La mera existencia de Arcane no deja de ser un pequeño milagro. Hasta el estreno en Netflix, Fortiche nunca había abordado un proyecto de una envergadura ni remotamente parecida. Su nombre todavía sigue siendo bastante desconocido en la esfera internacional, aunque es inevitable que la percepción vaya cambiando a partir de ahora. En sus doce años de andadura, el estudio ha estado asociado casi en exclusiva con Riot Games y League of Legends, el fenómeno que lleva arrasando el mundo de los e-sports también desde 2009. Los franceses han ido creando muchos de los vídeos y tráileres de promoción del juego a lo largo de los años, mejorando en su poderío técnico poco a poco hasta conseguir el apoyo inquebrantable del adinerado estudio de videojuegos para suplir una de las grandes carencias del título. League of Legends es un juego multijugador basado en una lista ingente de personajes que se ha ido ampliando de manera progresiva, cada uno con sus propias habilidades y mecánicas. La alta competitividad de sus partidas ha contribuido en gran manera a la cimentación de los e-sports en Occidente, dejando poco espacio para el aspecto narrativo. La idea de Arcane surgió con la vocación de condensar todo ese potencial, dejado de lado por la urgencia deportiva, en una serie de animación que pudiera satisfacer a los jugadores y también presentarse de manera independiente a todos aquellos que nunca hayan echado unas partidas al Lol, como se le conoce popularmente. ¿Han tenido éxito en tan mastodóntica empresa?
La próspera ciudad de Piltover ha construido su sociedad utópica sobre las espaldas descarnadas de los habitantes de Zaun, una urbe subterránea con el espíritu quebrado tras varias revoluciones fallidas. La última de ellas acabó con la vida de los padres de Vi y Powder, dos hermanas que intentan salir adelante robando en los acaudalados domicilios de la superficie. En uno de sus asaltos, descubren el misterioso material que Jayce, un científico volcado en descubrir los secretos de la magia, está investigando para poder abrir una nueva era de innovación y progreso. Mientras tanto, diversas fuerzas conspiran para reabrir el conflicto entre las dos ciudades, poniendo en marcha una cadena de eventos con un trágico desenlace que separa a las hermanas y las pone en bandos diferentes ante la inevitable colisión.
Arcane es una serie que entra por los ojos. Dividida en tres actos, sus nueve episodios hacen gala de una identidad visual arrebatadora, mezclando elementos en 2D y 3D en un maridaje que resalta la elegancia cinética de sus secuencias de acción y la emotividad de las expresiones faciales de sus personajes. Todos los diseños están muy estilizados, un cierto influjo exagerado que sabe ahondar en las virtudes de la animación para poner en solfa el mundo interior de sus personajes. La manera en que trasladan los brotes psicóticos de Jinx y su permanente agitación mental con pintadas y grafiti sobreimpreso es una de las genialidades cotidianas con la que sorprenden a la audiencia a lo largo de todo el metraje. Las secuencias de acción se caracterizan por un asalto implacable de elementos. Pasan tantas cosas al mismo tiempo que requieren de repetidos visionados para aprehender la magnitud y complejidad de todo lo que sucede en pantalla. La traumática escena que concluye el primer acto es un buen ejemplo de ello. La manera en la que dirección del episodio enfoca una misma acción desde diferentes ángulos, desglosando el flujo temporal para exponer de manera lineal acontecimientos simultáneos, lejos de emborronar el impacto dramático, lo eleva y lo apostilla, detallando con esmero el torbellino de emociones de varios personajes en una situación límite. Y escenas como esta se suceden hasta el final, sin rebajar en ningún momento la ambición de su propuesta. Es muy difícil de explicar semejante ejercicio de talento visionario por parte de un estudio cuyos trabajos anteriores se contenían en breves minutos.
Tras el impacto de su esplendorosa fachada, Arcane exhibe su dominio narrativo en una historia compleja, con muchas piezas en movimiento, un buen abanico de personajes, lealtades contrapuestas, saltos temporales y moralidad enmarañada. El ubicuo leitmotiv de las desigualdades sociales no es más que el punto de partida para examinar la defenestración de los ideales de los personajes principales. La serie no se amilana a la hora de presentar la enfermedad mental, la violencia de la represión de gobiernos autoritarios o las consecuencias de una plaga de adicciones en los bajos fondos. El tono maduro que permea la serie llega incluso a sorprender por momentos cuando exhibe toda su crudeza, no tanto por la violencia explícita, que no es tanta, sino por las implicaciones de largo recorrido que las circunstancias imprimen en los personajes. Arcane retrata un descenso a los infiernos provocado por un sistema injusto en el que prosperan personajes sin escrúpulos. Es una tragedia en tres actos que, contra todo pronóstico, se las ingenia para salvaguardar unos recónditos espacios de levedad y esperanza. Es probablemente la mejor adaptación cinematográfica o televisiva de una licencia videolúdica y tiene todavía más valor al haber sido producida en estrecha colaboración con los autores originales. Es imposible separar sus ritmos y su estética de la del videojuego. Cada uno de los fotogramas es un concept art de altísima calidad, estableciendo una genealogía evidente entre los dos medios. Es el mejor ejemplo de una buena estrategia transmediática y toda una delicia, no solo para los sentidos, sino para todos aquellos interesados en una buena historia.