Marilyn Monroe según Alejandro Mogollo
- El dibujante publica un libro con todas sus ilustraciones de la actriz, en las que capta su magnetismo, su frescor y su luminosidad, sin rastro de melancolía o tristeza.
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No recuerdo con exactitud cuándo empezó mi fascinación por Marilyn Monroe. Aventuro que fue a los doce años, cuando en España solo había dos canales de televisión y, sin embargo, una programación más estimulante que la actual. En la década de los setenta, un sábado ofrecía la posibilidad de ver tres clásicos. El primero, en sesión de tarde, poco después de comer. Apenas finalizaba, podías saltar a la segunda cadena y disfrutar de otra película de la época dorada de Hollywood. Si tu pasión por el cine era suficientemente intensa, aún cabía ver un tercer film en sesión de noche.
No he olvidado un maravilloso sábado en que pude ver de forma consecutiva La fiera de mi niña, Murieron con las botas puestas y Testigo de cargo. Mi madre amaba el cine y me contagió su fervor sin la necesidad de aportar argumentos. Simplemente, nos sentábamos en el sofá del salón y nos dejábamos cautivar por las imágenes de un televisor en blanco y negro de 21 pulgadas. Acostumbrados a las grandes pantallas en color, hoy cuesta trabajo imaginar que unas dimensiones tan modestas pudieran hipnotizar a las familias, pero los milagros casi siempre acontecen en lugares humildes y pequeños.
Si miro hacia atrás, no recuerdo el momento en que descubrí a Marilyn Monroe. Solo sé que mi madre la adoraba y que a su lado vi por primera vez grandes clásicos como Con faldas y a lo loco, Niágara, Vidas rebeldes, La jungla de asfalto, La tentación vive arriba o Eva al desnudo.
Nunca percibí a Marilyn como un mito sexual, sino como una actriz con una irresistible combinación de belleza y fragilidad. Esa mezcla explica que suscitara sonrisas como la Sugar Kane de Con faldas y a lo loco, y conmoviera como la Roslyn de Vidas rebeldes. Solo una verdadera actriz podía conseguir algo así.
Marilyn no era solo sensualidad, sino también delicadeza, frescor e inocencia. Una delicadeza que se manifiesta en las caricias que prodiga a Montgomery Clift en Vidas rebeldes, después de ser pateado por un toro. Un frescor que se materializa al asomarse desnuda al balcón de su apartamento en La tentación vive arriba. Una inocencia que se vuelve irresistible en Bus Stop, cuando se enamora de un cowboy torpe e inexperto. La grandeza del cine es que permite escribir siempre en presente. Marilyn murió prematuramente, pero sigue viva en la pantalla. Sus películas no son meros artificios, sino pedacitos de eternidad.
En su extraordinario libro de ilustraciones sobre Marilyn Monroe, el dibujante Alejandro Mogollo confiesa que descubrió a la actriz a los ocho años en un televisor similar al de mi familia. Tras pasar un rato en la calle jugando con sus amigos, el azar determinó que se topara con Los caballeros las prefieren rubias. Solo necesitó unos instantes para enamorarse y decidir que a partir de ese instante coleccionaría todas las fotografías de Marilyn que pudiera conseguir.
Mogollo no se dejó seducir por la leyenda de la mujer maltratada por la vida y la industria cinematográfica, sino por su determinación de ser una buena actriz a base de trabajo y esfuerzo. Marilyn no era una intérprete de la envergadura de Bette Davis o Katharine Hepburn, pero sí poseía talento para la comedia y se desenvolvía convincentemente en el terreno de lo dramático.
No obstante, el gran atractivo de Marilyn, la razón por la que se ha convertido en un mito moderno, reside en el magnetismo que desprende su imagen. Solo necesitaba posar ante un fotógrafo o aparecer en un encuadre cinematográfico para suscitar una admiración semejante a la que inspira una obra de arte.
Alejandro Mogollo ha captado magistralmente ese efecto. Es imposible comentar todos sus dibujos, pero algunos son francamente memorables. No solo por su perfección formal, su alegre colorido y su indudable encanto, sino por su capacidad de evocación.
Al contemplar su versión del famoso desnudo de Marilyn sobre un fondo rojo, ha acudido a mi memoria uno de los episodios de mi adolescencia en un colegio de curas del centro de Madrid. Yo rondaría los dieciséis años y había elaborado un collage para mi carpeta de estudios, con el desnudo de Marilyn en el centro.
Cuando lo vio el padre Zaya, un sacerdote vasco aficionado a propinar bofetadas con cualquier pretexto, su rostro se congestionó y alzó la voz, acusándome de perverso y degenerado. Agarrándome del brazo, me aseguró que me expulsaría tres días si volvía a aparecer con esa carpeta. El desnudo de Marilyn le pareció un atentado contra la moral y el pudor, una imagen diabólica que encendía fantasías impuras en la mente de mis compañeros.
Descarté explicarle que mis compañeros preferían los desnudos de Lib o Interviú, que ya circulaban clandestinamente por el colegio, y que Marilyn solo les producía indiferencia, pues la consideraban un actriz de otra época, incapaz de competir en atractivo sexual con las musas del destape. A pesar de las amenazas, volví al día siguiente al colegio con mi carpeta y el padre Zaya cumplió su promesa. Me expulsó tres días. No me importó. Marilyn lo merecía.
La recreación del desnudo de Marilyn realizada por Alejandro Mogollo posee la misma frescura y elegancia que la fotografía. No es un desnudo obsceno, sino una imagen con la misma belleza que la Venus de Botticelli, pero con ese desenfado del arte moderno que resta solemnidad a lo sublime, acercándolo a una perspectiva más cotidiana. Marilyn no es un diosa, pero su carne efímera alberga una chispa divina y evidencia que lo extraordinario suele concertar la sencillez y un saludable descaro.
Mogollo ha descartado las imágenes más sombrías de la actriz. En sus dibujos no aparece nunca abatida o llorando. Su mirada no transmite melancolía, sino júbilo. Es una Marilyn solar, luminosa, rebosante de vida. En ningún momento se advierte melancolía o tristeza.
El dibujo que recrea a Angela Phinley, el personaje de La jungla de asfalto, posee la misma elegancia que la Miss Casswell de Eva al desnudo. Aunque ambas han sido rebajadas a la condición de mujeres objeto, su gesto no es el de un ser pasivo y superficial, sino el de un espíritu burlón y festivo.
Sucede lo mismo con la Lorelei Lee de Los caballeros las prefieren rubias, siempre deslumbrante y juguetona. Aunque encarne a una mujer fatal en Niágara, Mogollo prefiere destacar su sofisticación, eximiéndola de cualquier forma de perversidad. Marilyn siempre es arrebatadoramente hermosa y su rostro irradia felicidad.
Solo se aprecia algo diferente en un dibujo de la Roslyn de Vidas rebeldes. Sin embargo, no hay aflicción en esa imagen, sino un aire soñador, como el de alguien que desea ardientemente ser feliz al inicio de una nueva etapa vital.
El erotismo de Marilyn nunca es vulgar en los dibujos de Mogollo. Sus desnudos al borde de una piscina son tan brillantes y festivos como los cuadros de David Hockney. Una galería de sonrisas, muecas cómicas o leves insinuaciones sin un ápice de mal gusto desfilan por las páginas de un libro que invita al optimismo. No hay ni rastro del sufrimiento interior de la actriz. ¿Significa eso que Mogollo nos escamotea un aspecto esencial de Marilyn? En absoluto. Simplemente, ha preferido retratar ese otro lado, y no el que el sensacionalismo ha sobredimensionado, ocultando la vitalidad de una mujer que sufrió, sí, pero que también nos hizo sonreír con su ingenio y su belleza.
No sé cómo agradecer a Mogollo el regalo su libro de ilustraciones de Marilyn Monroe. No solo nos ha devuelto fragmentos del ayer. Además, ha disipado esa niebla de melancolía que suele acompañar a los recuerdos, mostrándonos que Marilyn era una mujer vital, divertida y apasionada.
No sé cuál es el siguiente proyecto de Mogollo, pero me atrevo a pedirle un libro dedicado a Vivien Leigh, a la que ya ha retratado en infinidad de ocasiones. Sé que es una idea poco viable, pues la actriz británica no es tan popular como Marilyn. Sin embargo, no pierdo la esperanza de que se haga realidad. Vivien es una rosa que se incendia al mediodía y parpadea al caer la noche. El arte de Mogollo podría brindarle ese jardín donde merece pasar la eternidad.