[caption id="attachment_617" width="560"] España es el país invitado en la Gamescom[/caption]

Aunque todavía la Electonic Entertainment Expo, o E3 para los entendidos, mantiene el cetro de las convenciones sobre videojuegos a nivel mundial, la Gamescom de Colonia es la que realmente consigue aunar a su alrededor a un mayor número de asistentes. El E3, que se celebra cada año a mediados de junio desde la década de los noventa, suele recibir una atención global por las conferencias de las principales editoras de videojuegos, que compiten entre ellas a la hora de levantar mayor expectación entre el público. Aunque la Gamescom recibe algunos anuncios de calado, en líneas generales estos no tienen la misma entidad que los que se suelen hacer en el E3. Por otro lado, lo que sí que consigue la feria de Colonia es crear un punto de encuentro universal para la industria que engloba a desarrolladores, ejecutivos, periodistas, políticos y, de una forma masiva, aficionados.

A falta de saber las cifras completas de este año, las de 2017 nos pueden dar una idea aproximada. Más de 350.000 personas pasaron por los once pabellones de la Koelnmesse en aquella ocasión, y lo más probable es que, cuando la edición de este año termine, la cifra se supere sin mucho problema. Lo normal en algo de este volumen es que abundaran los contratiempos, las frustraciones y los problemas. Pero el tópico sobre la organización alemana encuentra aquí uno de sus mejores ejemplos. Todo funciona como un reloj. Se cuida hasta el último detalle, y a pesar del gigantismo de toda la operación, todo fluye sin mayores sobresaltos. Las jornadas son maratonianas para desarrolladores y periodistas, pero el recinto reservado a tales menesteres, separado por completo de las zonas de acceso público, permiten un uso eficiente del tiempo de cada uno, y un trato cercano y amable entre todos los actores de una industria que no solo se ha convertido en la primera entre las culturales por su facturación anual, sino que poco a poco está escalando los puestos de relevancia para derribar los últimos reductos de dogmatismo oscurantista que se empeñan en coartar su ambición.

En la edición de este año España era el país invitado, y el ICEX (el Instituto Español de Comercio Exterior) se ha empleado a fondo para poder resaltar el trabajo de los estudios más prometedores de nuestro país que todavía no cuentan con el amparo de una editora de peso. El Ministro de Cultura, José Guirao, acudió al acto de inauguración y despejó cualquier duda que se pudiera tener sobre sus opiniones respecto al sector. "Los videojuegos son impulsores de valores e ideas, igual que las películas o los libros", señaló el ministro. "Tal como lo vemos, los videojuegos han incorporado muchas de las artes existentes, como el audiovisual, la música, la literatura y el diseño gráfico, vinculándolos a todos con un elemento nuevo e increíble: la interactividad. Hoy en día, no podemos ignorar la influencia de los videojuegos en la mayoría de ellos". Las palabras del ministro son un apoyo sin fisuras a un medio que permanentemente se encuentra asediado por una indigesta mezcla de cainismo elitista, cuando no por un amarillismo denigrante, muchas veces producto de la inseguridad y la incomprensión más que otra cosa.

Este año ha sido el décimo aniversario de la Gamescom en Colonia (se realizó antes un par de ocasiones en Leipzig) y en este tiempo el medio ha crecido de manera exponencial. No solo en cuanto a sus cifras económicas, que siempre maravillan a propios y extraños, sino en ambición artística y humana. De hecho, poner siempre el acento en el volumen de negocio que mueve esta industria termina por ir en detrimento de la comprensión de sus esencias. Los videojuegos han crecido tanto que ya resultan viables acercamientos que priman la transmisión de ideas y emociones por encima de todo lo demás. El abanico se ha abierto tanto que, junto a los gigantes de la industria (los Fortnite y los Call of Duty) se erigen todo tipo de propuestas que no cejan en su empeño de forzar los límites de la expresión artística.

Sin embargo, a pesar de las palabras alentadoras del ministro, España se está perdiendo el tren de esta industria cultural. Mientras que otros países europeos cuentan con varios estudios de renombre, capaces de trabajar en los proyectos más ambiciosos, en España estamos casi huérfanos, sin homólogos que puedan estar a la altura. Lo que tenemos son una infinidad de estudios muy pequeños, que en la mayoría de los casos funcionan a base de fuerza de voluntad y contra viento y marea. Es evidente que tenemos un talento incuestionable, pero como en otros muchos campos, somos incapaces de retenerlo, y los cantos de sirena de fuera resultan demasiado atractivos. Hay varias entidades privadas que han hecho su misión buscar la manera de crear un tejido industrial, porque las cifras de consumo no engañan, y España debería ser capaz de producir mucho más. En muchas ocasiones ha faltado voluntad política, pero podemos esperar que esta edición de la Gamescom con España como invitada, haya servido como punto de inflexión. Que el ministro, con su larga trayectoria en el mundo de la cultura, equiparara a los videojuegos con el cine y el libro, pone de relieve el cambio de paradigma que lleva efectuándose en este país en los últimos años. Es cierto que vamos con retraso, y otros países que han apoyado con más determinación y arrojo el desarrollo del medio ahora están recogiendo los frutos, pero la distancia no debería de ser insalvable.