El doloroso encanto de las neuróticas que se suicidan
Para muchos han sido incómodas e incomprensibles. Ellas, como castigo a sí mismas, o quizás a aquella insoportable cerrazón popular, se acaban matando.
Las neuróticas que se suicidan son muñecas de trapo que se ahogan entre la indiferencia de todos. Se hunden tan rápido como el coche de Bonnie Parker y Clyde Barrow, un Ford V8 acribillado a balazos.
Bonnie Parker no era una chica neurótica, sino una chica dura, enamorada de las armas y la poesía. Apenas lograba sostener un fusil automático, capaz de disparar 550 balas por minuto, pero hizo historia con sus atracos y sus poemas. "Nos lanzamos por carreteras ciegas / sabemos que el precio del pecado es la muerte".
Bonnie comparó su historia con la de Jesse James, pero no hubo un Robert Ford que acabara con su vida con un certero tiro por la espalda, sino cuatro agentes de Texas y dos de Luisiana que no dejaron de disparar hasta vaciar sus cargadores. 167 agujeros de bala en el Ford V8; cincuenta impactos en el cuerpo. Al contemplar el cadáver de Bonnie, los agentes pensaron que habían matado a una niña desnutrida. El plomo casi pesaba más que un cuerpo de 41 kilos. 41 kilos para 24 años de vida.
Un cuerpo que se transformó en reliquia apenas acudió la muerte para exigir su tributo. Los policías que custodiaban el lugar permitieron a los cazadores de mitos utilizar sus tijeras y cuchillos. El pelo de Bonnie sufrió la pasión de los fetichistas y la avidez de los que pretendían comerciar con sus restos. Una oreja y un dedo de Clyde forcejearon con una navaja que solo se rindió cuando apareció un forense y espantó a los curiosos.
Bonnie y Clyde fueron abatidos el 23 de mayo de 1934. En esas fechas, Hitler ya era canciller y preparaba un apocalipsis wagneriano, pero los jefes de estado le contemplaban con menos desagrado que a Bonnie y Clyde, dos tristes flores que nacieron del barro vomitado por Wall Street durante un viernes negro.
Hay una pequeña película de los momentos posteriores a la matanza, pero es tan inexpresiva como el plano fijo de un semáforo. Solo un poeta como Pasolini podría haber captado la trágica muerte de esas dos criaturas sin suerte, mostrando que los actos más crueles casi siempre se materializan en nombre de la ley, el orden y la virtud.
¡Cuánto echamos de menos a Pasolini! Asesinado por un chapero de diecisiete años, el maquiavélico Giulio Andreotti afirmó que "se lo había buscado". Pasolini murió de una paliza brutal de un chapero, un paria que liberó su resentimiento en un descampado con la aridez de un matadero. Después surgieron las teorías conspirativas que apuntan a la Mafia o a un crimen de Estado.
Pasolini era uno de los pocos artistas que se atrevían a mirar en el subsuelo, levantando la alfombra que oculta nuestros miedos. No bajaba a las cloacas con ojos de moralista, sino de artista que santifica todas las debilidades. No es una casualidad que filmara la mejor película sobre Jesús de Nazaret (El Evangelio según Mateo, 1964).
Pasolini captó el mensaje del joven rabí de Galilea porque conocía la execración y el menosprecio. El joven rabí no subió a los cielos entre liras celestiales. Murió con la garganta estragada, la lengua a punto de explotar y los ojos quemados por el sol de Palestina. El polvo, el calor y la sed fueron tan implacables como los clavos que le taladraban las muñecas. Murió como mueren los hombres: amedrentado, perplejo, escéptico, con los esfínteres relajados y la podredumbre del cuerpo al desnudo.
La prostituta que le ungió los pies era una chica neurótica que acudió a su sepulcro y lo encontró vacío. El miedo a que el joven rabí no volviera le hizo abrirse las venas. Los que la encontraron, arrojaron su cuerpo a una fosa sin nombre. Los cadáveres de las chicas neuróticas suelen incomodar a la prensa canalla, que aprovecha su muerte para airear presuntos trapos sucios.
En realidad, las neuróticas que se suicidan no tienen trapos sucios. Los trapos sucios son cosa de la sociedad hipócrita y puritana que las maltrató y desdeñó, precipitando su final. Nadie se mata sin que una bandada de pájaros negros picotee y destruya sus sueños. Esos pájaros negros son los "hombres y mujeres terroríficamente normales" de los que habló Hannah Arendt, demostrando que la escritura no es un río de tinta, sino una pala que exhuma la podredumbre.
Las chicas neuróticas no suelen suicidarse con armas de fuego. Se internan en el mar (Alfonsina Storni), se arrojan a un río con los bolsillos llenos de piedras (Virginia Woolf), se envenenan con Senocal (Alejandra Pizarnik), se abren las venas (Diane Arbus) o inhalan monóxido de carbono (Anne Sexton, Sylvia Plath).
Violeta Parra se pegó un tiro en la sien, tal vez porque el dolor le pesaba demasiado y necesitaba hacer algo definitivo, sin posibilidad de rescate o marcha atrás. Marilyn Monroe comenzó su romance con el suicido a los dieciocho años o tal vez antes. Fue un idilio precoz, que se prolongó hasta el final. En Vidas rebeldes (1961), John Huston, ebrio de masculinidad tóxica, le dijo a Marilyn Monroe que odiaba a las neuróticas y que no la querría más porque se quitara la vida.
Lascivia en la soledad crónica
Arthur Miller, incapaz de comprender los laberintos por los que deambulaba el corazón de su mujer, le aclaró que el personaje de Roslyn no reflejaba su personalidad, pues Roslyn era una mujer trágica y hermosa, y ella solo era una ramera que había transitado por infinidad de lechos, una niña lasciva que soñaba con un padre ausente mientras hacía el amor con un desconocido.
Las mujeres neuróticas son promiscuas porque odian dormir solas, pero sus amantes les hacen sentir que son tabaco para masticar y escupir. Arthur Miller escribió que el nombre de Marilyn "circulaba por la fetidez de los vestuarios y de los vagones para fumadores". Miller no entendía a las chicas neuróticas, pues su narcisismo le impedía prestar atención a una esposa en caída libre hacia una muerte previsible.
Sabemos que Marilyn le engañó con Yves Montand, pero lo cierto es que las chicas neuróticas nunca son fieles. No traicionan por deslealtad, sino por miedo. Así lo dijo Marilyn poco antes de mezclar Nembutal e hidrato de cloral, una combinación tan letal como los 18 vasos consecutivos de whisky que provocaron a Dylan Thomas una hemorragia cerebral.
"Nos conmueven las neuróticas que se suicidan porque nos consideramos responsables de su muerte"
Las chicas neuróticas que se suicidan son las chicas que olvidamos en una esquina. Son las novias plantadas por sus novios en la puerta de un cine. Son las niñas que se despiertan a mitad de noche, con sueños nítidos y afilados, donde el futuro es un nicho vacío. Las chicas neuróticas son antenas de televisión que ofrecen sus brazos a los pájaros rezagados. Sienten lástima por su infortunio. Su bandada partió hacia el Sur sin avisarlos. Los pájaros mueren de frío y las antenas acaban en una chatarrería.
Nos conmueven las neuróticas que se suicidan porque nos consideramos responsables de su muerte. Nos hubiera gustado rescatarlas, evitar que se marcharan y nos dejaran tan solos. Algunas de las chicas neuróticas que se quitaron la vida nos dejaron sus poesías, sus canciones, sus fotografías.
Marilyn Monroe nos llamó por teléfono, pero estábamos en la ducha y no lo escuchamos. No pudo dejarnos un mensaje. Ni siquiera pudo hablar con un contestador, pues aún no existía, pero si hubiera podido grabar su voz, nos habría anunciado que su alma subía al cielo para preparar la fiesta de bienvenida de Pier Angeli, otra chica neurótica.
Pier Angeli estaba enamoradísima de James Dean, pero su madre no aprobaba la relación y logró que lo dejara para casarse con un mediocre aprendiz de Frank Sinatra. James Dean se quedó destrozado y al poco tiempo se mató en su Porsche. Solo tenía veinticuatro años. Pier Angeli transitó por dos matrimonios desgraciados y, finalmente, se suicidó con una sobredosis de barbitúricos, poco antes de cumplir los cuarenta.
No hemos conseguido averiguar qué sucedió con su madre. Probablemente pertenece a la categoría de las neuróticas que jamás se suicidan, pero propician los suicidios ajenos. Esa clase de neuróticas no nos gustan y jamás escribiremos sobre ellas. Sin pretenderlo, ya se han encargado de escribir su propia página en el libro de las desgracias humanas.