El transhumanismo es uno de los campos más fértiles de la ciencia ficción especulativa, y versa sobre una especie humana capaz de trascender los límites fisiológicos naturales gracias a la tecnología. Los últimos avances científicos en medicina e ingeniería biomecánica han hecho que meros futuribles aparezcan ahora como cuestiones inevitables, por lo que constantemente están surgiendo obras narrativas que exploran desde diferentes ángulos las consecuencias del siguiente estadio de la evolución humana una vez completemos un hipotético proceso de fusión cibernético. Al igual que libros, películas y series de televisión; los videojuegos han abordado el tema en diferentes ocasiones, si bien Transference es uno de los primeros ejemplos cuya temática está enraizada en la realidad virtual, creando un interesante metadiálogo entre el trasfondo argumental y el soporte tecnológico de la obra.
El título del juego hace referencia al proceso de la digitalización de la conciencia como una forma de conseguir una hipotética inmortalidad. El jugador se sumerge en un entorno virtual corrompido para tratar de recomponer el puzle que permita conocer el destino de un ingeniero informático obsesionado con la idea y su familia. Las piezas toman la forma de objetos cotidianos desperdigados por el hogar familiar: cartas, mensajes en el contestador y, sobre todo, varios vlogs y audios donde se muestran a los tres integrantes de la familia en diferentes ámbitos de su vida. Los documentos de vídeo han sido producidos en imagen real, creando una superposición entre el espacio virtual y el espacio real, y reforzando así el debate epistemológico.
Transference es fruto de una colaboración entre Ubisoft y SpectreVision, la productora de cine de Elijah Wood, que ha ejercido de director artístico. Aunque sobre el papel lo tenía todo para resultar exitoso, la ejecución no termina de cumplir con el potencial de la idea. El diseño jugable sigue la estela de un escape room, pero los puzles, lejos de ser ingeniosos, la mayoría de las ocasiones se limitan a tener que rastrear bien el escenario, lo que puede causar cierta frustración porque las localizaciones no siempre resultan lógicas. La atmósfera está más definida, aunando claustrofobia y desazón, pero también abusa de recursos facilones para provocar sobresaltos en el jugador, algo no muy complicado de hacer en realidad virtual. Mucho más interesante es la exploración de la violencia en el ámbito doméstico, algo que se va haciendo más y más evidente conforma avanza la trama, pero que el juego, lejos de intentar decir algo coherente al respecto, se limita a presentar como un obvio escenario de pesadilla.
Transference es un experimento que trata de lucir su dualidad inherente con orgullo, pero que le acaba provocando una cierta crisis de identidad que le impide llegar hasta el final con ninguno de sus postulados. Es una colaboración entre una empresa de videojuegos y una productora de cine, pero no termina de enhebrar de manera natural la forma cinematográfica con el espacio de juego. Es un juego de realidad virtual que trata sobre la digitalización de las conciencias, y de una posible existencia permanente en un entorno digital, pero que ni siquiera intenta involucrar al jugador de una manera más directa, otorgándole un papel definido en la experiencia más allá de la de mero espectador. La narrativa combina una cerebral ponderación transhumanista con un drama de violencia en el ámbito familiar, pero en ninguna faceta profundiza demasiado. Es un paso más en la experimentación transmediática en realidad virtual, pero que evidencia la dificultad que surge a la hora de crear sinergias multidisciplinares en este tipo de proyectos. Quizá con un poco más de presupuesto, algo más de ambición y sobre todo, más acierto a la hora de manejar los diferentes elementos narrativos y estructurar jugablemente la obra, podría haber salido algo extraordinario.