2019 ha sido un año de grandes momentos, de juegos innovadores y de sagas consolidadas que han lanzado algunas de las entregas más refinadas, con propuestas valientes y un oficio a prueba de bombas. Pero también ha sido un año extraño, de transición. Un preámbulo a la traca final de la generación y el comienzo de la siguiente, que tendrá lugar a finales de 2020. La segunda mitad del año se ha quedado algo coja, y el otoño, que tradicionalmente albergaba los lanzamientos más potentes del curso, se ha vaciado casi por completo. Muchos títulos se han retrasado o se han deslizado de una forma u otra a la primavera, dejando espacio para que juegos que en un panorama más competitivo no hubieran destacado mucho hayan encontrado su público y el reconocimiento de gran parte de la crítica. Antes de pasar a enumerar los diez mejores juegos del año quiero recalcar que es un lista muy personal, y que se circunscribe a los títulos que he podido jugar. Como siempre, y a pesar de todos mis esfuerzos por cubrir todo lo relevante, hay muchos grandes títulos que se han quedado fuera, y a los que espero poder encontrar tiempo durante las próximas semanas.

Gears 5

La primera entrega de la franquicia que intenta expandir sus horizontes, innovando con un diseño más abierto y una narrativa más interesante y valiente. Un portento técnico que exprime al máximo la Xbox One X. Un juego de acción visceral que consigue trascender una premisa que parecía que ya no daba más de sí.

Control

El nuevo juego de Remedy Entertainment flaquea en ciertos apartados clave, pero posee una identidad visual innegable. Esta oda al mundo de David Lynch consigue evocar una atmósfera de extrañeza constante. La Casa Inmemorial es uno de las ubicaciones más interesantes de esta generación, y explorar sus estancias un auténtico placer.

Resident Evil 2

Uno de los títulos más tempraneros del año. Un remake de un juego de más de veinte años que se erige en el argumento perfecto sobre por qué tiene tanto sentido en este medio volver a juegos pretéritos con tecnología actual, mucho más que en el cine. Capcom no se ha limitado a darle un simple lavado de cara, sino que ha vuelto a repensar muchos de los elementos que hizo que la saga se consolidara en los noventa.

Ace Combat 7: Skies Unknown

Lanzado también en enero, este juego de aviones de combate ha sido mi primera incursión en la saga, y prácticamente en el género. La experiencia de vuelo está tan conseguida que, una vez hecho a los controles, resulta muy difícil pensar en qué podrían haber hecho mejor los desarrolladores de Project Aces. El planteamiento de las veinte misiones del juego sabe cómo mantener las cosas interesantes, y la historia esconde unos puntos de giro muy emocionantes. El colofón los ponen las tres misiones de realidad virtual, uno de los mejores usos de la tecnología que he podido probar.

A Plague Tale: Innocence

Uno de los tapadillos del año. Tengo que reconocer que no esperaba mucho de este juego de los franceses de Asobo Studio, que hasta ahora se habían centrado en trabajos de apoyo a estudios más consolidados. La odisea de los hermanos de Rune por una Francia devastada por la Peste Negra emula lo mejor de los cuentos de los hermanos Grimm y horroriza con sus portentosas imágenes, con un mar de ratas inundando los escenarios como si se tratara de una plaga bíblica.

Metro Exodus

Una odisea por la estepa rusa siguiendo la estela del Transiberiano. El juego no tiene la misma carga sociopolítica que las dos entregas anteriores, pero trata de suplirlo con una atención más centrada en los personajes que conforman el núcleo del protagonista, Artyom. Un juego inmersivo como pocos, con una atención obsesiva al detalle y una fuerte identidad eslava.

The Outer Worlds

El nuevo juego de Obsidian ha reunido a los creadores del Fallout (1997) original para volver a hacer un ejercicio de verdadero role-play, donde la libertad para afrontar situaciones de diferentes maneras sea casi total. En el caso de mi personaje, con suficientes puntos invertidos en carisma y en habilidades sociales, pude afrontar toda el último nivel sin disparar una sola vez, llegando incluso a convencer al jefe final de aceptar la derrota y huir mientras todavía tenía tiempo. Pocos juegos son tan maleables como este.

Shadowbringers

La tercera expansión de Final Fantasy XIV sube en mi ranking personal por haber construido al mejor villano que de la histórica franquicia. Emet-Selch es el antagonista perfecto: misterioso, socarrón, con un trasfondo trágico, noble, perfectamente justificado en sus motivaciones y tan poderoso que la batalla final contra él lleva a niveles cósmicos de épica. Una auténtica delicia.

Sekiro: Shadows Die Twice

Mucha atención se ha llevado este juego por su espartana dificultad, pero la última obra de Hidetaka Miyazaki, como siempre, es mucho más que un ejercicio masoquista. Aunque el sigilo existe como apoyo, el núcleo jugable está centrado en el choque de espadas, lo que da origen a un sistema de combate donde lo más importante es mantener la cadencia de ataque y defensa. Hasta los momentos finales del juego no conseguí interiorizar todo el sistema, pero cuando lo hice, entendí el juego como un baile letal donde la diferencia entre la derrota y la victoria rayaba en la capacidad para seguir el compás.

Death Stranding

 Por todos los grandes juegos del año, el debate por la corona última siempre iba a ser una cosa de dos, y al final la balanza se ha decantado por el juego de Kojima. Divisivo como todas las obras culturales que importan, es elemental remarcar que Death Stranding no es para todo el mundo, pero sí que todo el mundo debería darle una oportunidad. Antes de probarlo, conforme fueron saliendo los primeros artículos al respecto, no pude evitar que el escepticismo me embargara. Pero solo fueron necesarias unas pocas horas con el título para darme cuenta de que estaba ante algo muy especial, un juego que quería cambiar toda la industria, y que tenía argumentos suficientes para hacerlo. Todavía resuenan en mi cabeza los ecos del magistral epílogo, con un Mads Mikkelsen en estado de gracia, así como las melodías de una banda sonora arrebatadora. Un juego, con todas sus imperfecciones, para los anales de la historia, y que confirma a Kojima como un autor total.

@borjavserrano