrados a cruzarse con estrellas de rock con el pelo largo y sólo una minoría hablaba inglés. Ian Pace salió a dar un paseo y se extravió. Necesitó cinco horas para volver, pues todos los carteles estaban en japonés y los transeúntes se limitaban a sonreír cuando se dirigía a ellos, sin comprender ni una palabra. Grabar un disco en directo no parecía una buena idea, pues esa clase de trabajos se consideraban de baja calidad, el típico y fácil recurso ante la escasez de ideas. Se acordó que la banda tocaría el 15 y el 16 de agosto en el Koseinenkin del Festival Hall de Osaka y el 17 en el Budokan Hall de Tokio. Los conciertos comenzarían a las seis de la tarde, una hora estrafalaria para los músicos de una banda acostumbrada a trasnochar hasta el filo de la madrugada. Las entradas se agotaron a las tres horas.
El choque cultural, lejos de ser traumático, fue fecundo e inspirador: "Llegamos en un momento en que Japón era un país que todavía no había sucumbido a la cultura estadounidense, no había una hamburguesería en cada esquina. Éramos extraños en tierra extraña. Pero se esforzaban en mostrarnos su cultura, nos llevaron a un club de geishas. El promotor de los conciertos era hijo de un samurái y tal vez por eso nos sentimos predispuestos a tocar de forma heroica. Muchos solos, mucha intensidad. Eso es lo que hace única una grabación como Made in Japan". Catorce mil personas acudieron cada noche, pasando de la contención y la sobriedad al fervor y la desinhibición. La banda les saludó con un irónico "good morning", pues nunca habían comenzado a tocar tan temprano. Durante el concierto de Tokio, Ritchie Blackmore arrojó su guitarra al público. El personal de seguridad recuperó el instrumento y se lo devolvió, sin entender el significado de su gesto. Blackmore se quedó perplejo. Martin Birch grabó las actuaciones entre resoplidos, pues no se encontraba cómodo con el equipo de ocho pistas que le habían facilitado. Sin embargo, la crítica celebró su edición de Made in Japan. Desde Melody Market hasta Rolling Stone, alabaron el doble LP en directo. Jon Lord leyó los elogios sin sorprenderse: "Éramos un grupo fogoso, un grupo absolutamente en la cima de su carrera. Por eso amo tanto ese álbum. Es una preciosa instantánea del grupo en toda su gloria". Malcom Dome, periodista y crítico musical, corrobora la apreciación de Lord, apuntando que Deep Purple no se limita a tocar en directo las canciones grabadas en estudio, sino que las recrea y transforma, improvisando variaciones altamente creativas: "'Space Truckin' en directo era un monstruo colosal, duraba tanto que parecía que se iba a romper, era como si se hubiesen lanzado y no supieran cómo acabar".
El directo de Made in Japan es tan extraordinario porque asimila las pautas del jazz, que reinventa los temas mediante la improvisación. En 'Highway Star', el sonido del órgano se alarga hasta desembocar en un contundente riff. Jon Lord se basa en una progresión de Bach, y Blackmore en una secuencia de Mozart, logrando solos inolvidables. 'Child in Time' se convierte en un vertiginoso intercambio entre la voz de Gillan y la guitarra de Blackmore. En la época de la Guerra Fría, la letra –que habla de "plomo volante" y balas que rebotan– resulta particularmente estremecedora. En 'Smoke on the Water', Blackmore interpreta el riff con dos dedos, prescindiendo de la púa. El grito de Gillan es la señal para que los instrumentos entablen un chispeante diálogo con un apoteósico clímax final. 'The Mule' incluye un solo de batería de seis minutos y diez segundos. Ian Pace perdió dos kilos a causa del esfuerzo. 'Strange Kind of Woman', con una base de blues, recoge un alarido de Gillan de once segundos y un intercambio de gritos con el público que pone a prueba sus recursos vocales. 'Lazy' es puro R&B, con un final trepidante donde todos los instrumentos se lanzan a una carrera desbocada, convergiendo en un frenesí unánime. 'Space Truckin' es pura psicodelia, una catedral sonora con ecos de Así hablo Zaratustra, de Richard Strauss, y 2001: A Odyssey of Space. Los bises ('Black Night', 'Speed King' y 'Lucille') se incluyeron en ediciones posteriores y confirman que Deep Purple crecía en los directos, desbordando las limitaciones del estudio con inauditos raptos de creatividad. Deep Purple viajó al espacio exterior. La tripulación del transbordador Columbia se despertaba escuchando 'Space Truckin'. El 1 de febrero de 2003 el transbordador se desintegró mientras regresaba a la atmósfera. Murieron sus siete tripulantes. Entre los restos, aparecieron fragmentos de los álbumes Machine Head y Purpendicular. Curiosamente, el LP Down to Earth, de Rainbow, el grupo creado por Ritchie Blackmore en 1975, se recuperó intacto. No sé qué opinarían los extraterrestres si escucharan Made in Japan. Si son seres inteligentes, apreciarían su energía y su color. Creo que Nietzsche habría elogiado el álbum. Por su alegría, por su descaro, por su rebeldía. Para mí, siempre representará una bocanada de aire fresco en una España que todavía se sacudía las telarañas del franquismo. Aún recuerdo con rubor mis asténicos gritos imitando la caudalosa voz de Ian Gillan. Mi destino no era ser una estrella del rocanrol, pero siempre estaré agradecido a Made in Japan. Entre sus surcos aprendí que no hay nada más inútil que la tristeza y que bailar no es algo banal, sino la forma más perfecta de celebrar la vida.