Michael Caine en Vienna, 2012

Michael Caine en Vienna, 2012 WikiCommons

Entreclásicos

Michael Caine, el rufián que se convirtió en caballero

El actor ha forjado una personalidad cinematográfica con un estilo que combina el dandismo y bellaquería. Mitad caballero, mitad rufián, su presencia llenaba la pantalla.

Más información: Michael Caine: "No volveré a trabajar con Woody Allen"

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Sir Michael Caine nació el 14 de marzo de 1933 como Maurice Joseph Micklewhite en el Hospital de Saint Olave del distrito Rotherhithe de Londres, un barrio obrero donde se habla inglés con un acento denominado cockney. Ese acento, supuestamente vulgar, ya es tan indisociable de Michael Caine como su título de Caballero del Imperio Británico. Hijo de una cocinera y de un portero de origen irlandés, creció en el distrito Southwark y pasó la Segunda Guerra Mundial en Norfolk, un pueblo situado a 160 kilómetros de Londres. Allí debutó como actor en una función de la escuela local y se enamoró de los caballos.

Después de la contienda, vivió durante dieciocho años en una casa prefabricada en la zona de Elephant and Castle. No fue una experiencia ingrata, pues anteriormente había residido en un piso diminuto con un baño exterior. Caine siempre se ha mostrado muy crítico con el clasismo de la sociedad británica: “Estoy muy orgulloso de mis orígenes. Desgraciadamente, la mitad del esnobismo en este país proviene de la propia clase trabajadora que siempre piensa que otras personas son mejores. Convendría recordarles a esas personas, algunas de mi propia familia, que nadie es mejor por tener más dinero o hablar con un acento más refinado”.

Michael volvió a subirse a un escenario a los diez años, interpretando al padre de las hermanas poco agraciadas de Cenicienta. No advirtió que no se había subido la cremallera del pantalón, lo cual provocó las risas del público. Lejos de desanimarse, el incidente incrementó su vocación. A los dieciséis años, abandonó la escuela y comenzó a trabajar como archivista y mensajero de una compañía cinematográfica. Su contacto con el cine se interrumpió entre 1952 y 1954, cuando sirvió en los Fusileros Reales del Ejército Británico, primero en la República Federal de Alemania y después en la Guerra de Corea.

Michael Caine durante la guerra de Corea (fila de arriba, segundo desde la izquierda)

Michael Caine durante la guerra de Corea (fila de arriba, segundo desde la izquierda) Familyphile

Hasta ese momento había simpatizado con el comunismo, pero presenciar cómo el gobierno de Pionyang enviaba a la muerte a sus soldados en oleadas suicidas le reveló la verdadera faz de una ideología supuestamente liberadora. Durante el resto de su vida, recordaría el horror de la guerra, pero al mismo tiempo albergaría la convicción de que restaurar el servicio militar obligatorio ayudaría a combatir la violencia juvenil.

Michael debutó en el cine en 1950 en un papel secundario y durante nueve años solo participó en proyectos menores, sin captar la atención de la crítica o los grandes directores. Casado con Patricia Haines, pasó por un auténtico infierno, pues apenas ganaba dinero para pagar el alquiler y las facturas. Las penurias afectaron a su matrimonio y le sumieron en un estado de frustración y pesimismo.

En 1954, su agente le recomendó cambiar de nombre y Michael, que se encontraba en ese momento en una cabina telefónica de Leicester Square, reparó en que el Odeon Cinema anunciaba El motín del Caine (The Caine Mutiny). Caine le pareció una buena opción como apellido artístico. Años después, aseguró que si un árbol hubiera ocultado parcialmente el título de la película tal vez se llamaría Michael Mutiny o Michael One Hundred and One Dalmatians, pues unos metros más abajo proyectaban el famoso clásico de Disney.

El nuevo nombre artístico impulsó su carrera, pero la consagración no llegó hasta 1964 cuando el actor Stanley Baker le propuso para el papel del soldado Henry Hook en Zulú, una película de Cy Endfield que recrea la batalla de Rorke's Drift, donde 140 soldados británicos lograron contener a 4.000 guerreros zulúes. Hook es un soldado procedente de los bajos fondos del este londinense y Baker pensó que Caine, con su acento cockney, podría ponerse en su piel sin problemas. Sin embargo, Endfield, estadounidense y sin prejuicios clasistas, le observó y estimó que su apariencia se correspondía más con la de un oficial. Caine le aseguró que podía imitar la forma de hablar de las clases altas y el director le dio el papel de teniente Gonville Bromhead. Aunque la prueba de cámara no fue demasiado bien, Caine logró una interpretación brillante, convirtiendo a Bromhead en un personaje inolvidable, con su mezcla de esnobismo, elegancia y coraje.

Durante el metraje, puso de manifiesto su capacidad de adoptar distintos registros. Igual de convincente en su faceta de petimetre arrogante como en su vertiente de oficial valiente y leal, Caine adquirió con su trabajo la condición de estrella. Su agente le liberó el contrato que había firmado con él por siete años, no sin decirle: “Sé que no eres, pero tienes que afrontar el hecho de que pareces un maricón en la pantalla”.

El acento cockney de Caine, similar a los de los cuatro jóvenes de Liverpool que triunfaban como los Beatles, seguiría marcando el rumbo de su carrera. Primero, fue el espía Harry Palmer y, después, Alfie, un joven seductor. Palmer es indisciplinado, irrespetuoso y refinado en sus gustos. Alfie no es muy diferente, pero carece de su dureza. Sus rasgos más notables son la frivolidad, el descaro y la inconstancia. Dirigida por Lewis Gilbert, Alfie convirtió a Caine en una estrella en Estados Unidos. John Wayne se entusiasmó con la película y le aconsejó hablar “bajo y despacio”. En 1969, la popularidad creció con su papel de Charlie Crocker, líder de una banda que realiza un robo espectacular en Un trabajo en Italia (Peter Collinson). A medio camino entre la comedia y el cine policiaco, el film evidenciaba una vez el carisma del actor.

En 1971, Caine se estrenó como productor en Get Carter (en España, Asesino implacable), donde, además, interpretó al protagonista, un gánster despiadado con aspecto de gentleman. A esas alturas, Caine ya se había forjado una personalidad cinematográfica con un estilo inconfundible basado en una hábil combinación de dandismo y bellaquería. Mitad caballero, mitad rufián, su presencia llenaba la pantalla. En 1972, dio un paso de gigante con su papel en La huella, una película magistral de Joseph L. Mankiewicz, donde solo le acompañaba un inmenso Laurence Olivier como Andrew Wyke, famoso autor de novelas policiacas. Caine encarnaba a Milo Tindle, propietario de dos peluquerías y amante de la esposa de Wyke, que le citaba en su mansión para vengarse.

El duelo interpretativo de Caine y Olivier es uno de los mejores de la historia del cine. Ambos personajes poseen más defectos que virtudes. No resultan simpáticos, pero sí humanos y, aunque algunos giros de guion rozan la inverosimilitud, los diálogos, brillantemente interpretados, desbordan ingenio y patetismo

Laurence Olivier y Michael Caine en 'La Huella', 1972

Laurence Olivier y Michael Caine en 'La Huella', 1972

Caine es un donjuán que intenta ocultar sus orígenes modestos, pero su inseguridad lo delata. Se siente como un intruso en un mundo que lo repudia. Sin embargo, finge aplomo para ser aceptado y cuando es definitivamente rechazado, vuelve por la puerta de atrás para ajustar cuentas a los anfitriones.

Caine se afianzó aún más como actor con El hombre que pudo reinar, una extraordinaria película de aventuras de John Huston basada en un relato de Rudyard Kipling. Caine interpreta a Peachy Carnehan, un antiguo soldado del Imperio Británico que se busca la vida en la India acompañado por Danny Dravot, un viejo camarada de armas encarnado por Sean Connery. Caine vuelve a ser Caine: un truhan simpático dispuesto a cualquier cosa para disfrutar de una buena vida. El personaje de Connery no era muy diferente, pero es algo más exhibicionista y bastante menos realista. En definitiva, dos golfos que se paseaban por la India y Afganistán afrontando toda clase de peligros para adquirir riqueza y gloria.

Estrenada en 1975, El hombre que pudo reinar incluía en su elenco a Shakira, la segunda esposa de Caine, una modelo inglesa de origen indio a la que había conocido en un anuncio televisivo y de la que se enamoró de inmediato. Convencido de que era brasileña, estaba dispuesto a cruzar el Atlántico para buscarla, pero antes de que sacara el billete, le explicaron que vivía en Londres. El súbito enamoramiento se convirtió en su sólido matrimonio. Casados desde 1973, la pareja engendró una hija, Natasha, y actualmente ha superado las bodas de oro.

Durante el resto de su carrera, Michael Caine ha combinado los proyectos comerciales, algunos verdaderamente lamentables, como Tiburón, la venganza, con filmes de mayor envergadura, como Hannah y sus hermanas (Woody Allen, 1987), que le proporcionó un Oscar como mejor actor de reparto, y Las normas de la casa de la sidra (Lasse Hallström, 1995), donde realiza una interpretación conmovedora en el papel de doctor Larch que también le proporcionó un Oscar, de nuevo como mejor actor de reparto.

Mia Farrow y Michael Caine en el filme de Woody Allen 'Hannah y sus hermanas', 1986

Mia Farrow y Michael Caine en el filme de Woody Allen 'Hannah y sus hermanas', 1986

Sería injusto no mencionar su participación en la trilogía sobre Batman de Christopher Nolan como Alfred, el fiel mayordomo de Bruce Wayne. Recuerdo con simpatía Lío en Río, una infravalorada comedia de Stanley Donen, donde Caine hace de cuarentón enredado en incorrectísimo idilio con la hija adolescente de su mejor amigo. También conservo un grato recuerdo de su aparición como Mr. Scrooge en la versión del Cuento de Navidad de los teleñecos. No quiero finalizar esta nota sin mencionar otros trabajos notables, como sus papeles en Ha llegado el águila, Un puente lejano, Educando a Rita, El hombre tranquilo, Origen o Interestelar. Incluso en sus papeles mediocres, Caine siempre ha dejado un rastro de elegancia y consistencia.

El actor británico se ha definido como un laborista tory. Sus opiniones políticas han oscilado entre el socialismo y el conservadurismo. No quiso desprenderse de su acento cockney para transmitir a los jóvenes de los barrios obreros que era posible triunfar sin renunciar a sus orígenes. Nunca ha ocultado su miedo a la muerte. Con 92 años recién cumplidos, cuida escrupulosamente su salud para prolongar su vida lo más posible. Inteligente, discreto y con sentido del humor, ha declarado que actuar no es solo ponerse delante de una cámara e interpretar un papel: “Es creer en ese papel y hacer que los espectadores también crean en él”.

Sus interpretaciones siempre han producido ese efecto, suscitando temor, humor y ternura con la misma convicción. La muerte es muy desconsiderada y acude aunque no sea llamada. Los días de Michael Caine se acabarán, pero su vida se prolongará mediante sus películas, acompañando a las generaciones que aún no han irrumpido en el mundo. Como sus amigos John Lennon, Sean Connery y John Wayne, ya goza de la eternidad reservada a los mitos.