Yukio Mishima dando un discurso minutos antes de suicidarse. Foto: Nationaal Archief

Yukio Mishima dando un discurso minutos antes de suicidarse. Foto: Nationaal Archief

Entreclásicos

100 años de Yukio Mishima: de la gloria literaria al suicidio por 'seppuku'

Nacido en 1925, es autor de obras maestras como 'El pabellón de oro' y aspiró al Nobel de Literatura. En 1970 acabó con su vida practicándose el 'seppuku'. 

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“Quiero hacer de mi vida un poema”, escribió Mishima, pero lo cierto es que su trayectoria vital se pareció más bien a una tragedia con tintes de farsa. Débil, inseguro y neurótico, Mishima se sometió a partir de los treinta años a un durísimo entrenamiento con pesas para fortalecer sus músculos y aprender a manejar la espada samurái. Ser un guerrero casi siempre es el sueño de todos los hombres frágiles o con graves problemas de autoestima.

Cuando el 25 de noviembre de 1970 se abrió el vientre en el cuartel general de Tokio en presencia de su comandante e inmediatamente después su camarada Hiroyasu Koga lo decapitó, quizás pensó que protagonizaba una muerte heroica, pero su gesto solo sirvió para evidenciar su inestabilidad psíquica y desdibujar su obra literaria.

Antes de que Hiroyasu propinará el tajo fatal, Masakatsu Morita intentó decapitar al escritor en varias ocasiones, sin lograr otra cosa que infligirle horribles heridas. Morita murió de la misma forma que Mishima: se abrió el vientre y Koga le cortó la cabeza para evitar una lenta agonía. Después, Hiroyasu se entregó con lágrimas en los ojos. No por la muerte de sus amigos, sino por la impotencia que le producía haber prometido conservar su vida para contar lo sucedido. 

Yukio Mishima sabía que su sacrificio sería inútil, que el Japón feudal no regresaría, que el crisantemo había derrotado definitivamente a la espada. A pesar de todo, ¿quiso dejar un testimonio indeleble de su amor al pasado imperial o, simplemente, su mente ya no soportaba más dolor e insatisfacción? Se cumplen cien años de su nacimiento y todos los interrogantes siguen abiertos.

Para algunos, su fin es una dramática forma de protesta contra la extinción del Japón tradicional; para otros, una rebelión contra la perspectiva de la vejez y la decadencia física y mental: “A mi parecer”, le comentó al crítico literario Takashi Furubayashi, marxista y uno de sus críticos más implacables, “vivir sin hacer nada, envejecer lentamente, es una agonía, es desgarrarse el propio cuerpo. Todo esto me ha llevado a pensar que, como artista que soy, debo tomar una decisión”.

No era la primera declaración en este sentido. En Introducción a la filosofía de la acción, había escrito: “Se tiende a honrar a quien ha dedicado toda su vida a una única empresa, lo cual es justo, pero quien quema toda su vida en un fuego de artificio, que dura un instante, testimonia con mayor precisión y pureza los valores auténticos de la vida humana”.

No es un secreto que Mishima era un reaccionario. Consideraba que la democracia era un sistema político solo apto para afeminados y concebía las políticas sociales como un signo de debilidad. Su obra es prolija: casi cuarenta novelas, dieciocho obras teatrales, veinte libros de relatos y una veintena de ensayos.

Algunos títulos son auténticas obras maestras, como El Pabellón de Oro, Confesiones de una máscara, Caballos desbocados, El marino que perdió la gracia del mar y Nieve de primavera. El mismo día en que cometió seppuku, el ritual de suicidio japonés por desentrañamiento, entregó a su editor el manuscrito de su última obra, La corrupción de un ángel, fin de la tetralogía El mar de la fertilidad

Se dice que la fascinación de Mishima por el bushido, el camino del guerrero o código de los samuráis, procede de su abuela Natsu, descendiente de una familia vinculada a los samurái de la era Tokugawa. Natsu educó a Mishima y, probablemente, le transmitió su neurosis, pues poseía un temperamento colérico, obsesivo e imprevisible. Mishima nació en Tokio en 1925. Era hijo de un funcionario del Ministerio de Pesca y su nombre de nacimiento es Kimitake Hiraoka. Kimitake significa “príncipe guerrero”.

Por insistencia de su abuela, estudió en Gakushūin, una escuela para los hijos de la aristocracia y los plebeyos de familia adinerada. A los doce años comenzó a escribir y se adentró en las obras de Wilde, Rilke y los clásicos de la literatura japonesa. Pálido y endeble, sufrió la incomprensión y el desdén de sus compañeros. Su talento literario no le ayudó a mejorar su popularidad.

Al estallar la guerra, fue convocado por la Armada, pero acudió a la revisión médica con un catarro y lo rechazaron, creyendo que sufría tuberculosis. La experiencia le causó una honda amargura, pues había soñado con ser piloto kamikaze. Desechada esa posibilidad, pretendió hacer carrera como escritor, pero su padre, simpatizante del nazismo, le obligó a estudiar Derecho y a trabajar en el Ministerio de Finanzas. 

La identidad en un entorno hostil

Cuando finalizó la guerra, Mishima era un joven aspirante a escritor sin ideas políticas claras. En 1948, publicó su primera novela y, al año siguiente, adquirió el reconocimiento que anhelaba con Confesiones de una máscara, cuyo protagonista se llama Koo-chan, diminutivo de Kimitake. Al igual que Mishima, Koo-chan es un joven solitario, tímido y de salud quebradiza. Procede de una familia de clase media, pero sus compañeros de colegio pertenecen a la nobleza y le miran con desprecio.

Su abuela, autoritaria y dominante, lo aísla de su familia y del mundo, prohibiéndole realizar actividades que impliquen el riesgo de sufrir alguna herida o accidente. El San Sebastián de Guido Reni fascina a Koo-chan y marca el inicio de su atracción por la belleza, la muerte, la sangre y los jóvenes de su mismo sexo. La esculturas clásicas griegas, con su mezcla de equilibrio y dramatismo, acentúan esa inclinación hacia lo trágico y lo sublime.

Poco después, conoce al atlético Onomi y se siente atraído por él, pero el miedo a la reprobación social le empuja a casarse con la hermana de uno de sus amigos y a intentar convencerse de que realmente la ama. El carácter autobiográfico de Confesiones de una máscara revela la lucha por construir una identidad en un entorno hostil. Como Mishima, Koo-chan oscila entre el narcisismo y la introspección, el erotismo morboso y el ansia de pureza, la ambición desmedida y las tendencias autodestructivas. 

El éxito de Confesiones de una máscara animó a Mishima a consagrar todas sus energías a la literatura. En sus novelas siguientes, Sed de amor (1950), El color prohibido (1951) y El rumor del oleaje (1954), reaparece el vínculo entre el amor y la muerte, el erotismo y la destrucción. En las obras de este período, amar nunca es una experiencia apacible. La pasión siempre cursa con violencia y confusión.

Mishima aborda de nuevo el amor homosexual y los impulsos sadomasoquistas, y en El rumor del oleaje manifiesta su pasión por la cultura clásica y el ideal pagano, con sus antiguos dioses y su moral aristocrática. Al mismo tiempo, no disimula su antipatía hacia el progreso industrial y las grandes urbes como Tokio. Tampoco escatima los raptos de misoginia. Desde su punto de vista,  lo masculino es la expresión de lo perfecto frente a lo femenino, deficiente e incompleto.

El Pabellón de Oro es quizás una de las novelas más perfectas de Mishima. Publicada en 1956, narra la historia de Mizoguchi, un joven tartamudo, solitario y acomplejado. Hijo de un sacerdote budista, vive fascinado por el Pabellón de Oro de Kioto. Después de ingresar en él como novicio, su obsesión por la belleza del lugar le impide establecer relaciones normales con sus semejantes. Ese conflicto desemboca en el incendio del Pabellón, malogrando definitivamente cualquier expectativa de felicidad.

"Mishima era todas las cosas que he mencionado: un exhibicionista, un insatisfecho, un narcisista, un fascista. Pero sobre todo era un poeta"

Incapaz de amar a las personas de una forma adulta, Mizoguchi no percibe otra salida que la inmolación en el altar de un ideal estético. La muerte es la única alternativa razonable para una conciencia enamorada de absolutos que jamás podrán cristalizar en el mundo real. Como podemos apreciar en esta novela, el suicidio viaja con Mishima desde muy temprano. No es solo una consecuencia de su identificación con el código del bushido, sino el fruto de una profunda inadaptación gestada durante su anómala infancia. 

Durante la década de los sesenta, aparecen las obras más conocidas de Mishima: El marino que perdió la gracia del mar, una fábula sobre la inocencia corrompida, Nieve de primavera, una historia sobre el eterno conflicto entre la realidad y el deseo, Caballos desbocados, una parábola sobre el antagonismo entre tradición y modernidad, y El templo del alba, un elogio del Japón milenario, profundo y austero.

Póstumamente, aparece La corrupción de un ángel, una sombría meditación sobre la decadencia cultural de Japón y la doctrina de la reencarnación. Entre sus ensayos, destaca En defensa de la cultura, que exalta al Emperador como expresión más alta de la cultura japonesa y artífice de su destino. 

En 1968, Mishima funda la Sociedad del Escudo, un grupo paramilitar compuesto por trescientos hombres uniformados. Es su respuesta a la marea revolucionaria de la época. En 1971, ya ha decidido suicidarse mediante el rito samurái y comienza a organizar su dramática despedida.

La muerte en la cultura japonesa

Solo conocen sus planes sus colaboradores más estrechos. No le asusta la perspectiva de morir: “El concepto japonés de la muerte es puro y claro, y en ese sentido es diferente de la muerte como algo repugnante y terrible tal como es percibida por los occidentales. La muerte [...] tiene el brillo infrecuente, claro y fresco del cielo azul entre las nubes”.

El seppuku parece la forma de hacer realidad su sueño adolescente de morir como piloto kamikaze. Su lúgubre plan no es un obstáculo a la hora de participar en películas, obras de teatro y espectáculos públicos. Propuesto en tres ocasiones para el Premio Nobel de Literatura, el mundo reacciona con estupor cuando aparecen las noticias sobre su suicidio. En un alarde de mal gusto, la revista Time publica una fotografía de su cabeza decapitada.

¿Quién fue Mishima? ¿Un exhibicionista? Es lo que sugieren sus fotografías posando semidesnudo con la espada de samurái o recreando el martirio de San Sebastián. ¿Un insatisfecho? Ya de niño, escribió a un amigo del colegio: “dicen que no soy ni precoz, ni un genio, solo soy un engendro desagradable, y puede que tengan razón… me miro al espejo y digo, mira a este tipo que solo habla de literatura…”.

En Confesiones de una máscara, esa impresión no parece haberse desvanecido: “...la vida me sirvió un banquete completo de sinsabores, cuando yo era demasiado joven para leer el menú... Uno de los platos es que yo ahora esté escribiendo un libro tan extraño como este…”. ¿Puede que el rasgo más dominante de Mishima fuera el narcisismo? “Al fin logré un cuerpo, un verdadero cuerpo, y al conseguirlo me dominó la pasión por mostrarlo…”, escribe.

Y, en otro sitio, añade: “Los músculos son a la vez fuerza y forma, y este concepto de una forma que envuelve a las fuerzas es la síntesis perfecta de mi idea de lo que debe ser una obra de arte; así los músculos que iba desarrollando eran a la vez existencia y obras de arte”. ¿O tal vez Mishima era ante todo un fascista? En Caballos desbocados, leemos: “Una vez encendida en el pecho de un hombre la llama de la lealtad, le es preciso morir...”. Mishima era todas las cosas que he mencionado: un exhibicionista, un insatisfecho, un narcisista, un fascista. Pero sobre todo era un poeta.

Así lo atestigua su prosa. En El Pabellón de Oro, su descripción del edificio no puede ser más lírica y elocuente: “El presagio de belleza contenida en cada uno de los elementos estaba relacionado con el presagio de la siguiente belleza, de modo que este juego de sucesivos anuncios y presagios de una belleza que no existía en ninguna parte formaba por así decir el tema de fondo del Pabellón de Oro. Tales presagios constituían un indicio de la nada. La nada era la estructura de esa belleza”.

Mishima cortejó al crisantemo. Se dejó seducir por su delicadeza, pero su mente atormentada se obnubiló al contemplar la espada, cargada de sueños de gloria y grandeza. Perdió la gracia del crisantemo, la flor de la luz y la vida, y sucumbió bajo el filo de la espada. En la introducción de Confesiones de una máscara, Mishima cita un fragmento de Los hermanos Karamazov, de Dostoievski: “Lo más horroroso es que la belleza no solo es aterradora, sino también misteriosa. Dios y el Diablo luchan en ella, y su campo de batalla es el corazón del hombre. Pero el corazón del hombre solo de su dolor quiere hablar. Escuchad, que os contaré lo que dice...”.

Tal vez el mayor mérito de Mishima fue plasmar el carácter aterrador de la belleza y liberar el dolor que había en su interior mediante palabras que cien años después de su nacimiento siguen estremeciéndonos.