El cine de animación se considera un género menor, pero lo cierto es que nos ha dejado obras maestras como El rey León, El gigante de hierro, Pesadilla antes de Navidad, South Park, las sagas de Toy Story y Shrek, Buscando a Nemo, El viaje de Chihiro, Wallace & Gromit: la maldición de las verduras, La oveja Shaun, La novia cadáver, Peter Pan, La dama y el vagabundo, Chicken run. Evasión en la granja, La bella y la bestia, 101 dálmatas, El libro de la selva, Akira, Blancanieves o Up. Imagino que omito alguna obra importante, pero considero suficientes las películas citadas para poner de manifiesto la excelencia de un género injustamente menospreciado.
El cine de animación ocupa un lugar fronterizo entre la infancia –a veces, inocente; otras, terrible- y la madurez, casi siempre impregnada de nostalgia y hambrienta de fantasía. La madurez se empobrece trágicamente al cortar sus lazos con el asombro de los primeros años, cuando lo posible y lo imposible convivían sin estorbarse mutuamente. Por eso hay que buscar una forma de mantener en comunicación esas dos etapas de la vida.
Up es un ejemplo de la magia del cine de animación, pues seduce indistintamente a niños y adultos, creando un espacio donde las diferencias de edad se vuelven irrelevantes. Producida por Walt Disney Pictures y Pixar Animation Studios, narra la historia de Carl Fredricksen, un viudo de setenta y ocho años con una pequeña casa de dos pisos situada en un paisaje urbano colonizado por los rascacielos. Acosado por una constructora, Fredricksen –que se parece extraordinariamente al Spencer Tracy de la vejez- se niega a vender su vivienda, llena de recuerdos de su mujer, Ellie. La aparición de Russell, un explorador de unos ocho años, mitad estadounidense, mitad japonés, cambiará todo. Desolado por la pérdida de su compañera, Fredricksen se había vuelto insociable, pesimista y gruñón, pero gracias a su nuevo amigo descubrirá que la mejor forma de preservar el recuerdo de Ellie es recuperar el entusiasmo por la vida.
Up contiene cuatro minutos magistrales, uno de los momentos estelares de la historia del cine. Solo necesita unas pocas secuencias para contarnos la historia del matrimonio Fredricksen, logrando conmovernos profundamente. Es inevitable sonreír al principio y cuesta reprimir una lágrima al final. De niño, Carl era tímido y tenía poca iniciativa. En cambio, Ellie era espontánea, resuelta y rebosaba energía. Sus divergencias solo acentuarán su simpatía mutua, que con el tiempo se convertirá en amor. Ya de adultos, se casarán y se instalarán en una vieja casa que rehabilitarán poco a poco.
Carl trabaja como vendedor de globos e intenta ahorrar para viajar a las Cataratas Paraíso, el lugar que desea conocer Ellie desde su niñez, pero siempre surgirá un imprevisto que obliga a romper la hucha. La pareja sufrirá un duro revés cuando los médicos descubren que no pueden tener hijos, pero el afecto permanecerá intacto. Cuando es auténtico, el amor soporta y supera todas las desgracias.
Up utiliza una especie de McGuffin para reflejar el paso del tiempo: la corbata de Carl. Año tras año, Ellie la anuda con cariño hasta que se convierte en una pajarita. Ambos llegan a la vejez hondamente enamorados. Cuando Carl al fin ha reunido el dinero necesario para viajar a las Cataratas Paraíso, Ellie enferma y, tras una breve hospitalización, muere con enorme dignidad, dejando un mensaje que su marido solo descubrirá un tiempo después. En la última página de un álbum de fotografías, escribe: “Gracias por esta bella aventura, ahora te toca vivir una nueva. Te quiere, Ellie”.
La imagen de Carl sosteniendo un globo azul en la iglesia donde se ha celebrado el funeral de su mujer posee una enorme fuerza dramática. La penumbra del recinto contrasta con los globos de colores que decoran el altar, acompañando a las coronas de flores. Las vidrieras policromadas subrayan el cromatismo de una escena que muestra sin tapujos el vacío producido por la muerte.
Up funciona como melodrama y comedia, pero también como un filme de aventuras. Russell y Dug, un Golden Retrevier buenazo y tontorrón, introducen la nota cómica. Russell quiere completar su colección de insignias de boy-scout. Solo le falta la que se concede por ayudar a una persona mayor. El azar le lleva a casa de Fredricksen. Lejos de alegrarse, el anciano se siente abrumado con su ruidosa vitalidad. Russell es valiente, tenaz, espontáneo, glotón. Su afición al chocolate le ha llevado al sobrepeso, lo cual no le impide cargar con una abultada mochila. Ingenuo pero no bobo, encontrará en Carl, Dug y Kevin, un gigantesco pájaro hembra de una especie extinta, la familia que le falta, pues sus padres biológicos apenas le prestan atención. Russell no es un blandengue. Protege y salva a Kevin de Charles F. Muntz, un viejo explorador que pretende restaurar su reputación.
Se le acusó de falsificar el esqueleto de un ave desaparecida, pero lo cierto es que no mentía. El esqueleto pertenecía a la especie de Kevin y solo podrá demostrar que no cometió un fraude, atrapando al único ejemplar que ha sobrevivido a la criba de los siglos. Dug se encariña al instante de Fredricksen y Russell, ayudándoles a escapar de su antiguo dueño, Muntz, que ha enloquecido tras ser despojado de los honores concedidos en el pasado. Con estos mimbres, Up teje una historia trepidante que habla sobre la pérdida, la soledad y la superación. La película sortea la trampa del sentimentalismo abordando con delicadeza y sobriedad los momentos más emotivos.
Up explota con habilidad los símbolos, transformando lugares y objetos en referencias míticas. Las Cataratas Paraíso no son un simple paisaje, sino ese Edén con el que todos soñamos. El buzón de casa de los Fredricksen no es una caja para recibir cartas. Cuando el matrimonio lo decora con sus manos manchadas de pintura, se transforma en un signo de amor y fidelidad. El zepelín de Muntz no es un simple vehículo. Simboliza esa voluntad de poder que no debe confundirse con el anhelo de aventura. Muntz no quiere rebasar metas, sino apoderarse de todo lo que hay en la Tierra. Sus animales disecados reflejan su desprecio por la vida. Es el superhombre de Nietzsche, que avasalla y devasta los lugares que pisa, burlándose de la compasión y la debilidad. Sus perros, adiestrados para servirle, no son sus amigos, sino sus esclavos.
La casa de Carl, que levantará el vuelo gracias a centenares de globos, no es una mera reliquia del pasado, sino un canto a los afectos y los vínculos duraderos. Una utopía en mitad de una vasta selva de hormigón y asfalto. En mitad de una gran ciudad con altas dosis de deshumanización, constituye un oasis de ternura. Al enviudar, Fredricksen queda atrapado en un mundo que se ha desentendido de los ancianos y los niños. Su pequeño jardín debería ser un espacio para el encuentro, pero los especuladores solo reparan en su valor de mercado.
Up nos muestra el abandono que soportan las personas mayores en una sociedad obsesionada con las apariencias. También nos acerca al drama de los niños y animales de compañía que sufren maltrato o abandono. Niños, perros y ancianos parecen cachivaches inútiles en unas sociedades que identifican la virtud con la producción y la acumulación. Carl, Russell y Dug superan sus problemas y carencias, anudando sus vidas. Carl aprenderá de Russell, siempre volcado en los demás. Por eso le regalará lo que más aprecia: la chapa que Ellie prendió en su pecho cuando los dos eran niños. De nuevo, un simple objeto adquiere una poderosa fuerza simbólica. La chapa, que Carl colgará en la camisa de scout de Russell a modo de condecoración, encarna los valores más hermosos: la lealtad, el sacrificio, la entrega. Fredricksen culminará su feliz aprendizaje al descubrir que su pena no le exime de preocuparse de los demás.
Up finaliza con una celebración de los placeres sencillos. Carl, Russell y Dug se sientan en la acera a comer helados, observando los coches que pasan y comentando sus colores. La misantropía y la pena han quedado atrás. Los perros de Muntz, liberados de su esclavitud, aparecen en los títulos de crédito, combatiendo la soledad de los ancianos en las residencias de la tercera edad. Ya no son guardianes, sino cuidadores que prefieren prodigar afecto a intimidar. Up es cine de altos vuelos. Por su innegable calidad artística, por su mirada compasiva e indulgente, por su exaltación de la vida, el amor y la amistad. Posee la virtud de los grandes clásicos: conciliar ética y estética con sencillez, evitando los lugares comunes y la grandilocuencia. Una lección de sabiduría narrativa impregnada de humanismo y delicadeza. Los globos de Carl nos recuerdan que la esperanza no cae del cielo. Para encontrarla, hay que partir hacia lo desconocido, surcar las alturas, perder el miedo a lo incierto. Las Cataratas Paraíso tal vez no existen, pero son un sueño necesario y el ser humano no puede vivir sin soñar.