El pasado 2 de enero cumplió ochenta años. Su vida ha sido fructífera, pues ha viajado a la Luna, los Andes, el Tíbet, siempre en defensa de los más nobles ideales. Aunque con algo de retraso le escribo esta nota de felicitación, deseando que haya pasado un día feliz en compañía de sus seres queridos. Sé que disfruta de una existencia tranquila, acompañado de Bianca Castafiore, su distinguida esposa y una de las grandes voces de la ópera. Imagino que su rutina debe ser sumamente placentera: paseos por los campos de Valonia, algún viaje a Bruselas y Amberes, agradables sobremesas con sus entrañables amigos Hernández y Fernández, visitas ocasionales de Serafín Latón -que ahora trabaja para Amazon-, noches románticas escuchando al 'ruiseñor milanés', horas de lectura con la pipa en la boca, Milú a sus pies y la compañía de ese simpático loro que le regaló Castafiore antes de convertirse en su esposa. No olvido que es un gran amante del «bel canto» e imagino que no desperdiciará la ocasión de escuchar arias de Rossini, Bellini o Donizetti. No he olvidado que su pieza preferida es el Aria de las joyas –o Air des bijoux- del Fausto de Gounod. Presumo que debe echar mucho de menos al bueno de Silvestre Tornasol, con esa sordera tan cómica que propicia los malentendidos más estrambóticos. Me han dicho que el profesor Tornasol ahora se encuentra en un laboratorio secreto, estudiando el SARS-CoV-2. El mundo tiene puestos los ojos en sus investigaciones. Sé que también pensará a menudo en Tintín, que –según he leído en Le Soir- ha viajado a Wuhan, epicentro de la pandemia, intentando localizar el origen exacto de esta calamidad. Me alarmé cuando los periódicos informaron que se había contagiado de Covid-19, pero me alivió saber que se había recuperado sin secuelas. Me pregunto si su remedio ha consistido en beber mucho Loch Lomond, el whisky escocés que tanto le gusta. 

Su relación con el alcohol le ha puesto a la altura de James Joyce, que siempre escribía bajo los efectos de una ligera ebriedad. Es cierto que antes de conocer a Tintín su afición al whisky le situaba más cerca de Malcolm Lowry, pero gracias a la amistad con el joven reportero pudo superar esa etapa, transformándose en un adalid del consumo responsable. Celebro que no se hiciera completamente abstemio, pues –como dijo Dante- “el vino siembra poesía en los corazones”. Siempre me he preguntado si su afición al Loch Lomond surge del aprecio a Escocia, la patria de Robert Louis Stevenson. Stevenson ejerce una invencible fascinación entre los marinos con cierta ilustración. No creo que usted sea una excepción. Escocia ha aportado al mundo grandes plumas: Walter Scott, Arthur Conan Doyle, David Hume, James Matthew Barrie. Estoy seguro de que tiene sus obras en la biblioteca de Moulinsart y me atrevo a especular que le han acompañado durante sus peripecias como lobo de mar, ocupando una balda en su camarote de capitán. Descendiente del caballero Francisco de Hadoque, siempre ha combatido a los piratas. Su ilustre antepasado luchó contra Rackham el Rojo y usted ha peleado valientemente contra los corsarios de nuestro tiempo, como el infame Rastapopoulos y su lugarteniente Allan Thompson. Su nombre siempre estará asociado al de los grandes exploradores del siglo XX. Al igual que el profesor y arqueólogo Henry Walton Jones Jr., más conocido como Indiana Jones, ha pisado lugares inaccesibles y desconocidos, como el templo perdido de los incas y nada menos que la Luna, ese misterioso satélite que ha suscitado tantas ensoñaciones entre los poetas y los amantes de lo inexplorado.  

Nunca le ha preocupado demasiado la opinión de los demás y jamás se ha dejado arrastrar por prejuicios. Cuando se topó con un campamento gitano cerca de un vertedero, ofreció sin pensarlo como alojamiento alternativo los terrenos de Moulinsart, pues le pareció intolerable que las familias, con sus ancianos y sus niños, vivieran en un lugar insalubre. Jamás dio crédito a las calumnias que circulan sobre el pueblo romaní. Su solidaridad se transformó en indignación y rabia al descubrir que un grupo de peregrinos subsaharianos en viaje hacia la Meca habían sido víctimas de una trampa y serían vendidos como esclavos al llegar a su destino. Su conducta, querido capitán, es un ejemplo de fraternidad y respeto al ser humano. Siempre ha detestado el racismo y los chismes que le acusan de misógino son infundados, pues mantuvo una estrecha amistad con Bianca Castafiore antes de que se convirtiera en su esposa. Cuando fue secuestrada por el general Tapioca, uno de los grotescos dictadores que ha sufrido la República de San Theodoros, acudió al rescate sin vacilaciones. Su amor a los niños también es admirable. Ha aguantado con paciencia proverbial a Abdallah, el malcriado hijo del emir Mohammed Ben Kalish Ezab, y cuando una niña gitana le mordió la mano comprendió que no obraba así por maldad, sino por miedo. Me he preguntado muchas veces por qué no se decidió a ser padre. Tal vez porque se casó muy tarde y consideró que se le había pasado el momento. La vida errante de los marinos no suele hacer buenas migas con la vida familiar.

Otra de sus grandes cualidades es el sentido de la amistad. Si Aristóteles le hubiera conocido, habría comprobado que no se había equivocado al describir la amistad como “un alma que habita en dos cuerpos; un corazón que habita en dos almas”. Sus comienzos con Tintín fueron complicados, pues atravesaba usted una mala época. No se lo reprocho. ¿Quién no sufrido altibajos en su vida? ¿Quién puede presumir de haber pasado por el mundo sin protagonizar algún episodio lamentable? En la mayoría de las ocasiones, ha brillado su extraordinaria calidad humana. Cuando escalaba amarrado a Tintín un pico del Himalaya y se quedó suspendido en el aire, no dudó un momento. Sabía que nadie podría rescatarlos y que no cortar la cuerda significaría una caída mortal para los dos. Sacó su cortaplumas y se dispuso a cortar amarras. Su gesto no puede calificarse de intento de suicidio. Sacrificar la propia vida para salvar a un amigo es un gesto sublime, un inequívoco signo de grandeza moral. Afortunadamente, lograron salvarse los dos, gracias a la intervención del sherpa que les servía de guía. Más tarde, querido capitán, se enfrentó al Yeti con un pico para proteger a Tintín y a Tchang, que había sido secuestrado por la solitaria y escasamente abominable criatura de las nieves. Creo que su relación con el joven reportero pelirrojo excede la amistad, pues en el Tíbet le llamó “hijo”. Su estrecha camaradería ha suscitado algunas interpretaciones maliciosas, quizás porque el afecto desinteresado y sin concupiscencia es un bien sumamente escaso, por no decir una rareza.

No quiero dejar de mencionar su gran aportación al idioma. Sus improperios y exabruptos han ensanchado el francés, inspirando nuevas fórmulas en otros idiomas que se han hecho eco de su ingenio verbal. Lejos de caer en la vulgaridad o, lo que es más grave, la blasfemia, ha sabido asignar a los villanos que se cruzaban en su camino los términos adecuados a su bellaquería. Ha convertido el improperio en una de las bellas artes. Ese prodigio le pone a la altura de Moliere, Racine y Marcel Proust. Ya forma parte del Parnaso y generaciones enteras celebrarán sus hallazgos. Sé que es católico. Lo demostró al quitarse la gorra cuando Hernández y Fernández confundieron las coordenadas geográficas y situaron el Sirius -el barco con el que buscaban el tesoro de Rackham el Rojo- en la Plaza de San Pedro. El ateísmo es una vulgaridad, un sentimiento impropio de un caballero. Es cierto que nunca le ha agradado el papel de aristócrata. Prefiere el catalejo al monóculo y el jersey de lana de cuello alto a la corbata, pero eso no significa que no tenga un sentido aristocrático de la vida. La verdadera aristocracia no es una cuestión de títulos y linajes, sino de valores y sentimientos. Un hombre que ha cultivado la lealtad, el coraje y la generosidad, como es su caso, pertenece a la aristocracia del espíritu, la única que importa

Me pregunto cómo habrá pasado el confinamiento. No creo que se haya dedicado a jugar a los barquitos, como el repelente magnate Laszlo Carreidas. Recuerdo que en una entrevista mencionó que amaba la novela del XIX: Dickens, Balzac, Víctor Hugo. Me atrevo a recomendarle a Galdós y, ya en el siglo XX, a Pío Baroja. Estoy convencido de que disfrutaría mucho con Las inquietudes de Shanti Andía, capitán de fragata y uno de esos vascos que dieron gloria a España, un país que le invito a visitar. De hecho, yo aprecio un aire quijotesco en todas sus aventuras, pues siempre ha tomado partido por los más débiles y vulnerables. Lamento que el avión en el que viajaba con Tintín mientras huían del Karaboudjan se desviara de su ruta y acabaran en el Marruecos francés. Me hubiera gustado verlos paseando por El Escorial, Ávila, Burgos o Salamanca. Creo que le gustaría España, con su pasado lleno de grandes hazañas, sus grandes tesoros artísticos y su honda espiritualidad. Por desgracia, la continuidad histórica de mi país está en crisis por culpa del separatismo. Ya sé que en Bélgica también hay problemas entre los valones y los flamencos. El nacionalismo es el peor virus y uno de los grandes males de la historia de Europa. Tengo entendido que De Gaulle y Churchill visitaban a menudo Moulinsart. Ya no quedan políticos de esa talla, tan necesarios en estos momentos de crisis e incertidumbre.

Me despido de usted deseándole muchos años de vida en compañía de su distinguida esposa, la gran Bianca Castafiore, y de sus queridos amigos Tintín y Tornasol. Siempre le estaré profundamente agradecido por las horas de felicidad que me han proporcionado sus aventuras. ¡Mil rayos! ¡Es usted una de las mejores cosas que me han sucedido! Creo que miles de personas de mi generación podrían decir lo mismo. Un mundo sin el capitán Haddock sería un mundo indudablemente peor

Quedo a su disposición para lo que desee y pido a Dios que guarde su salud durante muchos años. 

@Rafael_Narbona