Pocas semanas antes de morir, mi padre me compró los dos primeros fascículos del Príncipe Valiente. Editados por Burulan, corría el año 1972. La historia me deslumbró desde la primera página. Exiliado de su patria, Valiente es un príncipe vikingo que pasa su infancia en una zona pantanosa del este de Gran Bretaña.
Es hijo de Aguar, rey de Thule destronado por el tirano Sligon, y su sueño es convertirse en caballero de la Tabla Redonda. Su estancia en los pantanos esculpirá su carácter. Se enfrentará con dragones, tortugas prehistóricas y un ser deforme con aspecto de ogro. La madre del ogro, una horrible bruja, le hará una predicción terrible. Su porvenir estará lleno de aventuras, pero no conocerá la paz ni felicidad.
La primera desdicha no tardará en llegar. La madre de Val muere en plena juventud y el joven príncipe decide alejarse de los pantanos para mitigar su dolor. Resuelto a obtener las espuelas de caballero, dirige sus pasos hacia Camelot. Por el camino, conoce a sir Gawain, al que salva de un gigantesco cocodrilo y de un caballero renegado que le ataca a traición. Convertido en su escudero, realiza hazañas que el rey Arturo recompensará con la orden de caballería. Empuñando la “Espada Cantante”, un arma con propiedades mágicas cuando se utiliza con un noble fin, hará retroceder a las huestes de Atila en el corazón de Europa y logrará frenar las invasiones de los sajones.
En ese tiempo, lo fantástico estaba tan arraigado en la mentalidad colectiva que nadie dudaba que las brujas volaran
En compañía de Boltar, un pirata escandinavo que ejerce su profesión con alegría y desvergüenza, se adentrará en África, donde encontrará animales fabulosos (en realidad, jirafas y elefantes), luchará contra un ogro terrible (un orangután) y unos enanos que arrojan dardos envenenados (pigmeos). Anticipándose en cinco siglos a Erik el Rojo, cruzará el Atlántico para rescatar a su mujer, Aleta, reina de las Islas de Bruma, secuestrada por uno de sus enemigos, y entrará en contacto con los guerreros de piel cobriza que habitan esas tierras.
Valiente es un gran jinete y maneja la espada con mucha habilidad. Sin embargo, muchas de sus victorias no son producto de la fuerza, sino del ingenio. Cuando uno de sus escuderos pierde un pie, le aconseja que abandone las armas y se dedique a los libros, pues la inteligencia es lo que realmente gobierna las naciones. Esta sensata observación no impide que de vez en cuando se comporte como un adolescente atolondrado. En una ocasión, sustituye los estandartes de Camelot por ropa interior femenina y, en otra, propaga la falsa amenaza de un dragón, forzando la salida precipitada de varios caballeros por una pendiente resbaladiza que los arroja a un foso de agua helada.
Las aventuras de Val discurren en el siglo V, una época convulsa y llena de cambios. Los pueblos del norte cruzan el Rin y se diseminan por Europa. Alarico saquea Roma y el Imperio creado por los césares desaparece en medio de una hecatombe que muchos identifican con el fin del mundo. San Agustín escribe: “Horribles noticias nos han llegado [...], no podemos negarlo: infaustas nuevas hemos oído gimiendo de angustia y pena, y llorando frecuentemente sin podernos aliviar. No cierro los ojos a los hechos: el mundo se viene abajo”.
La visión de la Edad Media que se plasma en 'Príncipe Valiente' coincide con la versión romántica de la época
Son los años en que la civilización mediterránea sucumbe bajo oleadas de hunos, godos y vándalos. Oriente comienza a despuntar y el feudalismo todavía no se ha puesto en marcha. La Edad Media retratada por Foster incluye ciertos anacronismos, como la biografía de Valiente, que se imprime mucho antes de que el ingenio de Gutenberg permitiera la edición de varios ejemplares de una misma obra o el hallazgo accidental de la pólvora, que se anticipa en mil años a su aparición en Europa.
Tampoco es muy verosímil el racionalismo de Merlín, que cuestiona la existencia de fuerzas sobrenaturales. En ese tiempo, lo fantástico estaba tan arraigado en la mentalidad colectiva que nadie dudaba que las brujas volaran o el diablo se encarnara en forma de inmaculadas doncellas. La transfusión de sangre que salva la vida de Valiente también es una licencia bastante sorprendente, pues todavía en el siglo XVI se consideraba herético sostener que la sangre circulaba por el cuerpo. Miguel Servet fue quemado vivo, entre otras causas, por mantener esta teoría, a la que atribuía connotaciones místicas y teológicas.
La visión de la Edad Media que se plasma en Príncipe Valiente coincide con la versión romántica de la época. Castillos en ruinas, paisajes llenos de misterio y poesía, espíritu heroico e idealización de la mujer. Al igual que Chateaubriand, Foster concibe el mensaje cristiano como el fundamento de la civilización occidental. El fracaso de los misioneros que intentan introducir el Evangelio en Thule provocará una amarga decepción en el ánimo de Aguar, que soñaba con convertir su reino en un nuevo Camelot.
Los personajes femeninos del 'Príncipe Valiente' trascienden el estereotipo que solía asociarse a las heroínas de papel
El espíritu romántico que circula por la serie se corresponde perfectamente con los rasgos biográficos de su creador. Nacido en 1892 en Halifax, Canadá, una ciudad situada a orillas del Atlántico, la infancia de Foster discurrió entre el mar y la naturaleza. A los ocho años ya era capaz de manejar un velero y a los catorce navegaba en una corbeta como oficial de a bordo. Cazador, boxeador, buscador de oro, en 1922 cruzó la frontera de los Estados Unidos en bicicleta y no se detuvo hasta alcanzar Chicago. Su adaptación al cómic de Tarzán lo consagró como dibujante. Aunque pasó el resto de su vida dibujando, podemos afirmar que el espíritu de Foster siempre estuvo impregnado por el impulso aventurero de Jack London.
Los personajes femeninos del Príncipe Valiente trascienden el estereotipo que solía asociarse a las heroínas de papel. Meros complementos de los protagonistas masculinos, las mujeres que hasta entonces aparecían en las historietas dirigidas al público juvenil tenían unos rasgos tan parecidos que muchas veces resultaba difícil distinguirlas ente sí. Esta uniformidad producía invariablemente personajes pueriles y de escaso interés.
Foster no siguió este criterio. Aleta, la mujer de Valiente, tiene una personalidad compleja y desarrolla un papel importante en la narración. Reina de una pequeña isla en el mar Egeo, aparece por primera vez cuando la sed y el sol están a punto de acabar con Valiente. Pese a su origen meridional, Aleta tiene una hermosa cabellera rubia que le transmite la apariencia de una diosa de la mitología griega. Aleta salva a Valiente de una muerte segura, pero el príncipe, lejos de agradecérselo, piensa que le ha hechizado.
La presencia de Aleta ilumina el relato y lo transforma por momentos en una comedia refrescante y encantadora
Obsesionado con la misteriosa y joven reina, Valiente visita de nuevo a la bruja que le auguró una vida llena de aventuras, pero sin un ápice de felicidad. Quiere saber qué le espera y por qué no puede dejar de pensar en Aleta. La bruja le dice que la profecía no ha cambiado. No conocerá la paz ni la tranquilidad. La guerra y una existencia itinerante llenarán su futuro. En cuanto a Aleta, nada logrará deshacer el encantamiento. Su recuerdo le perseguirá como una pesadilla interminable.
Atormentado, visita al mago Merlín, sabio y con un gran conocimiento de la naturaleza humana. El consejero de Arturo se burla de sus quejas y le dice que “solo una tortuga dormida conoce la felicidad”. Además, no debería estar preocupado, pues tiene todo lo que desea: aventuras, viajes, batallas y una doncella a la que amar.
Pasarán aún dos años hasta que Valiente y Aleta se reúnan de nuevo. Tras un secuestro que recuerda los romances mozárabes, la pareja se casa y comienza de este modo una relación que atravesará largas etapas de felicidad y algunos períodos de incomprensión. Incluso se producirá alguna separación temporal y el matrimonio bordeará la ruptura. Las crisis, sin embargo, siempre se resolverán, pero cada una de ellas dejará algún tipo de huella que incorporará al relato nuevos matices.
Inteligente, generosa, bellísima (Harold Foster es —con Alex Raymond— uno de los dibujantes más inspirados en la representación de la figura femenina), Aleta es algo más que la compañera sentimental que completa el relato del héroe. Su participación en la historia es esencial. Resuelve crisis de Estado, evita guerras inútiles, refuerza los lazos familiares y se enfrenta a los peligros con serenidad y aplomo. Ocurrente, perspicaz, chispeante, su presencia ilumina el relato y lo transforma por momentos en una comedia tan refrescante y encantadora como las mejores películas de George Cukor o Howard Hawks.
He de reconocer que la irrupción de Aleta en la serie me desagradó enormemente. La transformación del relato en una historia familiar en la que predominaban lo íntimo y lo doméstico sobre las aventuras heroicas y las gestas épicas, no tenía mucho atractivo para un niño de diez años. Los prosaicos conflictos de una familia no podían sustituir el encanto que tenían para mí la acción y la aventura. En muchos momentos, llegué a odiar a aquel personaje que, pese a proceder de unas islas griegas, tenía una melena rubia y un cuerpo perfecto que recordaba a las adolescentes norteamericanas bronceadas por el sol de California.
Su manera de resolver cualquier conflicto —enarbolando el dedo índice y arrugando la nariz— me parecía tan irritante que no podía reprimir el deseo de que algún rufián insensible a esas muecas tuviera la feliz idea de arrojarla a un foso repleto de fieras hambrientas. Su desaparición hubiera permitido a Val regresar a esa vida ambulante y algo salvaje que había malogrado el matrimonio.
Conviene recordar que entre los rasgos que caracterizaron aquel momento histórico no se encontraban las consideraciones humanitarias
Sin embargo, mis expectativas quedaban defraudadas semana tras semana. Foster adoraba a su personaje y parecía cómodo con el giro que había tomado la historia. Su predilección por Aleta, en la que Vázquez de Parga sólo ve “la encarnación del proverbial matriarcado norteamericano”, le hizo olvidar la discriminación que padecía la condición femenina en la Edad Media. Una época que describía a la mujer como “un saco de heces” o como “el sexo que ha envenenado a la humanidad, obligando a Cristo a morir por nuestros pecados”, nunca hubiera tolerado la intromisión femenina en asuntos tan graves como los que resuelve Aleta con sus empalagosas artimañas.
Tal vez, uno de los aspectos más interesantes de la serie sea la evolución de sus personajes. Sujetos a cambios, tienen hijos (Arn, el primogénito de Valiente, adquiere un protagonismo creciente con el paso del tiempo), mueren (como Tristán o Beric, cuya desaparición descoloca al lector) y, sobre todo, se equivocan. Valiente se muestra implacable con sus adversarios y no conoce los problemas de conciencia. Matar al enemigo forma parte de la rutina del guerrero.
Todos los que intervienen en el relato muestran sus imperfecciones, alcanzando de este modo una talla inusual como personajes de ficción
Conviene recordar que entre los rasgos que caracterizaron a aquel momento histórico no se encontraban las consideraciones humanitarias. La tortura se concebía como un procedimiento legítimo y nadie planteaba objeciones a la pena de muerte. De hecho, las ejecuciones públicas eran la diversión favorita de aquellos tiempos.
En El otoño de la Edad Media, Johann Huizinga nos recuerda que “había ejecuciones capitales con una ininterrumpida frecuencia. El cruel incentivo y la emoción grosera que emergían del cadalso eran un importante elemento para el sustento espiritual del pueblo. Para los crímenes más horribles había inventado la Justicia castigos pavorosos. Un joven incendiario y asesino fue colocado, en Bruselas, con una cadena que podría girar en un anillo en torno a un poste, en medio de un círculo de montones de ramas encendidas”.
Valiente no es el único personaje que comete errores o que, desde el punto de vista de la moral contemporánea, actúa de una forma inaceptable. Sir Gawain tampoco muestra mucho respeto por la vida humana y no disimula el placer que le proporciona aniquilar a sus adversarios. Además, es egoísta y débil. Su pasión por el juego y las doncellas lo llevará a comportarse de un modo irresponsable, dando la espalda a su deber y defraudando la confianza de los demás. Foster también nos muestra la traición de Ginebra, la pasión senil de Merlín y la soledad de Arturo, que no logra impedir la lenta descomposición de la Tabla Redonda. En definitiva, todos los que intervienen en el relato muestran sus imperfecciones, alcanzando de este modo una talla inusual como personajes de ficción.
Excelente dibujante, Foster demostró un talento excepcional en la recreación de paisajes y emociones humanas
Foster mantiene su inspiración a lo largo de toda la historia. Su inventiva y su capacidad de trabajo (empleaba entre 55 y 60 horas semanales en la realización de cada plancha) no decayeron con el paso de los años. La serie comenzó a publicarse en 1937 y hasta 1970 avanzó sin ayudantes ni equipo colaborador. En 1971 delegó en John Cullen Murphy una parte del trabajo gráfico. Siete años después, Murphy asumiría la totalidad del dibujo, pero Foster seguiría ocupándose del guion hasta 1980.
Excelente dibujante, Foster demostró un talento excepcional en la recreación de paisajes y emociones humanas. Su penetración psicológica le permitió plasmar las más convincentes expresiones de temor, coraje, ternura o perplejidad. Su pasión por la naturaleza hizo posible que de su pluma emergieran valles, acantilados, bosques, océanos. Su extraordinaria sensibilidad para el mundo natural le ayudó a captar los matices de los paisajes que recorren sus personajes (Europa, Escandinavia, África, América) y las peculiaridades de cada elemento: el agua, el aire, la piedra o el fuego.
Foster era un narrador extraordinario. La infancia de Valiente y sus peripecias hasta que se convierte en un hombre casado componen, para mi gusto, la parte más sólida e inspirada del relato. Dentro de ese ciclo, hay aventuras de gran brillantez —como el asedio de Andelkrag, la campaña contra los hunos o la destrucción de Saramanda—, pero junto a estos episodios mayores hay pequeñas historias llenas de encanto.
Una de ellas relata la existencia de un gigante que atemoriza a las aldeas situadas en las proximidades de su castillo. Valiente se compromete a acabar con él, pero no tardará en descubrir que el temible gigante solo utiliza el miedo para salvaguardar a una corte de parias a los que protege. La hostilidad de Val se transforma en admiración y propone al gigante que sustituya el terror por la amistad. El gigante acepta y consigue el respeto de sus vecinos.
Aunque mucho más ingenua, esta fábula guarda cierta semejanza con Freaks, la película de Tod Browning, pues los verdaderos monstruos no son esos seres deformes que viven ocultos en un castillo, sino los que están más allá de esos muros, los que se burlan de ellos y no muestran ninguna compasión hacia esas criaturas maltratadas por los ciegos mecanismos de la ley natural.
En mi memoria, el Príncipe Valiente siempre estará ligado a esa mañana de finales de mayo en que mi padre hojeaba unos dibujos con dragones, castillos, brujas, vikingos y caballeros andantes
La película maldita de Browning se estrenó en 1932. Fue un completo fracaso y la prensa más conservadora arrojó sobre ella toda clase de insultos y descalificaciones. Tal vez, entre el escaso público que asistió a la proyección se encontraba Harold Foster y la historia del gigante, publicada diez años después, se concibió como un secreto homenaje. Parece descabellado, pero conviene recordar que el cogito cartesiano se inspiró en una famosa máxima de San Agustín formulada mil años antes: “Me equivoco, luego soy”. Si esta ocurrencia pudo atravesar diez siglos, ¿qué podría impedir a unas imágenes cinematográficas incidir sobre la mente de un dibujante consagrado a la creación de universos imaginarios?
Tras la muerte de mi padre, la economía familiar sufrió un serio descalabro. Al cabo de un tiempo, mi madre me confesó con tristeza que ya no podría comprarme los fascículos de Buru Lan, pues costaban 25 pesetas. Interrumpí la lectura del Príncipe Valiente a los once o doce años y no pude retomarla hasta mucho después.
Actualmente, tengo tres ediciones de sus aventuras. La de Buru Lan, la de Planeta DeAgostini y la de Dolmen, sin duda la mejor y difícilmente superable. He perdido la cuenta de cuántas veces he leído la serie completa. En mi memoria, el Príncipe Valiente siempre estará ligado a esa mañana de finales de mayo en que mi padre hojeaba unos dibujos con dragones, castillos, brujas, vikingos y caballeros andantes, mientras caminaba conmigo a su lado bajo la sombra de los plátanos del Paseo de Pintor Rosales. Algo me dice que esa imagen no se borrará, pues el tiempo, como apunta Merlín, solo es una ilusión. Quizás la eternidad ya ha comenzado y no lo hemos advertido.