Annapurna Interactive se ha convertido en tan solo unos pocos años en el sello de referencia para todos aquellos que buscan un acercamiento más humanista en sus videojuegos. Su experiencia y reconocimiento en el mundo del cine les ha permitido imprimir una cultura como editora fácilmente identificable. Buscan proyectos arriesgados, que tengan algo que decir, con un nivel artístico incuestionable. Last Stop, la última adición a su impresionante catálogo, continúa esta tendencia. Un juego concebido como si se tratara de una miniserie de la BBC, con tres historias paralelas en un Londres contemporáneo, multicultural y diverso como pocos sitios en el planeta, que se propone examinar temáticas complejas que no se suelen dar con asiduidad en el medio y que a priori podrían congeniar mejor en una novela de Martin Amis, Zadie Smith o incluso Nick Hornby. Un estudio de personajes que utiliza una premisa sobrenatural como metáfora para estudiar los sacrificios exigidos en las dinámicas familiares.
Meena es una agente de una turbia agencia de inteligencia entregada a su trabajo e inmersa en una tórrida relación extramarital con su médico de cabecera. Su padre, un marxista trasnochado, ha decidido experimentar con las drogas que le proporciona un camello local, lo que lleva a Meena a tomar cartas en el asunto. John es un funcionario municipal con un jefe millennial insoportable, una hija de ocho años con mucha energía a la que tiene que cuidar solo, un corazón que ya le ha dado un susto y una reprimida envidia por su vecino Jack, veinte años más joven, exitoso y en forma. Tras un encuentro fortuito en el metro, los dos intercambiarán cuerpos y se verán obligados, literalmente, a ponerse en la piel del otro. Donna es una adolescente propensa a meterse en problemas con sus amigos y con un clima asfixiante en casa, con una madre separada y una hermana avasalladora con su uniforme de bobby. Tras espiar a un vecino sospechoso en una incursión nocturna a una piscina abandonada, las cosas se desmadran y acaban golpeándole y posteriormente secuestrándole para impedir que les denuncie ante la policía.
Las historias de Meena, John y Donna se cruzan de manera tangencial puntualmente, pero no tienen un contacto directo hasta la última hora del metraje. Y digo metraje porque el formato de Last Stop se asemeja más a una miniserie, con una atención casi total en la narrativa en detrimento de las mecánicas jugables, que se reducen a elegir los diálogos, mover a los personajes (de manera torpe, he de añadir) y algunas interacciones aisladas. Es la propuesta de Variable State, creadores del celebrado Virginia (2016), y funciona completamente gracias a la fuerza del guion, el inestimable trabajo de los actores en la caracterización de los personajes y un tono que bascula con agilidad entre el humor amable y el drama costumbrista. El juego, creado en Unity, se centra casi por completo en los personajes principales y sus relaciones más próximas, dejando al resto de habitantes de esta Londres cosmopolita en un segundo plano donde ni siquiera se llega a percibir sus rasgos. El juego utiliza muchos escenarios para contar su historia con naturalidad, pero el nivel de detalle es anecdótico, pudiendo dar la sensación de vacío. Ya sea una decisión creativa o una imposición económica del presupuesto, hay ciertos momentos en los que esta sobriedad juega en su contra, sobre todo al final, que se antoja demasiado pedestre para lo que plantea.
Last Stop está escrito con una fina ironía que sigue la estela de la historiada tradición literaria británica, sobre todo en la comedia costumbrista. Utiliza un lenguaje urbanita, contemporáneo, que quizá se pasa de frenada en ocasiones pero en el que se demuestra un trabajo concienzudo para resultar lo más naturalista posible. Se atreve a examinar con detenimiento un personaje tan antipático como Meena, que parece empeñada en volar por los aires los cimientos de su familia y cuyas formas denotan una crudeza impactante, tanto con su marido como con su hijo. Aunque el juego aporta un contexto hasta cierto punto revelador a última hora, su personaje nunca deja de ser uno complejo, que hace gala de una frialdad emocional que la aleja de los cánones establecidos para madres cuarentonas. Sin embargo, donde la carga metafórica se vuelve más turbia es con Donna, que se ve atrapada en una relación corrosiva con el Extraño (guiño a Albert Camus) que transmuta en una perversión existencialista de índole gótica. Es una examinación de las tácticas de abuso y aislamiento que establecen los maltratadores posesivos, una dependencia tóxica que borra todas las demás relaciones de la víctima para convertirla en un mero apéndice, anulado y subyugado. Realmente escalofriante, lo que hace que su decisión final tenga tantísimo significado. En definitiva, Last Stop es un vibrante estudio de personajes que se aprovecha del formato de miniserie televisiva para explorar a fondo unas dinámicas familiares repletas de complejidad.