Se cumplen 250 años del nacimiento de Novalis, una de las figuras más emblemáticas del Romanticismo alemán. En su biografía, concurren todos los hitos del héroe romántico: talento precoz, una pasión idealizada con un final trágico, una muerte prematura, escasas publicaciones en vida, una gloria casi póstuma.
La primera edición de sus obras completas, realizada por sus amigos Freidrich Schlegel y Ludwig Tieck, avaló esa imagen, pero la crítica descubrió que se habían alterado gravemente los textos originales —supresiones, añadidos, reordenamiento arbitrarios— para corroborar la imagen del poeta desdichado y mentalmente inestable.
Cuando se depuró la edición y se rescataron inéditos que no habían salido a la luz, surgió una imagen diferente, según la cual Novalis no era un poeta intuitivo y desequilibrado, sino un teórico. Oponiéndose a la corriente dominante, se rebeló contra los aires de modernidad impulsados por la Ilustración. Apologista de la tradición y las viejas creencias, soñó con una Europa capaz de restituir el espíritu de la Edad Media, cuando la razón aún no había empujado a los dioses al exilio, malogrando esa comunión con lo sagrado que durante siglos había permitido atribuir un sentido a la naturaleza y la historia.
Novalis concebía el amor como una fuerza espiritual que traspasa toda la naturaleza
El cristianismo había organizado la sociedad mediante una serie de ritos que proporcionaban esperanza y arraigo, sólidos principios y sentido de pertenencia. Con el pretexto de combatir la oscuridad y los prejuicios, la Ilustración había liquidado ese ordenamiento, anunciando que la ciencia —y no la fe— sería el motor de un imparable progreso hacia lo mejor. Sin embargo, el sueño de un mundo iluminado por el saber racional no había traído la felicidad, sino el escepticismo y el desencanto.
Al quedarse sin la expectativa escatológica que había sostenido a las generaciones anteriores, la humanidad empezaba a sentirse desamparada y perdida. Novalis estimaba que esa situación solo podría revertirse apostando por el subjetivismo radical, la imaginación creadora y la energía del sentimiento.
¿Se trata de una propuesta caduca? El ideal de una Europa sumida en mitos y ensoñaciones puede parecer arcaico, pero cada vez hay más voces que demandan el reencantamiento del mundo.
El eclipse de lo sobrenatural y lo mágico no ha representado una liberación, sino un naufragio, una caída. Abrumada por el nihilismo, nuestra época vuelve a reivindicar la intuición, las visiones oníricas, la metáfora y el conocimiento analógico, sospechando que el yo no es solo conciencia racional, sino la morada de lo infinito. Según Novalis, lo divino no está en el exterior, sino en nuestra intimidad, como un manantial subterráneo que espera ser descubierto. En su novela Heinrich von Ofterdingen, escribe: “en nosotros o en ninguna parte se encuentra la eternidad con sus universos, el pasado y el futuro”.
Novalis simboliza el infinito con la “flor azul”. El infinito es la idea central de la cosmovisión romántica. No es una idea inocua, sino una percepción dolorosa, pues nos revela que vivimos entre límites. La muerte interrumpe brutalmente nuestro desarrollo; la materia nos ciega, ocultando lo invisible. El anhelo de ese infinito que trasciende cualquier barrera explica el interés de Novalis por la religión.
Los 'Himnos a la noche' y los 'Cánticos espirituales' son las obras más representativas del genio
Solo Dios puede añadir a nuestras vidas una nueva dimensión, una nueva realidad que únicamente atisbamos en la poesía, la música, la fantasía o el sueño. Influido por el neoplatonismo, el romanticismo había dilatado la perspectiva de lo real, pero al señalar que lo inefable solo podía captarse mediante la introspección había propiciado la sensación individual de aislamiento.
El precio del conocimiento y la libertad había sido la soledad, un peaje que abocaba al ser humano a la infelicidad, pues no es posible vivir sin vínculos. Novalis hallará una solución a este conflicto en la idea mística de comunidad de la iglesia católica. Su fervor por la Edad Media acentuará su atracción por Roma. Al igual que otros románticos, interpreta el catolicismo como la encarnación simbólica del infinito.
Gracias al credo romano, con su liturgia y sus sacramentos, la infinitud se convierte en realidad y experiencia. No comprenderemos el romanticismo si no reparamos en su intensa religiosidad. Friedrich Schlegel despeja cualquier duda al respecto: “El revolucionario deseo de realizar el reino de Dios es el punto elástico de la educación progresiva y el inicio de la historia moderna”.
Hijo de una familia de la nobleza sajona, Novalis nació en Wiederstedt el 2 de mayo de 1772 con el nombre de Georg Philipp Friedrich von Hardenberg. Segundo de once hermanos, fue educado en el pietismo. Sus padres le inculcaron austeridad, decoro y sencillez. En el Luthergymnasium de Eisleben se familiarizó con Horacio, cuyo estilo le sirvió de modelo en la elaboración de sus primeros poemas.
El sueño de un mundo iluminado por el saber racional de la Ilustración no había traído la felicidad, sino el desencanto
Matriculado de derecho en la Universidad de Jena, acudió a las clases de Karl Leonhard Reinhold, que le inició en la filosofía de Kant, y de Friedrich Schiller, que le abrió una nueva perspectiva sobre la cultura y la fe. Al año siguiente, cursó estudios en la Universidad de Leipzig, donde se hizo amigo de Friedrich Schlegel, del que aprendió que la libertad creadora no puede estar subordinada a los conceptos clásicos de armonía y equilibrio.
Tras licenciarse en Wittenberg, ocupó un cargo administrativo en Tennstedt. En 1794, conoció en Grüningen a Sophie von Kühn, de doce años, con la que se comprometió unos meses después. Según el poeta, solo necesitó quince minutos para enamorarse de ella. Durante los dos años siguientes, escribió casi setecientas anotaciones sobre el pensamiento de Fichte. Menospreciadas durante mucho tiempo, ahora se consideran el taller de su cosmovisión.
En ellas, que se publicarán bajo el título Estudios sobre Fichte, Novalis aborda los límites del conocimiento, planteando que la filosofía debe ser superada mediante el arte, pues el sentimiento siempre es más clarificador que la reflexión. La comprensión no es una idea clara y distinta, como creyó Descartes, sino una emoción transida de niebla y oscuridad. La razón no advierte las analogías del ser.
Solo el artista aprecia que la mente humana es un microcosmos, una réplica del universo, y que el yo y el tú, lo uno y lo otro, son complementarios, no antagonismos irresolubles.
No comprenderemos el Romanticismo si no reparamos en su intensa religiosidad
Nombrado administrador de las minas de sal en Weißenfels, Novalis continuó su idilio con Sophie, pero la muerte truncó la relación. Enferma de tuberculosis, la joven falleció en 1796. Novalis sobrellevó el duelo escribiendo un diario y estudiando Los años de aprendizaje de Wilhelm Meister, de Wolfgan von Goethe. A partir de ese momento, su actividad intelectual se intensifica.
Estudia geología, planea una novela que no concluye (Los discípulos de Sais), publica fragmentos empleando por primera vez el pseudónimo —un antiguo nombre de su familia— con el que ha pasado a la posteridad, y reflexiona sobre la filosofía natural de Schelling. Su corazón se repone y se compromete con Julie von Charpentier.
En 1800, publica un breve opúsculo, La cristiandad o Europa, una apología del catolicismo que responsabiliza a la Reforma de la crisis de fe de la sociedad europea, cada vez más inclinada hacia el ateísmo. Continúa trabajando en su novela Heinrich von Ofterdingen y publica los Himnos a la noche.
Enfermo de tuberculosis, el 25 de marzo de 1801 muere súbitamente en presencia de Friedrich Schlegel y de su hermano Karl von Hardenberg. Sus restos recibirán sepultura en Weißenfels, una ciudad de la Alta Sajonia. Es tentador fantasear que traspasa el umbral de la eternidad con una flor azul en la mano.
La poesía no es un simple género literario, sino el lugar donde comparece la verdad
Novalis concebía el amor como una fuerza espiritual que traspasa toda la naturaleza y como un signo de la existencia del infinito. La muerte parece un hecho irreversible, pero gracias al sacrificio de Cristo los vivos y los difuntos se reencontrarán en una desconocida plenitud. La razón no advierte que vida y muerte constituyen una unidad y que el ser humano solo es un travesaño de la escalera infinita que comunica todos los estratos del tiempo. Nada está aislado. Todo lo que existe está vinculado y confluye en el infinito, donde no hay ayer ni mañana, sino una totalidad dinámica.
El cosmos es un tapiz de conexiones mágicas, una telaraña con todos los hilos cuidadosamente entrelazados, un mosaico sin fisuras. Novalis señala que el clasicismo exaltó la luz y la claridad, sin advertir la fecundidad de la oscuridad. En el crepúsculo late el misterio de la existencia. La noche es un manantial de nuevas formas, pero ese hecho solo se revela al que se adentra en su propio interior.
En sus Fragmentos, publicados en 1798 en la revista Athenäum, Novalis habla de la “misteriosa ruta hacia dentro”, apuntando que “soñamos en viajar por el espacio cósmico, sin comprender que está en nosotros. Ignoramos las honduras de nuestro espíritu”. La ciencia no puede ayudarnos en este periplo. Solo la poesía puede guiarnos, como hizo Virgilio con Dante.
“La poesía es la verdadera realidad absoluta —escribe Novalis—. Este es el núcleo de mi filosofía. Cuanto más poético, más verdadero”. La poesía no es un simple género literario, sino el lugar donde comparece la verdad, mostrando la misteriosa conexión entre todos los elementos del cosmos.
Novalis no creía en el progreso ni en el gobierno del pueblo
Ambientada en la Edad Media, la novela inconclusa Heinrich von Ofterdingen difumina las fronteras entre la vida y la muerte, subvirtiendo el orden lógico de las cosas. En su trama, todo se transforma. La naturaleza se convierte en espíritu; el poeta deviene mago; los objetos toman la palabra; lo terrenal se vuelve infinito. Gracias a la poesía, el amor y la fe, el universo visible se funde con la eternidad invisible.
Nada muere del todo. Nada se pierde. Novalis solo terminó la primera parte (“La espera”) de Heinrich von Ofterdingen. Ludwig Tieck publicó en 1802 la segunda (“La consumación”), un texto inacabado, casi una colección de fragmentos. El destino quiso que Novalis quedara asociado al fragmento.
Parece obra del azar, pero lo cierto es que lo inconcluso es una buena metáfora del infinito, siempre abierto y en expansión. En Polen (Blüthenstaub), la primera obra que firmó como Novalis, afirma que el fragmento no es un apunte, sino una semilla con la capacidad de expandirse y fructificar en nuevas ideas e intuiciones.
Los Himnos a la noche, ya comentados en este blog, y los Cánticos espirituales son las obras más representativas del genio de Novalis. Los Himnos contienen el núcleo de su pensamiento. Algunos los han interpretado como una elegía inspirada por la muerte de Sophie, pero su intención es mucho más ambiciosa. Novalis afirma que la luz ya no es la morada de los dioses, sino la Madre Noche.
Es necesario morir para acceder a la vida infinita. Cristo pasó por esa experiencia. Se hundió en las tinieblas para que la muerte muriera y los seres humanos pudieran regresar a la casa del Padre. Los Cánticos espirituales prolongan este planteamiento, pero destacando la importancia de María en la salvación de la humanidad. Mediadora entre la Tierra y el Cielo, la Virgen abrió la puerta a la redención.
Los Cánticos fueron escritos para ser cantados en los oficios religiosos y, de hecho, Schubert escogió algunos para añadirles música. En una ocasión, el padre de Novalis se conmovió con una canción que había escuchado en la iglesia y preguntó al párroco quién era el autor. El sacerdote le contesto que había sido compuesto por su hijo, ya fallecido.
Novalis no creía en el progreso ni en el gobierno del pueblo. Monárquico y católico, pensaba que la salvación solo podía venir de Dios y que las naciones debían estar gobernadas por un rey, la versión terrenal del Padre celestial. No es necesario suscribir estas ideas para leer a Novalis. Su obra no se ha convertido en un anacronismo, pues su horizonte estético es mucho más amplio. Su poesía y su prosa nacen del anhelo universal de ir más allá, superando la mera sucesión contingente.
Su intención es acceder a ese infinito que sirve de soporte al devenir. El ser humano quiere ser algo más que historia. Para conseguirlo, Novalis depósito su esperanza en Dios. Sus lectores pueden rechazar esta apuesta, pero quizás apreciarán en sus palabras esa trascendencia que el poeta buscó en lo sobrenatural. A fin de cuentas, el evangelio de Juan describe a Dios como palabra, logos. Los poetas son demiurgos, creadores de mundos, y Novalis alumbró un universo donde reconocemos los rasgos que se atribuyen a la eternidad: belleza, misterio, permanencia.